Tote King ha vuelto y tiene ganas de que todo el mundo se entere. «78», como el año en que nació, es el título de su nuevo disco. De nuevo, letras cuidadas, dardos llenos de crítica mordaz, referencias culturales y cierta obsesión por captar el momento. Durante la entrevista, Enrique Vila-Matas, Las Grecas o el pequeño Nicolás se turnan con toda la naturalidad del mundo.
Con el nuevo disco (por el título, las letras, el tiempo que llevabas sin sacar un trabajo nuevo, o incluso porque en el álbum anterior, “El lado oscuro de Gandhi”, tu mensaje era más controlado) da la sensación de que hay una intención de reivindicarte, de dejar claro que estas aquí y no te has ido nunca.
Sí, puede que lo haya, sí. El disco tiene energía desde el primer tema. He luchado mucho, mucho, este disco, lo he hecho de otra forma, me he dado más tiempo. Me monté un estudio de grabación y he trabajado mucho en él. Y eso se ha notado en el resultado final. Tener disponibilidad horaria, ir a grabar si quieres a las tres de la mañana, quedarte a dormir en el propio estudio,… eso se ha notado. Y reivindicación siempre hay, porque el rap tiene mucho de ego, de primera persona.
Es el disco más rock de tu carrera. ¿Ha sido intencionado?
Sí, tenía un poco de jugar a la contra. Hoy en día el rap va claramente hacia la electrónica, tanto en Estados Unidos como en Europa, y yo quería lo contrario. Es más, en un principio quería llegar más lejos y hacer todo el disco entero con la banda. Pero a última hora no, porque las últimas tendencias del rap también me seducen mucho y no quería la oportunidad de hacer un par de temas de medio trap o de electrónica. El álbum tiene dieciséis temas y de trap o electrónica apenas hay dos ó tres. Todo lo demás huele a rock, a analógico, a instrumentos tocados, que es lo que realmente me gusta.
¿Retomarás en un futuro esa idea de sacar un álbum entero con una banda?
Si encuentro una banda que sea algo más que guitarra, bajo, batería, teclados,… que tenga vientos, que tenga cuerdas, más que una banda una orquesta, que tenga más elementos para jugar y algún conocimiento sobre rap, un toque negro, que yo me encuentre cómodo con ellos y, sobre todo, tiempo, por supuesto que lo haré.
¿Cómo está recibiendo esta apuesta rockista el sector más purista del hip hop?
No me importa. La verdad es que tampoco lo sé. Intento estar al margen de esas cosas. Tanto negativas como positivas. No me gusta. A la larga es malo. Veinte diciéndote que eres Dios, que eres la bomba, y cuatro diciendo que eres una mierda y que te has vendido, lo único que hacen es ensuciarte un poco la cabeza a la hora de crear. Te puede condicionar. Por eso, prefiero no leer el Mondo Sonoro, El País o cualquier medio que hable de mí, tanto por si me da bajona al ser negativo, como por si me relajo con demasiados halagos.
“78” es, también, tu disco con mayor presencia flamenca. ¿Por qué las colaboraciones de Andreas Lutz (O’Funk’illo) y El Canijo de Jerez?
Andreas fue uno de mis héroes cuando yo era pequeño. Entonces y ahora me ha gustado muchísimo el metal, el rock,… y Andreas lo combinaba eso con el flamenco, el funk,… era una locura. Yo recuerdo haber escuchado mucho a O’Funk’illo. Además es de mi ciudad, nos conocemos, nos hemos visto en mil sitios y nunca habíamos hecho nada juntos. Así que lo hicimos.
A El Canijo lo había visto en festivales, en conciertos, habíamos coincidido y siempre me ha caído muy bien, tenía charlas muy interesantes con él, y me encanta su forma de tomarse la música. Es un tío muy vivo, con muy buen rollo siempre, sin maldad ni postureo. Como quería meterlo más flamenco al disco, creí que era un buen momento para que colaborara conmigo. En ese tema, además María Luna hace unos coros impresionantes.
En una canción, «Robocordones», hay un pequeño guiño a Las Grecas, aunque tu música siempre se asociaría más a Los Chichos o, incluso, a Los Chorbos. ¿Utilizar un sample de ellas era equipararlo a cuando en Estados Unidos un rapero hace lo mismo con algún músico clásico de allí?
Es exactamente eso lo que quería. Ni más ni menos. Yo no soy alguien que escuche a Las Grecas, pero es la música de toda una generación de esta tierra y representan a mucha gente. Fue un estilo musical propio. Los estadounidenses están todo el día sampleando sus raíces, soul, jazz, funk, ¿por qué no hacerlo nosotros también con las nuestras?
El disco incluye dieciséis canciones y un interludio y una nómina de colaboradores muy extensa. ¿Cómo decides quien participa en cada tema?
Pido instrumentales a mucha gente y las voy guardando en una carpeta, que puede llegar a tener, perfectamente, unas doscientas. Me voy al estudio a trabajar y llevo una idea, o parto de cero, o simplemente llevo algo escrito,… abro la carpeta y voy abriendo los archivos a ver como entran ese día. De repente hay una que me detona algo en la cabeza y con esa empiezo a trabajar, aunque puede que a mitad salte a otra. Después si necesitan arreglos se las llevo a Pablo Cebrián, le doy algunas indicaciones y él ya les mete guitarras, bajos, saxofón en una canción.
Una vez más las letras están muy trabajadas. En este disco, las referencias cinematográficas son numerosísimas, bien porque citas títulos, frases, actores o personajes.
El cine es básico en mi vida. Todos los días veo una película. Todos los años intento ir al Festival de Sitges. Me encanta el cine de terror y ciencia ficción. Cine y literatura es lo que más consumo. Es como hace Vila-Matas. Él en sus libros siempre está hablando de otros libros porque quiere llevarte a una idea y lo consigue. Y en el camino, te enseña el trabajo de los demás.
Hay letras con muchas referencia a sucesos o personajes actuales (Bárcenas, Risto,…), ¿no tienes miedo a que queden desfasadas dentro de unos años?
No, ningún miedo. Tampoco sé trabajar de otra forma. Y no creo en esas supuestas temáticas eternas que nunca mueren. ¿Cuales son? ¿El dinero? ¿El paso del tiempo? ¿El amor? ¿El desamor? Hay diez mil millones de personas hablando de eso y ya está todo dicho. No tengo nada que aportar al tema del desamor. Además, es que no lo vivo, tengo la suerte de que estoy estable con mi pareja. Me parece que es más importante hablar de las barbaridades que ha hecho Fabra o el PSOE en los último veinte años. O nombrar a el pequeño Nicolás, aunque el año que viene nadie se acuerde de él, porque pasado un tiempo quien se acuerde o tire de hemeroteca, verá lo miserables y sabandijas que fuimos en este país que le dimos cobertura mediática a un ser despreciable como ese. Narro lo que me encuentro en ese momento y no me preocupa que caduque.
El año que viene se cumplen diez años de “Un tipo cualquiera”, tu primer disco. Si miras hacia atrás, ¿qué ves? ¿En qué ha cambiado Tote King musicalmente hablando?
La música entonces era el reflejo de cómo me encontraba. Y yo, hace diez años, estaba hecho polvo. En el 2006 vivía, de alquiler, en un piso minúsculo de Granada. No tenía ni un duro en el banco. Tocaba en algunos sitios, pero ganábamos poco. Peleas eternas con mis padres porque no querían que me dedicara a esto. Estaba en quinto de carrera, pero sabía que no tenía ningún futuro y que acabaría en una bolsa de trabajo para dar clases de inglés en un instituto de un pueblo de mala muerte, haciendo sustituciones para ganar puntos y conseguir, con suerte, una plaza en Sevilla en siete años. Vamos, lo que veía en mis compañeros. Mis letras eran más depresivas y desesperanzadas. A partir de ese disco, me fue bien, gané mucho dinero, me compré una casa y mis preocupaciones desaparecieron en ese sentido. Mis padres se quedaron tranquilos de que no me fuera a quedar tirado en la calle. Y eso se fue notando en la actitud de mis letras en los siguientes discos. Sigo siendo un tío que mete caña y critica lo que no le gusta, pero estoy más alegre.