Convertida la Movida, en nuestros días, en un punching ball por un grupo de presuntos teóricos integrales, tal vez sea necesario recordar que fueron unos años (independientemente de cómo acabara derivando el asunto) de una efervescencia creativa realmente interesante. No se trata de hacer un cansino ejercicio nostálgico o de chauvinismo, sino de certificar lo que ocurrió en todas las vertientes artísticas, especialmente en la música. El otoño de 1982 fue extraño (el PSOE ganaba las elecciones generales y el Papa visitaba España) y triste (murieron Josep Renau y Jacques Tati), pero también la estación en la que nació, en Valencia, «Estricnina», un fanzine hecho por Rafa Cervera.
Fueron sólo tres números, que ahora se recogen en un cuidado volumen editado por Efe Eme. Una recuperación necesaria para entender la historia más reciente (¿qué son treinta años?) y palpar la inmediatez del momento. «Al reactivar las colecciones de libros de Efe Eme, hemos estado pensando en títulos especiales, curiosos y también que agrupen piezas del pasado. Con rapidez caímos en la cuenta de «Estricnina». En el mercado anglosajón ha sido frecuente que se recogieran textos de fanzines desde los años sesenta, o directamente reproducciones de los mismos. Los fanzines son parte esencial de nuestro legado musical, pero por sus tiradas cortas y escasa distribución siempre le han llegado a poca gente. Y, desde luego, entre los más legendarios de los ochenta está «Estricnina», del que surgió Rafa Cervera, uno de nuestros periodistas imprescindibles», explica Juan Puchades, máximo responsable de Efe Eme.
Una idea que cogió al propio Cervera «por sorpresa. “Estricnina” es algo que hice entre los 18 y los 20 años, un acto de puro divertimento, algo vocacional. Es algo que no me había planteado jamás. A raíz de empezar a colaborar en «Cuadernos Efe Eme«, Juan Puchades me lanzó la idea. Yo le dije: “Gracias, me siento muy halagado, pero… ¿estás seguro?”. Cuando volvimos a hablar del tema le pregunté lo mismo y como la respuesta fue de nuevo que sí, ya no discutí más. En esta ciudad, en esta profesión y en este país no estamos muy acostumbrados a que se valore el trabajo ajeno con objetividad, a menudo interfiere algo cuando se trata de otorgar un cierto reconocimiento. No es que piense que yo lo merezca, pero si algo de lo que he hecho lo merece, entonces es lícito aceptarlo y reivindicarlo. Que un periodista de prestigio y con una trayectoria como la de Puchades, que ha sido fundamental para poner en valor la música en castellano, considere que este libro tenía que hacerse me parece un gran elogio».
El resultado es un libro con la reproducción facsímil de los tres números que salieron de «Estricnina», prologados por un texto de Cervera en el que contextualiza el entorno personal y musical en el que surgió la publicación y acompañado todo de unas impagables fotografías sobre algunos de los protagonistas (Bernardo Bonezzi, Pedro Almodóvar, Edi Clavo, Santiago Auserón o una estupenda sesión con Ana Curra) de aquellos años.
Pero si solo se tratara de una reliquia arqueológica apenas tendría interés. «Estricnina» ha conservado después de todos estos años, validez periodística. «Ha envejecido como han envejecido los fanzines: con ese aspecto demencial que tenían, de diseño abigarrado y fotocopiado, que, desde la aparición de programas informáticos de diseño, tan raro se nos hace. En la parte periodística sirve para comprobar el espíritu transgresor de la época, pero lo que alucina es que más allá de la frivolidad de algunos de sus textos breves, la mayoría de los artículos tienen un poso importante: en «Estricnina» había voluntad de tomárselo en serio, de hacer periodismo. Sospecho que de haber seguido adelante, habría acabado por ser una excelente revista mensual», matiza Puchades.
Leyendo «Estricnina» es fácil hacerse una idea de la escena musical entre 1982 y 1984, tanto a nivel nacional como local, porque las páginas dedicadas a lo que ocurría en Valencia no son pocas. Eso sí, Cervera disparaba con bala en su ciudad. «Era todo bastante provinciano. Valencia por aquel entonces no era esa ciudad moderna que muchos insisten que era. La modernidad estaba en el barrio del Carmen y el Carmen es tradición sobre todo. De repente te ponía de muy mal humor que un enterado de pacotilla quisiera juzgarte a ti o a tus amigos. Eso sí que no, ni en 1982 ni ahora». Por sus páginas desfilan Glamour, Interterror, Fanzine, Última Emoción, Betty Troupe o Sade, entre otros. Además, de comentarios vitriólicos y punzantes hacia todo aquello que el autor relacionaba con el postureo. «Por un lado animó la escena valenciana, tan peculiar desde siempre, y la dotó de entidad, pero además la puso, de igual a igual, en el mapa con los grandes nombres nacionales e internacionales del momento. En ese sentido fue capital. En todo caso, hay que pensar que «Estricnina» fue un fanzine de referencia a nivel nacional, de los más destacados, sino el que más. E intuyo que se debió a ese intento por hacer las cosas bien, con criterio y sentido que encontramos en sus páginas. Además del empuje juvenil de Rafa, que aprovechaba sus visitas a Madrid para meterse con su grabadora y su cámara en los locales de ensayo, persiguiendo a los creadores más rompedores del momento», añade Puchades.
El libro (que sólo se puede adquirir desde la tienda online de Efe Eme, eso sí eximido de gastos de envío) no puede esconder que es hijo de su tiempo, y en los textos y entrevistas quedan todos retratados. Rafa Cervera empleando un tono gamberro, atrevido e, incluso, chulesco, «propio de la soberbia del adolescente que ha crecido empapándose de la actitud de sus ídolos, de la rebeldía y el hastío (eran tiempo duros para la música pop en este país) de los artículos de los periodistas musicales a los que seguía. Si lees otros fanzines, ese tono, u otro similar, era el habitual. Se trataba de decir lo que te apetecía y en la crítica rock, durante mucho tiempo, ha existido esta especie de regla no escrita que dice que para hablar bien de algo debes poner a parir a alguien. «Estricnina» exacerbaba eso», matiza el autor. Y los grupos, regalando titulares en cada frase de sus respuestas, algo bastante alejado de la realidad actual. «En aquella época las cosas eran distintas. La gente no se callaba, soltaba lo que pensaba. Era una manera de marcar terreno. Todo el mundo lo hacía. Los grupos hablaban bien de otros grupos si eran amigos, y a veces ni eso. En Madrid las lenguas estaban muy desatadas, pero después no era más que una escenificación, no era real. Era pose. La táctica de los hermanos Gallagher antes que los Gallagher, aunque en el caso de Liam no era solo una escenificación, es así de tarugo».
Pero que el párrafo anterior no lleve a equívocos. La vigencia de los contenidos es total convirtiéndose en una fuente de documentación de esa época importantísima. La lectura del libro es como un viaje en el tiempo presencial. Especialmente las imprescindibles entrevistas a primeras espadas de la Movida como Carlos Berlanga, Alaska, Eduardo Benavente, Glutamato Ye-yé, Radio Futura, El Zurdo, Ana Curra o Gabinete Caligari, pero también a otros grupos a los que la suerte les fue esquiva (injustamente) como Monaguillosh o Esqueletos. Y en ello, tiene mucha culpa Cervera, porque al margen de esa actitud que mencionábamos (y algunos devaneos hacia el cotilleo que hoy resultan inocentes), sabe cómo conducirlas y qué preguntar. «Planteaba las entrevistas como charlas, porque es lo que hacían en publicaciones como «Andy Warhol’s Interview» y «Punk». Yo me lancé a hacer entrevistas con el único background de haber leído muchas. No estudié periodismo, aprendí mi trabajo así, echándole jeta, preguntando y escribiendo. Me alegra que pienses que las entrevistas tienen vigencia. No puedo decir nada más y no es por falta modestia, es que ¡hace 30 años que no las he vuelto a leer! Y de momento prefiero no hacerlo…».
«Estricnina» también se hacía eco de la música a nivel internacional. The Cramps, Plasmatics, Lydia Lunch, Adam Ant, John Cale, Bauhaus o un dossier sobre David Byrne se van sucediendo. Algunos de esos artículos o entrevistas llevaban la firma de periodistas ya consagrados, unas colaboraciones de lujo que también vale la pena repasar. «Para mí era un orgullo entonces contar con esas firmas. Ahora lo es más todavía porque es un valor que ha crecido con el tiempo. Veo el relato de Santiago Auserón y me parece increíble que esté ahí. Y lo mismo con las aportaciones de Diego Manrique, Ignacio Julià o Jaime Gonzalo, aunque he de decir que con estos dos últimos la relación epistolar y telefónica era tan intensa que los pobres no tenían escapatoria alguna».
La mili, como ocurrió con muchos grupos de la época, marcó el final de la publicación. Cuando Rafa volvió a Valencia (la hizo en Pontevedra) se puso a trabajar en un programa de radio y como reconoce en el texto introductorio del libro, el fanzine ya había cumplido su ciclo lógico. Poco más de treinta años después de su último número, «Estricnina» vuelve a envenenar al lector.