Los días, por fin, se estiran. El buen tiempo llega dispuesto a borrar las malas noticias que nos trajo el invierno. Somos seres de sol y brindamos por estos días. Para no hacerlo en silencio, allá van seis discos como hilo musical:
«Half the city» (St. Paul & The Broken Bones)
La voz de Paul Janeway es privilegiada. Y no porque sea capaz de alcanzar registros propios de escaladores o porque la engole hasta rizar el tupé sonoro perfecto. Lo es porque lleva el soul en sus cuerdas vocales. No importa que acometa una pieza trotona que avanza con la firmeza de una apisonadora («Like a Mighty River») o un tiempo medio (que sube de revoluciones hasta erizar los tímpanos) por el que los publicistas de medio mundo venderían a su familia («Broken Bones and Pocket Change»). Con esos mimbres, y la arrolladora pericia instrumental de sus músicos, St. Paul & The Broken Bones reverencia a los clásicos, pero hurga, busca, alguna pequeña grieta por la que aportar su estilo propio.
Sam Cooke, el gospel, Curtis Mayfield, James Brown, Sharon Jones… la nómina de invitados no oficiales es amplia. Pero parece que el derecho de admisión no está reservado y no es extraño ver por algún corte a Janis Joplin o Tom Waits compartiendo virguerías vocales. «Half the city» reparte sudor y energía a medida que avanzan los cortes. A Janeway y compañía, sus discos de referencia les sirven de punto de partida para, a partir de ellos, incendiar todo lo que se ponga por delante. Doce canciones que pellizcan, que regalan escalofríos, que levantan un mal día. Un debut que se celebra como el recuerdo del día que conociste a un buen amigo.
Will Butler se ha escondido la moneda en el bolsillo y ha preferido apostar por el futuro en lugar de por la victoria, sin necesidad de que el azar decida por él. Will es hermano de Win y ambos son miembros de Arcade Fire. Puede parecer que Win lo es más por aquello de que canta y ejerce de líder, pero ya saben lo que se dice de los actores secundarios o de lo que hace falta para un buen caldo. Esta última analogía culinaria viene que ni pintada para hablar del primer trabajo en solitario del pequeño de los Butler.
«Policy» es como aquellas cintas (ays, los malditos cuarentones con sus nostalgias repetidas hasta la saciedad) que se grababan antes de emprender un viaje. No importaban estilos, ni tampoco, casi nunca, el orden. Lo que no podían faltar eran potenciales hits, canciones que disparaban las ganas de comerse el mundo antes de que este te devorara. Aquí hay rock nervioso en la estela de Violent Femmes, coloristas sonoridades ochenteras, el halo cardíaco de The Breeders, la elegancia de The Magnetic Fileds, soul estiloso,… una variedad estilística que ha sido entendida por alguna parte de la crítica como una rémora, en lugar de aplaudir el variado y sustancioso catálogo de estribillos que brotan en cada corte. Ocho canciones que hacen pleno en el centro de la diana.
La Buena Vida dejó huerfános a unos cuantos amantes de la música pop melancólica, esa que eriza sentimientos al mismo tiempo que dibuja sonrisas internas. Desde que desaparecieron, casi todos los intentos por seguir su senda, calle arriba y calle abajo, eran simples pinceladas, que o terminaban como insípidos ejercicios de estilo o en hallazgos puntuales en repertorios más variados. Seis canciones le han bastado a Neleonard para despertarnos del proceso de hibernación. Escucharlas y tener esa sensación de nostalgia por las cosas, alegres y tristes, vividas es todo uno.
Por supuesto hablar de La Buena Vida conlleva hacerlo de The Beatles, Felt, Solera, Picnic o Le Mans, por poner algunos ejemplos. Todo está presente en unas composiciones de brillantes melodías, que reivindican el poder de las mismas, cuidadas, y con letras empeñadas en contar historias en torno al (des)amor, más que en la apariencia. Entre la maceración intencionada de la ingenuidad y la preocupación desacomplejada de la vilipendiada madurez. No se trata de ser adolescentes eternos, sino de no perder el buen gusto. Y «Agosto» es una magnífica lección sobre ello.
«Food and milk for our babies» (Sanjays)
Ahora que Nando Cruz anda leyendo la cartilla infantil a los grupos indies de los noventa que decidieron que no incluían la política en su imaginario, discos como el de Sanjays son la mejor respuesta. La política en la pista de baile. Pero no como respuesta, exclusiva, a estos tiempos. No se trata de una conciencia sarpullida, sino de echar la vista atrás, y recoger el legado de otros luchadores. Hacerlo sin prejuicios, con ritmos contagiosos y eliminando de un soplo cualquier atisbo de panfleto previsible.
Musicalmente hablando, el tercer disco de los catalanes es impecable. El tracklist deseado por un dj perezoso. Mezclan en su batidora todo lo que se encuentran en su camino, de The Housemartins a MGMT, sin dejar ninguna década fuera de su alcance. Lo estrujan, lo remueven, le añaden unos arreglos y lo liberan para que la gente se vuelva loca. Los sintetizadores dejan de ser esos amigos pagafantas que suelen pulular por discos similares y aquí hablan de tú a tú a las guitarras. No es cuestión de sumar por sumar y añadir capas para disfrazar carencias, sino de tomar las medidas exactas antes de hacer el traje. La revolución seimpre debería sonar así.
«Once, I was a tiger» (Emma Get Wild)
Parece que se ha convertido en una saludable costumbre que Emma Get Wild saquen disco cada tres años y que siempre la espera valga la pena. Con su cuarto álbum se repite la historia. Si cabe, con más mérito aún, teniendo en cuenta que la banda quedó reducida a dúo (Isabel Castro y Salva Fito), después de una diáspora de los demás componentes por distintos motivos. Sería fácil tirar de tópicos y hablar de que los seres humanos se crecen ante las adversidades, pero si Isabel y Salva no atesoraran su dosis personal de talento y, más importante todavía, no hubieran tenido nada que contar, ni todos los refraneros populares del mundo hubieran asegurado la existencia de este «Once, I was a tiger».
Tal vez por ello, inconscientemente o no, este es el disco más folk, más recogido, más íntimo, del grupo. Neil Young o Pj Harvey siguen presentes, pero adquiere protagonismo cierto aire bucólico o introspectivo en la mejor tradición de Nick Drake, que acaba compactando aún más y mejor las canciones. Cortes como «Roots Cling Tight» o «Into the mind’s eye» así lo ejemplifican. Un álbum en el que la desnudez no parece solo responder a unas necesidades de ejecución, sino a una apuesta por acercarse a las historias que cuentan. La voz de Isabel, que modula cada tema con el mimo con que se acuna a un bebé, es la mejor guía para ese camino.
Con las deudas lo mejor que se puede hacer es asimilarlas. Moonflower lo hizo en su primer álbum, «First Time», en el que la herencia del rock alternativo de los noventa estaba muy presente. Han pasado unos cuantos años de aquello, con un período de parón provocado por la marcha de su cantante, María López, a Estados Unidos por razones laborales, y aunque esa marca continúa presente en las canciones, el horizonte se ha ensanchado. El nuevo álbum incluye más canciones en castellano, la labor compositivo se ha abierto, hay algunos arreglos que cuesta imaginar en su debut y, sobre todo, una apuesta mayor por cadencias pop que, da la sensación, es responsabilidad de Josep Bartual.
Sigue vigente esa atracción por jugar con la intensidad de las canciones, manteniendo el equilibrio idóneo entre los momentos más dulces con otros más ásperos o eléctricos. No renuncian a sus ascendentes rock y, por supuesto, a los universos folk, en unas composiciones que han ganado en desarrollos y energía, como si sintieran la necesidad de recordar que no se habían marchado.