Víctor Coyote (Tui, 1958) siempre ha seguido su propio camino. Lo hizo cuando abrazó la fe latina con Los Coyotes, abandonando sus inicios psychobilly. Eran unos rara avis en una Movida más interesada en seguir los cánones anglosajones o en vivir aceleradamente, que en mirar al otro lado del charco. Su carrera en solitario ha seguido el mismo rumbo. El último capítulo de la misma es, por ahora, «De pueblo y de río» (Eureka Records, 2014), un álbum de versiones de pueblo (como le gusta decir a él), que cuenta con las colaboraciones de Rita Braga y Pía Tedesco. Pero Coyote no solo es músico, es un artista multidisciplinar. Lo podéis comprobar hasta el 21 de abril en la estupenda librería Estudio 64, donde se puede visitar una exposición centrada en sus trabajos como cartelista.
Pasan los años y con cada disco se sigue cumpliendo aquello de que eres un adelantado a tu tiempo. ¿Cansa esa sensación?
Bueno, yo ya no tengo la sensación de ser un adelantado a mi tiempo, porque nada de lo que he hecho ha suscitado interés al final. Quiero decir que para ser adelantado a su tiempo, después el tiempo te tiene que dar la razón. A mí no me la ha dado en absoluto. Hoy en día la música joven, salvo excepciones, sigue siendo igual de imitadora de lo anglo que en mis tiempos. Lo único que sí ha cambiado es la corrupción política. Ahí sí que he sido adelantado a mi tiempo: nos parecemos mas a Latinoamérica que a Europa (exceptuando Volkswagen).
Al mismo tiempo parece que siempre haces la música que quieres sin tener en cuenta ningún aspecto exógeno a la misma. Basta escuchar algunos de tus últimos discos para comprobarlo. El lado más experimental de «Lucha de migajas», el costumbrismo de «Dos años luz y cuarto» o el recogimiento de «De pueblo y de río». ¿Es necesaria esa absoluta libertad creativa para hacer música?
No, yo no tengo libertad creativa. Nadie tiene total libertad creativa. Ni Miguel Angel cuando pintó la Capilla Sixtina, ni Kubrick cuando rodaba. La libertad creativa está sobrevalorada. Los arreglos de mi último disco han estado completamente condicionados por una escasez de pasta debido a la crisis. Lo bueno es negociar eso para que salga un gran disco.
«De pueblo y de río» es tu último trabajo hasta la fecha. ¿Fue intencionado ese giro hacia un entorno más rural, más de pueblo, frente al aire más urbanita que salpicaba las letras del anterior, «Dos años luz y cuarto»?
Sí. Yo en este disco me siento muy de pueblo, muy de Tui. Muy de río, muy de Tui. Harto de las “vernisages”, como decía Jimmie Rodgers en «Miss the Mississippi and you», o sea “Me faltan el río y tú”.
¿Qué criterio seguiste para escoger las canciones que versioneas en «De pueblo y río»?
Unas canciones las tenía elegidas, eran canciones que me gustaban mucho de siempre, o de no tan siempre, como “Debaixo dos caracois” o “Río de lágrimas”. Otras las busqué en internet a ciegas, deseando encontrar canciones nuevas que me sorprendieran como “Love Letters” o «Egoísmo”. Las demás ni una cosa ni la otra, algo intermedio.
¿Tuviste que descartar alguna porque no conseguías llevarla a tu terreno?
Yo puedo llevar todo a mi terreno. Todos pueden hacerlo, pero no quieren.
¿En qué medida afectó al disco el hecho de que se grabara en Seixas (Portugal) y Córdoba?
En que en los dos sitios hay río. Pero no creo mucho en el turismo. De todos modos, tanto el estudio de Seixas de Marco Lima, como el de Fernando Vacas en Córdoba, son estudios excelentes y muy de pueblo. Eso debe de haber influído.
Aunque sea un término que, últimamnete, está sufriendo cierto maltrato, ¿te reconoces en la figura del crooner?
Crooner de pueblo. Exactamente, con la elegancia de pueblo y con la calidad de alguien que canta en un pueblo y no en el Carnegui Hall o como se diga.
El álbum contaba con la producción de Pablo Novoa, con el que ya habías trabajado varias veces. ¿Qué aportó él al disco? ¿Crees que es necesaria siempre la visión de alguien externo?
No siempre es necesaria. Prince demostró que no. Pero yo no soy Prince. Y Pablo casi lo es. Funcionamos muy compenetrados, con las cosas muy claras, a pesar de la fama de “¿de que se trata?, que me opongo” que tengo yo. La claridad consistía en: Yo definía concepto, armazón, canciones e intenciones del disco y Pablo ajustaba finamente (como él sabe) la musicalidad y el acabado final sonoro. Yo admiro a Pablo y Pablo me admira a mí, aunque esté mal que yo diga esto último, y eso facilita las cosas.
¿Cómo llevaste a cabo la selección de las colaboradoras en el disco? ¿Qué buscabas con el contrapunto de alguna voz femenina?
Bueno, no hice muchos castings. Simplemente busqué dos cantantes que se llamaran como mis dos hermanas, que son de mi mismo pueblo y de mi mismo río. Escoger a una portuguesa para cantar una de Amália Rodrigues es algo que es doblemente lógico por la canción en sí y porque a mí me encanta Portugal. Los de Tui y los portugueses estamos condenados a entendernos. A Pía la ví en Madrid en uno de sus primeros shows y me gustaron mucho sus adaptaciones al castellano de clásicos del cabaret. Además de ser una excelente cantante.
Es un disco en el que aunque en algunas letras flote cierta tendencia al melodrama, transmite una invitación al disfrute de la vida, una constante en tus canciones. ¿Fue buscado casual?
El sentimiento latino parece condenado a eso. “Yo, el extraño”, es una canción superdramática, pero al ser griega siempre se interpreta en una clave menos dramática e incluso menos seria por no ser anglo. Es como si la gente pensara: “Es un drama, pero siempre le queda irse a una playa entre pinares y columnas griegas”. Por otro lado, sí es verdad que en el sentimiento más latino parece que siempre hay un escape, aunque sea el cabreo, el despecho, el drama alcohólico o que pase alguien que te guste en ese momento.
Suele ser habitual que uno descubra o disfrute más determinados sonidos (cercanos geográficamente o con influencias de ello) a medida que se hace mayor y va dejando en los cajones los absurdos prejuicios. Tú, sin embargo, ya con Los Coyotes los defendías.
Eso no me parece una cuestión de edad. Con la edad, uno se vuelve mas mainstream aún. Aunque busca el mainstream de la “calidad intelectual”. Le gusta más Franco Battiato y esas cosas hinchadas de calidad. No conozco a ningún persona mayor que le guste el reggaetón. Y a jóvenes sí, por ejemplo los tronistas de «Hombres, mujeres y viceversa». Que por cierto, muchas veces no tienen mucho que envidiar intelectualmente a los “debatidos oficiales que están en todas las cadenas” de las tertulias serias.
«Mujer y sentimiento», de Los Coyotes fue elegido en el puesto 23 en la lista de Los 100 Mejores Discos del Pop Español de la revista Efe Eme. Y el 59 en la de Los Mejores Discos Españoles del siglo XX de Rockdelux. ¿Qué valoración haces de ello?
Está sobrevalorado.
Ser un artista multidisciplinar, ¿responde más a unas inquietudes artísticas o a una cuestión de supervivencia económica, o un poco de ambas?
A Papá y a Mamá.
Dentro de estos «otros» trabajos hay uno relacionado directamente con la música, que son tus carteles de conciertos. Muy elegantes, distintos, pero dentro de una mismo estilo personal, ¿cuál es tu intención cuando los diseñas más allá de su utilidad como información del evento en cuestión?
Hay una convención en la música popular de masas-surgida del rock de estadios-que odio. Se trata del tradicional grito de cantante: «¡Buenas noches San Millán de la Cogolla!», dicho micro en mano y bien chillar. Me parece fácil, pelota y, lo que es peor, trata de enmascarar la amabilidad a base de un intento patético de grito de revolucionario jubilado. La intención de mis carteles de conciertos es conseguir un acercamiento amable y riguroso a los sitios donde toco. Filtrado, naturalmente, por mis intenciones y posibilidades como cartelista. Los motivos que suelen aparecer en ellos (la ría de Vigo, las antiguas piscinas públicas de Logroño, el cardo navarro, el antiguo astillero de Bueu) intentan una relación con los lugares menos mesiánica, rockista y energúmena que el tradicional «¡Buenas noches San Millán de la Cogolla!». Sustituyendo San Millán de la Cogolla por el nombre de tu pueblo.
¿Cómo surgió tu libro infantil «Tío Budo»? ¿Fue un encargo de la editorial Fulgencio Pimentel 0 una propuesta tuya?
Fue una propuesta mía a Fulgencio Pimentel. Los cuentos para niños tienen dos ventajas: que son para todo el mundo y no sólo para niños, y que no te exigen entregar 500 páginas como pasa en la novela gráfica. Yo no puedo dedicarme a una novela gráfica porque no sobreviviría, quiero decir que no tendría para comer si me dedico sólo a dibujar una novela gráfica. Y no digo que no haya gente que no pueda hacerlo y que no sean cojonudos. Yo no puedo.
Otra joya de tu producción es «Servilleta de bar», un sincero homenaje a los bares de toda la vida. ¿Nació la idea en un bar? ¿Hay detrás de ese proyecto mucha residencia y visitas a bares?
Sí. Muchas visitas a bares. Desde siempre, como siempre y como todos. A mí me gustó mucho hacer ese librito.
Ilustraste, hace poco, la portada del estupendo «Tantas mentiras», de Paco Inclán. ¿Es la cubierta de libro un soporte que te interese especialmente?
Fue un encargo. Y los encargos a veces son tan maravillosos o mas que lo que tú proyectas. Este encargo por lo menos lo fue.
¿Tu libro «Cruce de perras y otros relatos de los 80» hay que entenderlo como el relato de una época, como un ajuste de cuentas con el pasado, como la respuesta a la próxima pregunta en una entrevista sobre la Movida o como un simple y puro ejercicio literario?
Un libro de cuentos basado en hechos reales. Pero de pura ficción.
Circulan varias versiones sobre lo que dijo Joe Strummer después de escuchar «Cien guitarras», de Los Coyotes ¿Cuáles fueron, exactamente, sus palabras?
Dijo: «Lo que yo he intentado decir en un triple álbum, este tío lo ha dicho en una canción».
¿Estabas presente cuando lo comentó?
No, no estaba presente. Pero creo que fue así.