Llum. Foto: Juan Limousine.

Siete años han pasado del primer disco de Llum, Limelight. Pero durante todo este tiempo, Jesús Sáez no ha parado de hacer música. Con The Standy Connection, con Marieta Ganduleta… esperando el momento, con esa calma que transmite, con esa pasión que contagia cuando habla. Este 2020 tan extraño se publicó Los años líquidos (Discos de Paseo), con el que definitivamente se pasa al castellano y sigue declarando su amor a la música, sin etiquetas, con las buenas melodías y el buen gusto como único pasaporte.

Llum suenan más a grupo y la banda que ha reclutado tiene mucho de culpa: Pau Aracil, Pablo González, Ernest Aparici y Toni Blanes. No son los únicos colaboradores del disco, la nómina la completan Xema Fuertes y Cayo Bellveser a la producción; Matthew Barnhart a la masterización; Levi Corrales, Hugo Mas, Marc Ribera y Sandra Ferrer poniendo sus granitos musicales y vocales; y Virginia Lorente al diseño de esa doble portada en 3D que necesita de gafas para poder ser disfrutada en su inmensidad. La de un disco al que entramos de la mano del mejor guía posible, el propio Jesús, con el que atravesamos el espejo de Los años líquidos.

Mi nombre es Jesús Sáez, y soy cantante y compositor en Llum. Llevo adelante diversos proyectos musicales, pero puede que éste sea el más personal de todos (aunque no lo tengo claro, sinceramente). Nunca me gustó la palabra artista: tenía la sensación de que guardaba un espíritu elitista y la intención de separar clasistamente unas personas de otras. Una manera de que aquellos que necesitan sentirse por encima de los demás, obtuviesen un título que ellos mismos se pudieran otorgar. Puede que en algún momento fuese así, puede que algunas personas aún lo vean así. Pero para mí, a día de hoy, es una palabra que representa una lucha: la de aquellas personas que buscan la creación de belleza, conseguir que las cosas (y las personas) se autodefinan como únicas y especiales, la socialización de la felicidad. Una lucha que se ha vuelto más encarnizada que nunca, la lucha contra la indiferencia y el aislamiento, contra la ignorancia. Hay arte en infinitos sitios: en la música, el cine, la literatura, la arquitectura, la naturaleza… claro, y también en la cocina, en la sanidad, en la educación, en la electricidad… Por eso, afortunadamente, no veo al artista ya como una profesión, como una figura a la que adorar e idolatrar, sino como una actitud vital.

Acabamos de sacar Los Años Líquidos, un disco que ha supuesto mucho esfuerzo y cariño, que cuenta con la ayuda y la colaboración de un montón de personas maravillosas, y con el que creemos que hemos crecido mucho como artistas. Hace unos años, en la prehistoria de Verlanga nos pidieron que hiciéramos una especie de descripción de nuestro primer disco, canción a canción, y lo hicimos a base de una especie de descripción de imágenes inventadas llenas de referentes. Vamos a ver que nos sale ahora, cambiando imágenes por historias. No se alarmen, son solo 8 canciones.

1- Perdedores

Una partida de póker entre Beck, Stuart Murdoch (Belle & Sebastian) y Donovan. Ninguno quiere ganar la partida, porque la única manera de conseguirlo es haciendo trampas. Se miran, nadie se fía de nadie. Pasan las horas, pero no hay apuestas. Al final, como siempre, gana la banca. Afortunadamente, en ese momento final frustrante, en que todos se miran decepcionados, pensando que igual alguien tendría que haber hecho trampas, aparece Lou Reed armado y escondido bajo una mascarilla estampada con el lema “Waiting for my man” y se lleva todo el dinero. Se lo gasta esa misma noche en drogas y alcohol, excepto una parte que la dona a la Asociación de Adictos al Yoga y el Tai-Chi.

2- Nada Más

Todd Rundgren se ha retirado a vivir en una cueva, perdida en la montaña. Espera que llegue Ringo Starr. Le ha dicho que pronto se uniría a él, para vivir el resto de sus días juntos, en armonía con la naturaleza. Mientras espera, en los alrededores cultiva coles y cebollas, patatas y lechugas, todo ecológico. Pero los días pasan y Ringo no aparece. Un día hay una enorme tormenta. Una especie de tempestad melódica: los rayos y truenos parecen ir acompasados, lo que los hace mucho menos temibles. En la oscuridad aparecen cuatro músicos, como si fueran los cuatro jinetes del apocalipsis. ¡Han venido los Beatles al completo! Para nada, son Dire Straits. Rundgren se vuelve a la ciudad, donde recibe postales de Ringo desde Honolulu. El cartero es Nick Lowe. Todavía no sabemos si las cartas son auténticas o las escribe Nick.

3- Centro de Atención

Buster Keaton está apoyado en la barra de un viejo bar de un pueblo perdido por el desierto de Arizona. De repente, se sientan junto a él Isobel Campbell y La Bien Querida, una a cada lado. Las dos le piden que les invite a beber algo, cada una en su idioma. Buster, intimidado, se bebe su cerveza de medio litro de un trago, y sale, cabizbajo, del bar. Se sube el coche, y conduce hacia el siguiente pueblo mientras se pregunta por qué siempre le pasa lo mismo.

4- Peccata Minuta

Jonathan Donahue (Mercury Rev) va al banco a pedir un préstamo para sacar su próximo disco. Se lo deniegan porque, según el cajero, están arruinados tras haber financiado el último disco de Arcade Fire. Jonathan quiere hablar con el director de la sucursal. Le llevan a una sala donde se celebra una fiesta de cumpleaños. Hay tantos globos, que apenas se puede ver dentro de la habitación. Bowie sale de dentro de una enorme tarta de tres pisos, con el traje del Thin White Duke. “Enhorabuena Jonathan” le dice. “Has hecho un gran disco. Pero si te dan el dinero para sacarlo, lo harán bajo el nombre de The Strokes”. Deciden quedarse juntos de fiesta, entre gusanitos y sandwiches de Nocilla. El disco se convierte en el Smile de Mercury Rev. Se almacena en una gran nave. A la entrada pone “aquí yacen todos los “Smile””.

5- Extraordinaria

Una reunión de compañeros de colegio de la generación de 1977. Beth Gibbons entra por la puerta del restaurante, una especie de salón de bodas con aspecto rancio. No sabe muy bien por qué dijo que iría. No reconoce a nadie. Tampoco se acuerda de sus nombres. Y por lo visto, nadie se acuerda tampoco de cómo la trataban durante los años de escuela, como si el tiempo pasado ya fuese una disculpa en sí mismo, y saludarte como si no hubiera pasado nada fuese una declaración de intenciones. Todos visten igual. La idea de tan solo tener que quedarse allí se hace insoportable. Beth grita un contundente “Que os jodan” y se va por la puerta. Todos aplauden.

6- Las Noches

Una pista de baile, con bola de espejos y todo. Todo el mundo hace el mismo paso, en plan twist, pero sin demasiada destreza. Entre los bailarines se encuentran Morrissey, Robert Smith, Diana Ross y Katrina Leskanich (la de Katrina & The Waves). Todos al perfecto unísono, se congratulan de la gran canción que han compuesto, y como la baila todo el mundo. Al fondo, en una silla, Iggy Pop está borracho, con una enorme sonrisa, como la que lleva en la portada de Lust For Life. Allí mismo, acaba de componer un hit, lo sabe. Dice que se llama Be My Baby.

7- A veces ciclón

Bruce Willis se encuentra atrapado en el personaje que hizo en Pulp Fiction. Tiene otros más famosos, pero sabe que nunca volverá a hacer algo tan bueno. Por eso, trata de repetir aquella historia constantemente, y busca un jefe mafioso al que estafar. Le llevan a un gran teatro. El telón se levanta, y sobre un enorme trono, aparece Edwyn Collins. De pie, al lado, apoyando su mano sobre el hombro de Edwyn, está Nick Cave. Llevan bermudas floreadas naranjas, a juego. Bruce había oído hablar de bandas peligrosas en la ciudad, como The Rolling Stones, The Kinks, Procol Harum o The Lovin’ Spoonful. Pero lo que había ante él le parece absolutamente aterrador. De esta no podrá salir.

8- El tiempo se nos acabó

Un tren viaja por una enorme explanada. Para un momento, suelta un vagón, y sigue adelante. De dentro del vagón aparece Sergio Algora (El Niño Gusano), que se asoma por la ventana, mientras ve alejarse el tren. Silba una canción tranquila, desenfadada, mientras coge su maleta del guardaequipajes, y saca su pijama y una foto de Maria de Medeiros. Enciende una pequeña lámpara y se acomoda reclinando dos asientos, esperando a que se ponga el sol, algo que nunca ocurre. “Menos mal que compré billete de primera clase”, piensa.