Miguel tiene 14 años y una madre en paro, que no está cuando se le necesita. Tendrá que aprender a sobrevivir con su propios recursos y a driblar a los Servicios Sociales que le persiguen. «La madre» es la cuarta película de Alberto Morais. Una cinta en la que vuelve a fijar su mirada en los más desprotegidos, sin tomar partido, mostrando una realidad que está más cerca de nosotros de lo que podemos pensar.
Un estupendo trabajo interpretativo (del debutante Javier Mendo a las siempre magníficas Laia Marull y Nieves de Medina, pasando por una nutrida representación de actores valencianos: Sergio Caballero, Carles Alberola, María Albiñana o Abdelatif Hwidar); una cuidada y arriesgada puesta en escena formal; un particular universo deudor del neorealismo italiano, de Pasolini, de los hermanos Dardenne de «El niño de la bicicleta», del primer (y añorado) Ken Loach y de todos los films anteriores del propio Morais; y mucha emoción y vida, que al fin y al cabo es lo que siempre debería ser el cine.
¿Cómo surge la idea de “La madre”?
El guión nace durante mi estancia en Moscú, donde fui porque mi película anterior, “Los chicos del puerto” participaba en la Sección Oficial de su festival de cine. Paseando por el metro recordé que en ese lugar, cuando la implosión de la Unión Soviética, se refugiaban los niños porque los orfanatos se habían cerrado por falta de recursos. Allí, en las esquinas más recónditas, sobrevivieron autogestionándose. Y ahí nace la idea de mi película, de un personaje, un superviviente nato, que su lugar en la vida es huir. Abandonado por una madre incapaz, no mala sino incapaz, porque no me gusta moralizar a los personajes, simplemente me gusta que sean tal y como es la vida, sin buenos ni malos arquetípicos. Este chaval tiene que hacer casi de padre de su madre, quien por su incapacidad parece casi una adolescente. Se podría decir que la historia de “La madre” es la historia de una madre a través de la mirada de un hijo que tiene que autogestionarse para sobrevivir.
¿Qué hilo, visible o invisible, une “La madre” con tus otras dos películas de ficción, “Las olas” (2011) y “Los chicos del puerto” (2013)?
Creo que hay una idea rectora que es atravesada tanto desde un punto de vista general como de otro más concreto. Lo general tiene que ver con que las tres películas han nacido con la crisis en su apogeo. La denominada crisis, que yo llamaría guerra económica. No lo digo yo, lo dice Warren Buffet, que hablaba de una lucha de clases y que, por ahora, la suya iba ganando. Y en esa guerra de clases yo siempre me he interesado por las clases que no deciden, las que son decididas por los demás. Es lo que me encuentro cada día por los lugares que paseo. Las tres películas están vinculadas a un proceso histórico muy concreto. Todo cineasta debe dar fe del tiempo en el que vive, no importa cómo, puede ser un drama, una comedia, una película de deportes,… pero no quedar ajeno a lo que ocurre. Ha habido un abandono sistemático de segmentos muy amplios de la población, sobre todo de los más frágiles, que son la gente de mayor y menor edad. Y de ellos hablo en esas tres películas.
Y lo concreto parte del abandono que ha generado la situación a la que hacía referencia. Puede ser un abandono social, familiar, económico, de recursos… Y me interesa cómo la gente sobrevive en situaciones de urgencia. Intento alejarme, desde un punto de vista sintagmático, del llamado cine social, porque para mí es una etiqueta que no significa nada. Para mí todo es social.
La realidad que muestras en “La madre” contradice esos mensajes, exageradamente optimistas, que hablan de la salida de la crisis. ¿Es tu película un “puñetazo en la cara” a todos los que así lo piensan?
La crisis no se va a acabar nunca. Vamos a estar, siempre, en un estado de urgencia. Me parece acertado lo que apuntas, pero no creo que ellos vean ese puñetazo. Dudo que vean películas como esta, ni les interese lo más mínimo la cultura. De hecho, a nivel cultural, España está muy derrotada. Aunque hay profesionales que siguen haciendo bien su trabajo. Personalmente tengo que darle las gracias al ICAA y al IVAC porque sin las instituciones públicas, cierto tipo de cine no sería posible.
La calle, los espacios abiertos, tienen bastante protagonismo en tus películas.
Tanto en “Las olas” como en “Los chicos del puerto” uno de los personajes principales eran los espacios, los no lugares, porque son lugares marginados, no marginales. Son aquellos lugares por los que no transita mucha gente, rudos, espacios de la periferia y del lumpen proletario. Es algo que aparece mucho en las películas de Pasolini y que a mí me impresionó bastante hace ya unos años. Espacios del desarrollismo y en construcción donde puede que en el futuro haya una gentrificación, pero hoy por hoy son espacios de libertad y, al mismo tiempo, de marginación. Siempre me han interesado especialmente y por eso vaciaba a los personajes en grandes planos generales. Pero esta vez, en “La madre”, necesitaba acompañar al protagonista en su huida constante. Notar su respiración en la imagen, que hubiera mucha fisicidad. Tuve que acercarme a través de la cámara en mano, de un 40 milímetros y con el plano medio. Al mismo tiempo quería hacer esa rima con los espacios con los que he trabajado siempre y por eso he trabajado con 2:35 scope por primera vez. El espacio siempre es un personaje de una película y más si es un espacio realista.
Da la sensación de que disfrutas mucho con la fase de localización de esos espacios abiertos.
Trae de cabeza a las personas de producción porque para ellos cualquier calle valdría, pero a mí no. Evito muchas cosas, que no voy a comentar aquí, en las localizaciones, pequeñas necesidades para contar la historia. Localizo durante meses y tiro muchas localizaciones, pero muchísimas, muchísimas. De hecho, en “Las olas”, en todas las películas me pasa, pero en “Las olas”, concretamente, estaba localizando una masía en Lleida y la primera que vi me encantó, pero estuve dos días seguidos mirando otras posibilidades, porque no me fiaba que mi mirada la hubiera encontrado tan pronto. Al final, tiré las veinticinco que encontramos y nos quedamos con la primera. Podría trabajar de localizador. Hay una localización, por cierto, que se repite en “Las olas” y “Los chicos del puerto”. Y ya que la tenía, repetí el mismo plano exactamente, el mismo encuadre. Pero no voy a decir cual es.
Javier Mendo es el protagonista de “La madre”. Un jovencísimo actor conocido hasta ahora por su papel en la serie “Los protegidos”. ¿Cómo llegó a la película?
No trabajo con directores de casting. No sé el motivo, puede que porque considero que en todos los procesos hay un grado de aprendizaje, aunque luego esté presente en la película o no. Yo elijo a los actores, en la medida que puedo. La búsqueda del protagonista fue igual que las localizaciones. Vimos a seiscientos niños y de esos quedaron cuatro, y de esos cuatro quedó Javier. Cuando uno hace un casting, no decide. Es un mediador entre lo que hay escrito en el papel y la persona que tiene delante.
¿Tuviste que pulir muchos vicios adquiridos en su experiencia televisiva?
Yo no conocía “Los protegidos”. Algún vicio tenía, la verdad, pero se lo quitó rápidamente. Todos los actores los tienen, sobre todo si han trabajado en televisión. Hay que enseñarles que los tienen. Hay que grabarles y que los vean. Con Javier fue todo rápido, es muy inteligente, con una capacidad de absorción muy grande y aprendió enseguida. Y en el rodaje todo fue muy fácil.
El personaje de la madre, a la que da vida Laia Marull, lo dibujas, intencionadamente, con apenas unas pinceladas.
Lo podía haber especificado en el guión, pero quise hacerlo así. Fue una decisión creativa objetiva. Me gusta dejar al espectador que desarrolle sus propias ideas sobre la película y los personajes, que amplíe el universo que yo he creado. Y sé que puede ocasionar molestias porque hay gente a la que no le gusta que le expandan el universo cuando sale de la sala.
Con Laia Marull ya habías trabajado en “Las olas”. ¿Cómo fue ese reencuentro? ¿Te sirvió para calibrar cómo has podido cambiar como director?
Laia es como tener un seguro. Mi relación con ella es, ahora, más cercana y por ello más compleja. Y como director tengo los oídos más abiertos que antes. Soy capaz de robar más ideas de los demás. Los directores que trabajan bien son pequeños ladrones de ideas de aquellos que le rodean, sea un ayudante de dirección o un auxiliar de producción.
En “La madre” tratas de manera colateral el tema de la inmigración y con un enfoque distinto a lo que suele ser normal.
Ahora que está ocurriendo lo de Siria me interesaba reflejar cómo los inmigrantes ayudan al sistema en el que están. Al final no se trata de países, sino de clases. En la película, el concepto del inmigrante tiene un matiz poco habitual porque es protector.
A nivel de guión se aprecia una evolución en tus películas, resultando cada vez más redondos.
No sé si te refieres a que cada vez son más clásicos, más académicos. Me gustan las fisuras. Igual tienes esa sensación porque en esta película se habla más que en las anteriores. Utilizo más el lenguaje dialogado, que para mí era más innecesario en las películas anteriores y por eso lo eludía. Soy muy fáctico en ese sentido, me gusta que los personajes hablen a través de los hechos. Pero en “La madre”, al cambiar también de óptica, y cuando hablo de óptica me refiero al tamaño del plano, tuve la necesidad de cambiar el tono del guión. No creo que los guiones de “Las olas” y “Los chicos del puerto” sean menos redondos que el de “La madre”, sino que son de otra naturaleza, invocan a otro tipo de necesidades. Cada película tiene su propio universo y su propia estructura. No sé si la circularidad es la figura geométrica que mejor los define, pero en su propia naturaleza son coherentes consigo mismos. No sé si el de “La madre” es más redondo, solo sé que quería hacer el mejor guión posible, como siempre.
Aunque vives en Madrid estás muy vinculado a Valencia, donde viviste muchos años. ¿Cómo ves el panorama del audiovisual valenciano?
Su situación actual tiene que ver con la ausencia de una televisión autonómica. En cuanto esto se solvente, tendrá mayor calado. Creo que es un oxígeno que la sociedad valenciana necesita. Confío en que las cosas vayan bien y se apoyen las propuestas culturales. Una industria valenciana es necesaria, tal y como existen en otros lugares de España. Si hay algo que caracteriza a los valencianos es su alto grado de creatividad.