Probé por primera vez las arepas en casa de mi compañera, y sin embargo amiga, Yelitza. Por supuesto, ella es de Caracas y su madre practicó en la cocina las pequeñas tortitas elaboradas con harina de maíz que se han de tomar tan calientes como los dedos resistan. Las arepas están buenas sin más aditamento pero rellenas ya alcanzan la categoría de bocado delicioso.
Cerca de la plaza de la Virgen en una calle pequeña y estrecha que serpentea y que lleva el precioso nombre del Peso de la Harina, si dejas de mirar hacia arriba a los edificios, entrarás por la puerta trasera a Maracaibo Olé (el olé como peaje al extranjero por las dosis pertinentes de paella que también ofrecen). Las puertas de atrás son de lo más interesante. Te acomodas en las mesas de la terraza que dan a la ventana de la cocina, y es en ese preciso momento voyerista cuando compruebas que no estás en un restaurante. Es una casa particular de venezolanos que practican una sencilla y exquisita comida casera. Un lugar en el que la harina sí que importa. Uno no elige las calles, son estas las que le seleccionan.
Puedes empezar por unos tequeños o deditos de queso con salsa tártara casera que parecen puritos habanos enrollados. Y, por supuesto, continuar con las ricas arepas rellenas de aguacate, carne mechada o chorizo picante. Para a continuación, darle buena cuenta a cualquiera de los patacones de carne (plato típico de Maracaibo) que están en carta; una especie de sándwich gigante en el que el pan es sustituido por dos rodajas de dulce y tierno plátano verde frito aplastado que va relleno, por ejemplo, de especiado pollo al curry con verduras. Una suave piña colada acompañará la comida, porque no hay que dejar los cócteles para el final. Llegados a este punto, si el cuerpo aún aguanta, los postres también caseros como la tarta de tres leches, el golfito (rollo de canela) o el volcán de chocolate, harán el resto. Dicen de Maracaibo que es una de las ciudades más calurosas de Venezuela, y a la vez, donde más frío se pasa por el número de aires acondicionados. Pero no es por el clima, es por el patacón.
Este artículo fue originalmente publicado en el numero ocho de la newsletter Paladar que, todos los jueves, llega al correo de sus suscriptores. Para apuntarse gratuitamente ir aquí.