Amazon Prime Video, Apple TV, Arte, Atresplayer Premium, Blackpills, Cinemargentino, Cortos de Metraje, DAZN, Filmin, FlixOlé, HBO, Márgenes, Mitele Plus, Movistar +, Mubi, Netflix, NFB, Planet Horror, Rakuten, SnagFilms, StarzPlay, Sky, más la oferta de canales temáticos, generalistas, de tdt y autonómicos, archivos fílmicos como Plat que ya no se actualizan, alguna opción que seguro se nos olvida y, pronto, Disney Plus. La oferta audiovisual es, actualmente, inabarcable. Tal vez por ello al espectador le cuesta cada vez menos abandonar una película o una serie si no le está gustando. Sabe que tiene más opciones. Pero detrás de ese comportamiento, ¿hay exigencia o impaciencia?
«Hoy, la impaciencia gana el combate doméstico frente a la exigencia, la peripecia vence al riesgo, la pirotecnia al gesto», contesta Jaume Ripoll, uno de los fundadores de Filmin. «Aún no hemos aprendido a gestionar la abundancia. Somos espectadores desconcertados que nos debatimos entre lo que debemos ver, lo que nos dicen que debemos ver y lo que acabamos viendo». En parecidos términos responde Áurea Ortiz, la profesora, historiadora e integrante del podcast Laboratorio de Investigación de Series: «Creo que somos más impacientes que exigentes. El consumo de series tiende a ser cada vez más compulsivo. Las plataformas no dejan de estrenar y se nos amontonan. Eso crea ansiedad, parece que no llegamos y nos quedamos fuera de las conversaciones. Tampoco ayuda la presión social: el «¡Cómo! ¿que no has visto tal serie?. No puede ser, tienes que verla», como si solo se tratara de poner una muesca en cada serie consumida, a ver quién ha visto más. Pura acumulación capitalista, como en tantas otras cosas».
La sobreoferta bien digerida puede tener, también, su lado positivo y que los espectadores amplien referentes, descubran nuevas narrativas y filmografías y recuperen a cineastas desconocidos, olvidados o injustamente prejuzgados. Es decir, se hagan más exigentes con lo que ven. «Creo que somos exigentes y estamos más formados audiovisualmente. El público de hoy en día tiene un mayor conocimiento y capacidad de análisis y por lo tanto es mucho más crítico», explica Mª José Rodríguez, gerente de contenidos de #0 y producción propia en Movistar +. «Si una serie no te atrapa desde el principio, si no está al nivel de tus expectativas, ¿para que vas a perder el tiempo cuando tienes una oferta tremendamente amplia sobre la que elegir?».
Puede que una de las claves sea arrinconar la ansiedad cuando nos sentamos a ver una película o una serie y antes pasamos por ese gran almacen de la duda que son los portales de las plataformas, por los que vamos circulando con el mando a distancia sin saber muy bien donde detenernos ante tanto estímulo (o no). Y desterrar de nuestra mente que disponer de la posibilidad de verlo todo signifique tener la obligación de hacerlo. «Creo que es una cuestión de abarcabilidad», apunta la cineasta Ana Ramón Rubio. «Tenemos a nuestra disposición tal cantidad de contenido que es materialmente imposible verlo todo, por lo que si al espectador no le convence un proyecto en la primera media hora, emplea el tiempo que tiene en ver otro que le pueda provocar una mayor satisfacción. Es más exigente porque comienza a tener muchas más referencias audiovisuales más allá de las filmografías de su países y de Hollywood, y al acceder a cine de industrias distintas descubre nuevas historias y nuevas formas de contarlas, así que deja de conformarse con los estímulos de siempre. Antes para eso tenías que ir a los festivales, ahora lo tienes a golpe de clic. Creo que eso nos hace más exigentes, tanto como espectadores, como como contadores de historias».
El periodista, crítico de cine y director editorial de la imprescindible Qué Veo En, Gerard Cassadó, apela a otras cuestiones en su razonamiento: «Cuando alguien empieza una serie, inconscientemente adquiere un compromiso con ella y, realmente, quiere llegar al final. En Spotify, por ejemplo, consumimos de un modo distinto, y podemos saltar de canción escuchando los 4 primeros segundos. En Youtube ocurre lo mismo, somos impacientes con esos vídeos breves a los que le damos unos segundos para engancharnos. Pero el consumo de cine y series quiero creer que es distinto, te dispone a un visionado más relajado. En todo caso, no tiene sentido seguir con una serie si no te ha interesado nada el primer episodio que pone sobre la mesa el tablero de juego y las piezas».
¿Interesa ese visionado más relajado a las plataformas? Algunas informaciones recientes apuntan que no, o al menos no a todas, tal y como resalta Áurea Ortiz. «Que Netflix se esté planteando la idiotez esa de poder ver las series a mayor velocidad me parece suficientemente significativo de lo que decía antes. Fast food. Reivindiquemos la tranquilidad y la calma para ver y disfrutar las series sin tener que justificarnos ni sentirnos culpables por no ir lo suficientemente rápidos».
¿Qué beneficios y desventajas, pues, conlleva disponer de una oferta audiovisual tan amplia?
«El beneficio obvio es la posibilidad de elegir entre todos los contenidos que están a nuestra disposición», apunta Mª José Rodríguez. «Nunca lo tuvo más fácil el cinéfilo; el espectador inquieto tiene casi todo aquello que querría ver a golpe de clic», explica Jaume Ripoll. «La desventaja… ¡¡¡lo que cuesta elegir!!! Hoy más que nunca un buen prescriptor, ya sea un amigo, un colega del trabajo, un crítico o incluso el famoso algoritmo, es tu mejor aliado», añade Rodríguez. «El trabajo de las plataformas es estructurar la oferta de tal forma que el espectador se sienta interpelado y no desista, frustrado, tras una búsqueda que a veces puede conducir a ninguna parte», concluye Ripoll.
«Poder elegir siempre es una ventaja, se mire por donde se mire», matiza Áurea Ortiz. «Afortunadamente la oferta de series es diversa y eso es bueno. El problema es la acumulación, perderse entre tanto producto y depender de prescriptores, o de lo que recomienda la propia plataforma. Te puedes perder series interesantes y diferentes, las que se quedan por debajo del radar porque no tienen mucha cobertura mediática o porque la cadena, por el motivo que sea, a veces incomprensible, le da menos cancha que a otras».
Cassadó incide en esa dirección, en la figura especializada e independiente del prescriptor porque «su figura es es más necesaria que nunca, y creo que tiene que ser una persona que haya visto previamente esa película o serie, no un algoritmo. En Qué Veo En, precisamente, queremos echarle una mano al usuario para que no vaya tan a ciegas al encontrar algo que le pueda interesar».
Las reflexiones anteriores apuntan hacia el emisor y el receptor, pero ¿y el creador?. «Para la industria siempre es positivo que existan mayores opciones de distribución. Especialmente para los proyectos más independientes, aquellos que nunca accedían a las cadenas porque estas buscaban captar a toda la familia delante de la televisión», argumenta Ana Ramón. «Las plataformas pueden segmentar más los contenidos y arriesgar más con un catálogo rico en diversidad porque no necesitan congregar a tanto público viendo una misma serie o película, sino que lo que quieren es suscriptores que consuman los productos en su plataforma, y para ello, el catálogo debe ser cuanto más abundante y variado, mejor».
Una circunstancia que «le ha venido muy bien, por ejemplo, al cine documental, que ha pasado de ser un género elitista a algo que los espectadores sitúan al mismo nivel que una película de ficción o que una serie», sigue razonando Ramón. «Y también a la lucha contra la piratería: los usuarios tienen tantas opciones a su alcance que dejan de tomarse la molestia de buscar copias pirata y seleccionan entre las propuestas que le ofrecen las plataformas a las que están suscritos».
Resulta curioso que las plataformas hayan conseguido derrotar a la piratería (o disminuir su daño), pero ahora tengan el peligro en casa por ese riesgo de que ante la gran oferta el espectador pueda abandonar una serie o una peli a las primeras de cambio, ¿cómo prevenirlo? «Con un trabajo editorial de las plataformas, con algoritmos que recomienden aquello que uno espera que le recomienden pero también aquello que jamás esperaría encontrar; es decir, algoritmos que sorprendan y no que simplemente confirmen. Pero, y este es el punto más significativo, la exigencia debe partir del propio espectador quien debería comportarse en casa como en una sala de cine, con el foco de atención ante aquello que ha escogido» responde el cofundador de Filmin. «Para nosotros», habla ahora Mª José Rodríguez, «es uno de nuestros mayores retos. Pero primero tienes que conseguir que elija tu contenido frente a los demás y aquí una buena comunicación es imprescindible. Luego viene el esfuerzo de un buen trabajo creativo construyendo el arco narrativo de los episodios minuciosamente desde el principio, atrapando al espectador desde el primer momento, enamorándolo con la historia y los personajes, con la atmosfera que construyes con la imagen, intentar dejarlo con ganas y en alto con los famosos “cliffhangers”…».
Lo que es indiscutible es que la enorme oferta ha cambiado los hábitos de consumo de los espectadores. «La forma de consumir las temporadas completas de una serie de golpe, aunque sea muy cómodo, nos ha quitado algo de magia. Recuerdo, por ejemplo, las semanas de espera entre capítulos de Lost leyendo teorías y reflexionando sobre lo que podría estar pasando. Ahora es todo lo contrario, te pasas un año esperando una serie y cuando llega la nueva temporada, la consumes en una semana y te vas a por la siguiente. Todo esto, como creadores, nos afecta, porque influye directamente en la implicación del espectador respecto a los proyectos», explica Ana Ramón, que ante la posibilidad de que las plataformas ofrezcan la reproducción a mayor velocidad se muestra rotunda: «Me parece aterrador para cualquier persona que se dedica a contar historias que no se respete el ritmo que haya querido marcar».
Ahora lo que habrá que calibrar es si esa nueva manera de ver películas y series (mayor volumen, más rapidez, soportes distintos, visionados interrumpidos, interactuación con redes sociales, informaciones complementarias en pantalla) acaba afectando también a la manera de contar las historias. Áurea Ortiz no lo duda ni un instante. «Creo que un problema importante es que esta forma de consumo rápido favorece un tipo de narración efectista, basada en la acumulación de sucesos, cliffhangers y giros de guion. Hay que llamar la atención sí o sí. Eso deja poco espacio para narrativas más heterodoxas y poco convencionales, las que no encajan en lo que se entiende por ritmo «normal», eso que a veces se despacha con un «es que es muy lenta», como si existiera un ritmo correcto con el que contar una historia. ¿Más lenta respecto a qué? Yo creo que esto afecta a la presentación calmada de personajes o incluso a la elaboración de personajes complejos, también a la creación de atmósferas. O a ficciones más experimentales. El qué se cuenta parece más importante que el cómo se cuenta y, en realidad, es al revés».