Jorge de Ángel Moliner lleva un naipe tatuado en un brazo. La carta es un as de pulpo. Toda una declaración de intenciones por parte de Crudo Bar, el restaurante que regenta con Julia y Alex Roifman y que tiene un cefalópodo, también, como logo. Después de estar ubicado dentro y enfrente del Mercado Central saltó a la tranquilidad de la calle Corretgeria, una vía que esquiva el bullicio y sirve de reencuentro con la ciudad.
Ese equilibrio urbano geolocalizado se proyecta dentro del local. Y, por suerte, en los platos. Lejos del ruido de la cocina pirotécnica. Dos o más ingredientes puede ser en ocasiones un juego de tronos por el sabor. Aquí no, el tartar de salmón con aguacate sabe a salmón y sabe a aguacate, sin necesidad de que peleen entre ellos. Y así sucesivamente. Mezclar para sumar. Como en el infinito tartar picante de atún que invita a ser paladeado, escalonadamente, añadiendo en cada bocado un elemento más.
Hay un plato, siempre hay un plato, que queda registrado en la memoria al día siguiente y allí se acomoda. El steak tartar con huevo de codorniz lo es en Crudo Bar. Mimado y muy bien preparado. Se disfruta en tres fases. La primera cuando llega a la mesa por su presentación. La segunda cuando se prueba. La tercera cuando la última ración queda impregnada del huevo que se ha ido deshaciendo. Sí, se cierran los ojos.
En Crudo (ojo al ceviche puro de corvina sin estruendos citrícos) no solo hay crudo, también se puede optar por otras opciones cocinadas, como los buñuelos de pulpo (otra vez el pulpo) o unas vieiras a la plancha con chalaquita, tan tiernas como ricas. A este paso, Moliner va a tener que pedir hora en el tatuador todas las semanas.
Crudo Bar está en la calle Corretgeria, 7.