Soy Dani Tomás, curtido en mil derrotas y en alguna alegría vital. Soy de letras, viñetas, vinilo y cualquier otro trasto que permita vivir jugando. Conozco al bueno e imprescindible de Rafa Verlanga y a la gente que le acompaña en esta aventura desde que me matriculé en una facultad cuyas aulas nunca llegaba a encontrar, pese a que cada mañana dirigía mis pasos hacia el edificio que se supone que las contenía. Yo andaba con discos y fanzines. Rafa también. De hecho, fue uno de los que promovieron una revista universitaria cultural (mmmm ¿les suena?). Ya entonces tuvo la amabilidad de invitarme a escribir un artículo sobre lo que yo quisiera. No tuve ninguna duda, sería sobre el reggae y su cultura. Una cultura hermética, lejana, confusa que he ido descubriendo con los años (y han pasado unos cuantos, creánme). Intenté que fuera un zarpazo contra el estereotipo que existía en Valencia que asociaba el reggae a verano, amabilidad, negros felices y ritmos bailables y desenfadados. Como contraposición cité al negro beligerante y consciente, Peter Tosh, el rasta violento, imagen real del reggae. Gueto, supervivencia, miseria, ingenio y una inagotable fuerza vital. De ahí sale esta expresión cultural, que ha definido gran parte de la música contemporánea mundial. Desde los barrios más miserables de la capital de un país tercermundista, protagonizada por los más desfavorecidos dentro de un país olvidado, sin medios ni industria, estos hermanos han conseguido que su grito rebelde y conciencia de clase fuera escuchado por todo el mundo. No sólo porque a día de hoy el reggae es un género aceptado por mercado e industria, sino porque de él nacen el rap y la música de baile electrónica. Su influencia es enorme. Y su historia y significado real, desconocidos en nuestro país.
Pasado el tiempo aquí estamos Rafa y yo. Él agitador cultural y yo… bueno, y yo enredando, como siempre. Será que no cambiamos tanto.
Esta vez me ha invitado, creo, porque acabo de lanzar la primera referencia de la micro-editorial Black Star, especializada en libros en castellano sobre el reggae (desde los 50 hasta la actualidad). Se trata de la traducción de “La leyenda de Sugar Minott y Youth Promotion”, de la canadiense Beth Lesser. Se trata de la bio de Sugar, una de las mejores voces que han salido de Jamaica, que protagonizó una vida atípica dedicada y comprometida con los jóvenes del gueto de Kingston, de donde él procedía y de donde nunca salió, pese haber tenido los medios económicos para hacerlo. Sugar prefirió quedarse en el barrio donde su casa estaba abierta a todo el mundo, literalmente. Es un viaje sin edulcorantes a las tripas del gueto que permite entender el reggae en su justa dimensión, lejos de clichés y romanticismo.
Además de promocionar la cultura del reggae, echo una mano en tareas de comunicación con el magnífico Tenderete, el festival de las viñetas autoeditadas, y formo parte del equipo de personas que vamos a hacer realidad, por fin, después de varios intentos, el I Salón del Cómic Valenciano (más información en breve).
Dada convenientemente la chapa, me toca someterme a uno de esos tortuosos cuestionarios en el que te piden que te la juegues a una carta. Con lo expansivo y disperso que soy éste es un ejercicio casi imposible para mí, pero ¡Por Verlanga lo que sea!
Un disco: «14 Dub Blackboard Jungle» (Upsetters). Disco de 1973. Dub primerizo, versiones aplastantes, un ejemplo de porqué es tan importante Lee Perry, quien aquí está en su mejor momento. Lee Perry es un genio, fue visionario, adelantado a su tiempo y con un talento natural único. Aquí hay densidad, seriedad, tambores nyabingi, solos de vientos de jazz y obsesión, aspecto fundamental en el reggae. Para mí es su mejor disco. Aunque tiene otros que se le acercan mucho.
Una película: «Absolute Beginners», Julien Temple, 1986. En realidad, prefiero el libro, pero me apasiona la mezcla que se dio en Londres en los 60, cuando los jóvenes modernos abrazaron, con pasión, los estilos y músicas de la población inmigrante, con su modern jazz y ska. Aquello dio paso a una subcultura juvenil exquisita, la mod.
Un libro: El cómic «Little Nemo», de Winsor McCay. Serie que publicó de 1905 a 1920, aproximadamente. Es un ejemplo de experimentación narrativa y estética. Los dibujos son una delicia.
Una serie de tv: «La frontera azul». De pequeño me obsesionaba esta serie y ha desaparecido del panorama. No encuentro gente que la recuerde.
Una serie de dibujos de tv: La única que recomendaría a alguien que llegara de otro planeta sería South Park, aunque ahora mismo me daría pereza volver a verla.
Una revista: Me gusta leer Bostezo. Pero siempre he sido muy de fanzines, como bien saben ustedes.
Un icono sexual: Soy iconoclasta. Jajajajja. Es cierto. Mis amigos lo pueden constatar.
Una comida: La india. ¡Dios! Soy adicto. En realidad, me gustan todos los tipos de comida. ¡Ah! Una recomendación, los mejores calamares a la romana de esta ciudad los hacen en el bar Aduana, el que está dentro del recinto del puerto, en la Aduana.
Un bar de Valencia: Sin duda, el Slaughter, de Ruzafa. No sabría decirte bien porqué, pero es el sitio donde más a gusto me siento esta ciudad. De hecho, es el único sitio que puedo decir que me gusta, el resto me son indiferentes, la verdad.
Una calle de Valencia: El mercado del Grao. Me gusta esta zona. Viví allí durante unos años y tiene algo especial. Se nota la luz del Mediterráno, tienes el puerto al lado y hay edificios realmente bonitos. Espero que no sea gentrificada nunca.