En Verlanga, desde el primer día, hemos considerado la gastronomía como una disciplina cultural más. Y como en cualquier arte, también en ella, hay estilos, técnicas y propuestas de las más variadas. Los protagonistas de nuestro Vis a Vis así lo certifican. Antonio (Pata Negra) y Víctor (Samsha) representan dos maneras diferentes de trabajar en los fogones. Pero a ambos les une su pasión por la cocina. Quedamos en el restaurante del primero a conversar sobre eso y mucho más.

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Antonio Hernández (Pata Negra) y Víctor Rodrigo (Samsha) Fotos: Eva M.Rosúa

Antonio Hernández practica desde su restaurante, Pata Negra, una interpretación de las recetas, digamos, más tradicionales añadiéndoles su toque personal. Cocina tradicional inquieta podríamos denominarla. Su entusiasmo es contagioso cuando habla de platos, productos, bebidas o música. Dan ganas de pedirle una de esas bravas que tan bien sabe hacer y estar horas escuchándole.

Víctor Rodrigo es un creador nato. Parece que su cerebro le exija retos continuamente. Y su restaurante Samsha es el mejor de los lugares para llevarlos a cabo. Delante de un plato vacío es como un pintor ante el lienzo en blanco. Sus ideas no tienen límite. Su cocina está en evolución constante. Y como buen grafitero que fue, su arte es efímero y cada seis meses cambia la carta. Comer en su casa, al menos una vez en la vida, debería estar prescrito por las autoridades sanitarias.


LOS PRIMEROS RECUERDOS GASTRONÓMICOS

Antonio- Yo tengo muchos recuerdo de pequeño. Por ejemplo, cuando mi madre me hacía un huevo frito y era el «huevo príncipe». Freía la clara y la yema por separado y luego lo montaba. Que puede parecer una chorrada, pero para mí era algo especial. Decía: «Hoy comemos huevos príncipe» (risas).

Víctor- Ostras, yo nunca lo había oído.

Antonio- No sé si se lo inventó mi madre, pero a mí me encantaban (risas).

Víctor- Mi primer recuerdo de algo cocinado por mí lo tengo muy claro. Yo le hacía la comida a mi perro (risas). Bajaba a la carnicería y me llevaba los recortes de carne y todo eso. Me ponía un taburete, porque no llegaba arriba de la olla, y le hacía una plasta de arroz con carne y el perro flipaba.

Antonio- Yo lo primero que hice para más gente fueron unas patatas a la riojana. Me regalaron un libro de Arguiñano de recetas y de allí la saqué. Las hice en una casa de campo, con leña, y fue la primera vez que cociné para otros.

Víctor- Un clásico entre los clásicos.

Antonio- De hecho, aún las meto en el menú.

Víctor- El potingue del perro no lo he metido nunca en el menú (risas).

Antonio- Yo me dedico a la cocina porque me gusta comer. Para mí, ir a comer por ahí era un premio. Me llevaban a un bar y yo disfrutaba con todo, con la ensaladilla rusa, con las bravas, lo que fuese. Cuando aprobaba el curso, en lugar de regalarme un patinete o una bicicleta, mis padres me decían «venga, vamos a comer a tal sitio y te pides lo que quieres». Y una cosa lleva a la otra. Te gusta mucho comer y te preguntas si te lo puedes hacer tú en casa. Y esa inquietud es la que me hizo empezar en este mundo.

Víctor- En mi caso, fue diferente. Yo estaba entre Bellas Artes y Hostelería, porque la escuela de Castellón era muy buena, y al final vi que en Bellas Artes iba a tener poca salida y me metí a cocinar. Eso sí, no me enganché hasta que no empecé a buscar mi propio estilo. Al principio era como un oficio, pero luego ya empecé a cogerle gustillo. Pero Antonio ha dicho lo más básico para un cocinero, que le gusta comer. Si no te gusta comer, olvídate de ser cocinero.

Antonio- Totalmente de acuerdo.

Víctor- Es más, yo no cocino lo que no me gusta. Sólo hago una excepción con el chocolate, que no me gusta pero sí trabajo con él. Pero, por ejemplo, el café o la sangre, son sabores que no me gustan y los evito. Ni las ostras.

Antonio- A mí es que me gusta todo (risas). Bueno, el garrofón me cuesta, pero por una cuestión de textura, así como arenosa, que por su tamaño me resulta excesiva.

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OBSESIÓN POR EL OFICIO

Víctor- Me cuesta mucho desconectar. De hecho, cuando salimos a comer algo, a disfrutar, me suelen llevar a comer pizza, pasta o cosas así, que me las como sin pensar mucho, porque sino, se me va la cabeza pensando cómo se podría haber hecho el plato que estoy comiendo.

Antonio- Yo tampoco desconecto, pero de manera distinta que tú. Yo no analizo tanto, más bien disfruto. Es como la música. A mí me da igual ver un concierto de r’n’b, que uno de pop, … me da lo mismo. Veo música en directo y ya disfruto. Si que te quedas con detalles de cómo están hechas las cosas, pero disfrutando al mismo tiempo. Las veces que he estado en vuestra casa o en otros sitios cuya propuesta es radicalmente distinta a la mía, disfruto con todos los sentidos. Pero, al fin y al cabo, es lo que hago coma donde coma. Porque si te tomas una ensaladilla o unas patatas a la riojana puedes apreciar determinados matices, como también lo puedes hacer con platos con una estructura más avanzada.

Víctor- Mi problema es que hay sitios que venden comida muy mala. Entonces, claro, me pongo de los nervios. Cuando me sacan algo que está mal hecho porque no saben hacerlo o porque no les ha dado la gana hacerlo bien es que…

Antonio- Es que cuesta lo mismo hacerlo bien que mal.

Víctor- Es que en esos casos yo me pregunto, ¿para qué? ¿para qué hacen esto? ¿cómo no tienen vergüenza de ponerme esto delante? Así es imposible desconectar.

Antonio- ¿Y lo dices?

Víctor- Lo digo a la gente con la que comparto mesa, a nivel personal. Muy pocas veces les digo directamente que lo que han sacado es una basura.

Antonio- Yo tampoco suelo decirlo. No repito en ese sitio y punto.

Víctor- Hay tanto para elegir. Y en tantos sitios. Mi obsesión llega a planificar las vacaciones teniendo en cuenta los restaurantes a los que queremos ir (risas).

Antonio- Yo es lo primero que miro cuando elegimos destino.

Víctor- Lo que no hago es cocinar en casa. También es verdad que no estoy casi nunca. Yo voy sólo a dormir. Me levanto y me marcho a currar. Y el día que libro nunca estamos en casa. En alguna ocasión muy especial sí cocino, pero no es lo habitual. Cuando lo hago, siento que mi cocina es como de juguete.

Antonio- A mí me gusta mucho cocinar en casa. Es que me relaja mucho. Tanto allí como en el restaurante. Es una afición que al mismo tiempo es un trabajo (risas). Hago pruebas, cambio cosas. Me gusta. Incluso cuando vamos a algún sitio con amigos y la gente me dice que no hace falta que me ponga yo a los fogones, yo insisto en que no me importa, que me lo paso bien cocinando.

Víctor- En mi caso, tiene que ser algo muy puntual. Hace poco con un amigo italiano nos liamos a hacer pizzas en horno de leña. Yo nunca lo había hecho y era una oportunidad. Me quedé solo haciendo pizzas.

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TÉCNICA vs INSPIRACIÓN

Víctor- Depende del estilo de cocina, pero en mi caso es absolutamente imprescindible tanto la técnica como la inspiración para hacer un plato. Nosotros partimos, siempre, de cero. Queremos hacer cosas nuevas, totalmente nuevas y con mucha técnica. Cuando una técnica la explotamos mucho tiempo, fuera, quiero otra nueva. O inventarme una para poder seguir avanzando.

Antonio- Mi caso es diferente. Me baso mucho en la tradición de las recetas. Sí que es verdad que luego le doy un toque personal con algunos ingredientes, la manera de cocinar o el punto que le damos. Pero partiendo en un 80% de una receta que ya existe.

Víctor- Mi cocina es que en este sentido es un poco más arriesgada. Para innovar no es necesario conocer la tradición. Yo abrí mi restaurante sin casi saber hacer ni una técnica ni media, y teniendo estudios de cocina clásica europea. Para mí es mucho más bueno el cocinero que es totalmente autodidacta y desarrolla sus propias técnicas que el que conoce la tradición y la transforma. Al principio nos empapamos de todos los libros de Ferran Adrià y cocineros similares y fuimos probando y probando. Pero ha llegado un punto que si queremos hacer algo, no partimos de ninguna receta. Con la báscula al lado y anotando todo lo que hacemos y hoy no sale, mañana tampoco, pero al quinto intento sale clavada.

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CONTENIDO vs CONTINENTE

Víctor- Para mí es un todo. Yo primero dibujo un plato y después aplico sabores y aplico texturas. La presentación es muy muy importante. Demasiado, incluso, a veces. Eso sí, no descartaría un plato por no saber cómo presentarlo estéticamente. De hecho, tengo un plato al que no le acabo de encontrar una presentación que me cuadre, pero no quiero tocar nada los ingredientes.

Antonio- Cuidamos la presentación, pero no es lo más importante en el plato. Cuando Nacho (su socio) y yo concebimos esto, tuvimos muy claro que la comida sería el vehículo por el cual la gente se reúne aquí, pero ese plato no se circunscribe sólo a lo que es el espacio físico del plato. La decoración, el ambiente, la música, … también son importantes.

Víctor- Otra cosa es si luego la gente está preparada para entender y valorar ese «otro» trabajo. Nosotros hemos cosas muy radicales y a la gente le impacta mucho. Les engañamos muchas veces, haciéndoles creer que van a comer una cosa y luego es otra. Les desubicamos. Les llega un plato y no saben realmente lo que comen. En ese sentido, no me pongo límites.

Antonio- Yo sí que noto que la gente aprecia mucho los pequeños detalles. Y le insisto mucho a mi ayudante de cocina, que aunque él crea que no, esos pequeños detalles, como esa ramita de romero o ese toque de pimentón de la Vera que tiene un olor especial, se acaban valorando. Porque nosotros utilizamos ese pimentón e igual los de al lado no. Y ese toque ahumado llega y la gente lo aprecia. Claro, luego hay personas que no, que les da igual, pero en general sí es algo que se valora.

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LO LOCAL Y CERCANO COMO FUTURO

Antonio- Lo ideal sería trabajar con el producto local y cercano porque te garantiza que controles la calidad de ese producto. Pero el problema que tienen estos productos ecológicos, o cercanos, es la continuidad en el abastecimiento. Que pueda estar disponible durante todo un año o en el momento en el que lo solicites. Porque de lo contrario, no puedes ofrecer lo que tienes en la carta y merma el servicio. Es un pescado que se muerde la cola.

Víctor- Nuestro caso es algo peculiar en este aspecto. Tengo un amigo que tiene un huerto ecológico y los productos son impresionantes, pero mis cartas duran seis meses y soy muy maniático y si incluyo algo en un plato tiene que ser exactamente lo mismo durante todo el tiempo que se ofrece. Aunque se trate de un hojita de no-se-qué que va en una esquina del plato. Quiero la misma durante los seis meses. Eso me impide incluir muchos productos ecológicos, de temporada o de proximidad. Aunque, también es cierto, que no quiero limitarme a mi zona para abastecerme, igual que no me gusta limitar mi cocina a mi región o mi país. Me interesa el producto de todo el mundo.

Antonio- Dentro de las limitaciones del producto industrial, buscas la mayor calidad posible. También es que en mi cocina es de elaboración bastante sencilla. Y con un buen producto y fresco, das dos pasos en la receta y lo sirves. A partir de ahí, mimo todo lo que puedo el producto. La sobrasada la compro de Mallorca con una calidad que sé que se mantiene; la morcilla de Sotopalacios, el queso de San Simón da Costa,… Parto de una calidad buena que además sé que no me va a dar problemas de abastecimiento y puedo trabajar con esa tranquilidad.

Víctor- Hay dos líneas de restauración. El restaurante de producto, o de mercado, que compra todos los días lo que va a gastar y ahí sí puede acudir a proveedores locales o ecológicos. Y luego estamos los que tenemos una carta estática durante un tiempo, que eso no lo podemos asumir.

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LOS FRACASOS

Víctor- Si un plato no funciona, la culpa es mía. Lo tengo clarísimo. Al estar innovando continuamente y cambiando de productos y de técnica, me pasa algunas veces. En la carta pasada yo tenía un plato que decía «Madre mía, esto es la bomba». Tenía dos o tres técnicas mezcladas e inventadas por mí. Y de sabor era estupendo. Y el plato no gustaba. No lo podía entender. Y lo tuve que retirar. Y sin embargo, luego otro, que lo improvisas para completar la carta se convierte en la estrella. Cuando la estrella tenía que haber sido el otro (risas).

Antonio- Sí que cabrea eso. Mi banco de prueba es el menú de mediodía. Ahí puedo probar platos nuevos. Y la sensación es esa que dices. Me he currado una crema de calabaza con naranja, un poco de guacamole, un par de cosas más y ves que no funciona. Da mucha rabia porque no acabas de entender por qué ocurre. Y lo vuelvo a intentar unos días después y, ¡pam!, ocurre lo mismo. No gusta.

Víctor- También hay que tener en cuenta que nuestro paladar no va en línea con el de la gente. Yo estoy acostumbrado a comer todo tipo de comida. Sabores de todo el mundo. A tener esa curiosidad por seguir probando y descubriendo. Y la gente tiene un paladar, cómo lo diría, más analfabeto, que igual no le permite valorar determinadas cosas. Les sabe raro. Y hay personas que si algo les sabe raro, inmediatamente lo descarta.

Antonio- Yo tengo una ensalada que acabo de meterla en carta, que me parece de lo más sencillo pero algo distinta, con mojama, rabanitos y guindilla, como muy valenciana, refrescante. Pues no la pide nadie. Y cuando digo nadie, es nadie (risas).

Víctor- Igual la guindilla les asusta.

Antonio- Pero se supone que hay gente a la que le gusta el picante.

Víctor- A mí me chifla.

Antonio- A mí también. Me guío un poco por eso. Pero nada, que no funciona. Y luego tenemos la de lomos de atún del Cantábrico con tomates que arrasa. Y ahí tengo los rabanitos, que los pido, y me los como yo (risas). Y no lo entiendes, porque los encurtidos y los salazones funcionan.

Víctor- Igual probando con un cambio de nombre. A nosotros nos pasa a veces. Sacamos un plato con un nombre y ese nombre no le entra a la gente. Le das la vuelta y solucionado. Ahora estamos haciendo papada vegetal, que es una especie de papada, pero que no lo es. Lleva un puré de yuca, con boniato, y seitán por arriba. La gente oye la palabra «papada» y se tira para atrás. Por mucho que les digas que no lleva nada de carne, que es vegetal, nada, no hay forma. Y de hecho en el menú degustación se lo comen y dicen: «que bueno está esto», pero luego a la hora de pedirlo en carta no lo hacen.

Antonio- Hay cosas que cuestan. Teníamos la ensalada de molleja de pato confitada, que la gente enseguida pregunta «¿qué es la molleja?». Y te quedas pensando, como te lo explique… Y si la prueban les gusta, porque además lleva un poco de cacao en polvo, ya que a los confitados les va muy bien. Pero cuesta. Otro ejemplo es el morteruelo. Yo lo tuve en carta el primer año y no lo vendía. La gente se pone muchas barreras y busca seguridad, saber que si se van a gastar un dinero no van a fallar con lo que coman.

Víctor- En ese sentido, nosotros tenemos cierta ventaja, porque la gente viene a Samsha a experimentar. De hecho, muchos no vienen hasta que no cambiamos el menú. Coño, si va a otros sitios y repite, ¿por qué aquí no? (risas). Yo lo tengo 6 meses, que vengan y se lo coman dos veces y no pasa nada, si te ha gustado claro. Porque no va a tener otra oportunidad. Una vez cambio el menú, desaparece.

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LA EDUCACIÓN DEL PALADAR

Antonio- Los cocineros tenemos una labor social, en el sentido de abrir a la gente las miras que tiene. Hacerles ver que comer no puede ser sólo un trámite. Intentar sacarles de la pasta, la pizza y el arroz. O hacerles ver que el arroz puede ser caldoso, más seco, meloso, que hay muchas variedades y diferencias. Lo mismo con la carne, que hay muchas formas de hacerla. O los tipos de pescado. Cosas que pueden parecer básicas, pero que la gente desconoce.

Víctor- Lo que pasa es que como has dicho antes, hay gente y gente. Hay gente que se deja educar y le gusta y hay gente que no.

Antonio- En el tema de los vinos lo he notado mucho. Cuando empezamos, apostamos mucho por los vinos valencianos y tenían muy muy muy mala fama. La generación de mis padres era de Ribera del Duero y Rioja y no se salían de ahí. El vino valenciano era fuerte, verde, astringente, todo eran pegas. Ahora la gente es más receptiva a tomarlos.

Víctor- A mí no me pongas valencianos (risas). Los reconozco enseguida. Les noto como una acidez que no me gusta nada.

Antonio- Pero tú lo dices después de haber probado muchos vinos. Antes era un «no» directamente por prejuicios. La gente tiene que saber que hay una variedad para elegir y no ir a piñón fijo. Y provocar esos cambios es complicado a veces. E incluso imposible. Este año quería incorporar a la carta un hígado de ternera encebollado, flambeado con un poquito de brandy, pero lo dejé de hacer porque a la gente el hígado, sin probarlo, le echaba para atrás. Y es una cuestión de educación. O las criadillas. Es un plato exquisito.

Víctor- Los sesitos de cordero.

Antonio- Yo recuerdo que cuando aprobé todo en octavo de EGB mi madre me llevó al Rincón del Faro en Puzol y me dejó elegir lo que quisiera. Pregunté que era lo que había en una bandeja. «Turmas», me dijeron. «¿Qué», pregunté. «Turmas». «¿Qué?». «Huevos de toro» y lo probé y flipé. Pero no lo puedo ofrecer en Pata Negra. Ahí la educación del paladar tiene la batalla perdida.

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EL CANON

Víctor- Es un tema peliagudo. En las altas esferas todo es pura política. Lo estamos viviendo en nuestras carnes. Estamos haciendo una cocina de ensueño. La gente que viene a Samsha no entiende que llevemos ocho años y con lo que ofrecemos no se oiga hablar de nosotros casi nada. Hay un problema y es que hay ciertos señores que están arriba, con estrellas y todo, y copan el mercado. Entrar en ese círculo es muy complicado. Nosotros tenemos ahora un movimiento que se llama «Cocinando a 8 manos» en el que nos hemos juntado cuatro restaurantes jóvenes (Samsha, La Salita, Kiaora y Mulandhara) y les estamos dando un poco de caña en ese aspecto, para que se nos empiece a valorar. Porque nosotros vamos a comer a sus restaurantes y comprobamos que lo suyo no es mejor. ¿Por qué, entonces, cada vez que se habla de restauración salen sus nombres y no los nuestros si llevamos peleando un montón de tiempo? Algo falla.

Antonio- Coincido con lo que dices, porque al nivel que estáis vosotros, con lo que estáis haciendo, es que es una cocina de vanguardia. Porque yo cuando voy a comer a vuestros restaurantes, aunque lo que coma no lo pueda aplicar directamente a mi cocina, yo aprendo. Estáis abriendo puertas a cocineros que venimos detrás, con otros estilos, pero que podemos sacar provecho a esas enseñanzas. Y eso no se reconoce. Coño, es que siempre salen los mismos nombres. Yo no tengo nada contra Quique Dacosta, pero es que siempre sale su nombre y dos más. Y hay mucha gente haciendo cosas interesantes que no se están teniendo en cuenta.

Víctor- Yo gané el año pasado el Concurso Cocinero del Año, que es el concurso de cocina más importante que hay. Y, actualmente, yo soy el Cocinero del Año y se hacen mil cosas en Valencia relacionadas con la gastronomía y la hostelería y no se oye que me nombren. Tampoco a nivel institucional ha habido ninguna intención de aprovechar esta circunstancia y moverlo. Es lamentable.

Antonio- Tienes algo aquí que lo podrías exportar y, como digo yo, vacilarlo. Pero no, no se hace.

Víctor- Es política pura y dura. Y luego, también, el panorama gastronómico valenciano lo veo chungo. La gente come arroz. ¡Dejad ya de comer arroz! (risas) Comed arroz, vale, ¡pero sólo arroz no! En Valencia cuesta mucho que se valore algo distinto al arroz. Pero mucho, mucho, mucho. Hay muchos sitios muy buenos. Mis tres compañeros de «A ocho manos», son tres pedazo de restaurantes. Somos mucha gente joven dando tralla.

Antonio- Yo también lo veo mal. Y te das cuenta sobre todo cuando sales por ahí en vacaciones. El servicio, la calidad,… aquí nos estamos cargando la gallina de los huevos de oro. Y como dices o nos centramos en el arroz o en sacarle el mayor provecho a los guiris. Y se pierde el oficio.

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LA COCINA EN TELEVISIÓN

Antonio- Los programas tipo «Top Chef» o cualquiera que sea un concurso no los veo. Me pongo nervioso porque creo que la gente que sale ahí no está trabajando en las condiciones en que se trabaja en el día a día. No es real y provoca que el público saque conclusiones erróneas de lo que es una cocina o un cocinero. No lo digo por la gente que participa porque son profesionales.

Víctor- Yo estuve en el casting final de «Top Chef». Pero mi perfil no encajaba. Preferían un tipo de «payasismo», de circo para la tele, más que un cocinero real. Es un reality puro y duro. La cocina es el tema sobre el que gira el programa, pero podría ser otra cosa. Cierto, es que, sin querer, en algún momento educan un poco, como cuando hablaron de los trampantojos. En nuestro menú hacemos un montonazo de trampantojos y ahora la gente sabe cómo se llama. ¡Guau! Pero son gotitas de agua en un mar.

Antonio- A mí, como digo, me ponen nervioso. No puedo ver más de cinco minutos de «Pesadilla en la cocina».

Víctor- Eso es otro circo. No hay quién se lo crea.

Antonio- En cambio, Canal Cocina lo tengo y lo veo. Hay un programa con el que flipo, «Los fogones tradicionales». La señora con su chimenea, sus guisos,…

Víctor- Es muy bueno. Además, en ese programa aprendes.

Antonio- Luego hay cocineros, que su carácter no me gusta, pero me interesa lo que hacen. Por ejemplo, Jamie Oliver, que va por la vida de rock and roll star, como si fuera uno de los Beatles, pero el tío hace cosas que tienen su gracia y cierto estilo en la manera de trabajar en el que me veo reflejado. Y, por supuesto, Arguiñano. Yo era muy fan suyo. Me acercó mucho a la cocina. Recuerdo que veía «Con las manos en la masa», pero no lo entendía, lo veía todo muy complicado. Y llegó Arguiñano y lo hizo todo muy fácil.

LA IMPORTANCIA DE LOS ASPECTOS EXTRA-GASTRONÓMICOS

Víctor- Es básico. Todo. Desde los platos o los vasos hasta la música. Le damos mucha importancia en Samsha, aunque menos de lo que me gustaría. Si alguien me preguntara por lo que haría si tuviera todo el dinero del mundo, lo tengo muy claro, haría una performance gastronómica. Mi idea sería tener diez personas a cenar; que cada plato al llegar produjera aromas, sabores, sonidos; que cambiara las luces; que cada plato tuviera su propio plato físico… A un nivel algo loco. Que la gente fuera a mi restaurante como si fueran al Teatro Samsha a ver la obra de Víctor. Ese sería mi sueño. Pero hoy en día no me lo puedo permitir. Para ello es necesario una infraestructura increíble.

Antonio- Nosotros cuidamos mucho la música. Incluso a veces hay conciertos. Y eso hace que inviertas en gastos extra y cambies la mesa de sonido, pero lo consideramos como una parte más del restaurante, tan importante como otra. No intentamos que lo que suena vaya acorde con los platos en concreto, sino es un reflejo de nuestros gustos. Suena mucho reggae porque a Nacho le encanta, y es él el que suele estar en sala.

Víctor- En la música creo que cada mesa lleva su propio ritmo. Por lo tanto habría que bloquear cada una con su ambiente propio. Es un sueño.

Antonio- Y después hay aspectos que están condicionados por la economía. Me encantaría poder cambiar la vajilla muy a menudo, pero se hace cuando se puede.

Víctor- El futuro son los azulejos.

Antonio- ¿Los azulejos?

Víctor- Yo aproveché el último cambio de carta para incluirlos. Los compré, hablé con el marmolista que hizo el local, me los pulió y me pegó unas patitas y los utilizamos como platos. Y eso no se raya jamás. Es que esa es otra de las cosas a las que no se les da la importancia que tiene. La gente no se suele fijar. Nos dimos el lujazo de comprar la gama artesana de los que hacían los platos de El Bulli y es flipante. De hecho, los dos platos que he emplatado en esos platos no he podido decorarlos. No hacía falta. Dejas lo que sea en medio y ya está (risas).

Antonio- A mí eso que has dicho de poco clientes también me apetece. Incluso sólo una mesa y dedicación exclusiva. Creo que ese es el sueño de todos los cocineros.

Víctor- No creas (risas).

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