Para apreciar un buen bocadillo de calamares hay que haber quemado mucha rueda antes. Rebozados rococó, interiores de chicle, aros sin sabor que bien podrían ser cualquier otra cosa, bocados que saben a por ejemplo merluza por frituras anteriores, panes blandiblup… solo con ese rodaje previo se está en condiciones de reconocer la excelencia.
El del JM la borda. El JM es un bar de barrio, del de Mont-Olivet, con magnífico producto (compran en la pescadería de su calle) que, además, saben cocinar. Tienen el local de siempre, otro bajo habilitado como comedor al lado y una animada terraza en la acera de Pere Aleixandre. Nosotros lo descubrimos hace años gracias a aquel maravilloso proyecto que fue Escabeche Magazine.
Su bocadillo de calamares es un hit, un imprescindible. La mezcla se deshace en la boca, el rebozado se integra en el sabor lejos de ser una barrera arquitéctonica, el pan lo realza todo. Ante la grandilocuencia pantagruélica de esos bocatas XXL que más que almuerzos parecen promesas y que rara vez están apetitosos, aquí tiene la medida justa, la que te deja un buen recuerdo en el paladar, pero no grumos de cemento en el estómago. Solo evocarlo dan ganas de volver.