Atrás quedaron los tiempos de peregrinar cual brújula sin norte en busca de un buen capuccino por València. En todos estos años, al final sucumbí al oro negro en todas sus variantes de magnífica denominación italiana: ristretto, affogatto, mocaccino… Y la ciudad, también, a esa tercera o ya cuarta ola que nos sitúa en un puesto, si no incipiente sí moderado, en la clasificación nacional porque el “café-café” de bar (qué daño ha hecho la repetición a fuerza de creérsela) sigue teniendo el mayor protagonismo.

En el inicio de una de las vías que es una ósmosis entre el casco viejo (la muralla invisible) y el resto de la ciudad, en la calle Quart, en el número 7 (como el tranvía llamado El Diagonal que recorría esta calle haciendo el trayecto Ruzafa-Bolsería-Matadero), hay un pequeño café con apenas unos taburetes, Q7th Specialty Coffee, que es parada y fonda (porque aquí también hubo famosas posadas). Ocupa el bajo de un edificio con historia(s). En El Carmen la literatura supura entre los adoquines del empedrado, al parecer allí mismo se cosía pero no cualquier cosa, “eran costureras de los uniformes de Franco”, glup, me comenta Alejandro Messinetti, alma máter del establecimiento junto a su socio Francisco Ábalos. Se conocieron por la restauración y los unió el café, este pequeño negocio en el que han puesto aprendizaje e ilusión. “El café es más complejo que el vino porque puedes jugar tanto en el proceso como en la elaboración o al servirlo”, me explica. Cualquier parámetro añadido lo hace evolucionar como un pokémon (el método de extracción de su jugo, la temperatura, la leche, incluso el recipiente…), siendo el agua el elemento que más lo transforma.

Entre cuadros pintados con la tinta temblorosa extraída del grano, en una barra de madera que huele a cedro y con los ojos puestos en esa pantalla que es la puerta del establecimiento donde el riachuelo humano es un imán de trazado rectilíneo, Alejandro me invita a tomarlo sin azúcar (ya me lo habían propuesto antes). Lo hago y no echo de menos el dulzor que sin duda enmascara. Su café de origen variado según temporada y cosecha (Brasil, Colombia, África…) no necesita de aditamentos. Los vecinos se pasan a saludar y a por su dosis, breves conversaciones que son sustento esencial del día, también entran extranjeros que son los que más preguntan sobre el producto para encapsular todo el conocimiento de la nueva ciudad y sus lugares. Y sales de la nave de sosiego como de un retiro tibetano, de nuevo con los ánimos despiertos y los pensamientos bullendo en la cabeza. Es increíble como una sola taza bien hecha puede dar tanto.