Paula Pons

Foto: Ricard Chicot.

Me llamo Paula y soy periodista. Después de trabajar en prensa, televisión, gabinetes de comunicación y alguna productora, donde experimenté explotación y felicidad a partes iguales, me pasé al lado oscuro y me especialicé en branding y redes sociales antes de que estallase el boom de los community managers. Hoy, al contrario de lo que siempre auguré, tengo un trabajo estable con un horario normal y unos jefes sensatos en una empresa que diseña juegos para Facebook.

Colaboro desde hace cuatro años en la sección «Juego de Damas» de Las Provincias con una columna semanal. Radiografío mi entorno cercano para luego convertirlo en historias que quepan en 300 palabras. Si me cuentas algo con un mínimo de chicha, puede acabar convertido en una columna. Escribo sobre fracasos e ilusiones, a veces también se cuelan padres, perros, parejas y compañeras de piso, me gustan las historias sencillas de bolígrafos, bancos o cepillos de dientes y en ocasiones muestro mi desprecio hacia los que manejan los hilos.

Como buena romántica, quise ser corresponsal de guerra. Eso fue antes de que se desvanecieran los sueños de esta profesión tan maravillosa como ingrata, después mis aspiraciones se enfocaron hacia algo un poco más prosaico y menos comprometido, la crítica gastronómica.  Amo comer y beber bien. Disfruto ante un buen plato y una buena conversación como otros lo hacen ante una ópera o un gol de Iniesta. Hace un año monté «Canibalista», un blog en el que dejo constancia de las sensaciones que me provocan unas buenas alcachofas, unas kokotxas o un steak tartare. Colaboro también en El Hype hablando de restaurantes.

Padezco de hiperactividad no diagnosticada. No puedo estar parada. Si no estoy trabajando, paseo con mi perro o leo o escribo o escucho música o veo pelis o viajo o preparo mi próximo viaje. A veces cocino, nado o corro. Me gustan los cuentos, la sencillez, las siestas y el mar. Aborrezco los formalismos, las lentejas y la incompetencia. Me encanta el vermut y todo lo que gravita en torno a él.


Un disco:
 El «Kind of Blue» de Miles Davis me sigue fascinando como el primer día. Si necesito algo más animado, «Pearl» de Janis  Joplin. Ahora estoy escuchando compulsivamente la discografía entera de Pink Floyd. Aunque confieso, ahora que nadie nos oye, que soy una devota incondicional de Joaquín Sabina. En los últimos quince años he estado en todos los conciertos que ha dado en Valencia y siempre, a menos de dos metros del escenario. Soy la definición exacta de una groupie transtornada.

Una película: ¿Sólo una? «Blade Runner», «El Padrino», primera y segunda parte, «Una historia verdadera», «Sin City», casi cualquiera de Billy Wilder, con «El Apartamento» como primera opción.

Un libro: Volví a releer hace poco «Cien años de soledad» y me sigue pareciendo una obra maestra. Cualquiera de la serie de «El cuarteto de los Ángeles» de James Ellroy es sublime, quizás  «El gran desierto» es mi preferido. «1280 almas» de Jim Thompson me dejó boquiabierta.

Una serie de tv: «The Shield» fue la primera serie a la que me enganché. Me pareció brutal. De hecho, no he podido ver después «The Wire», los polis de Baltimore al lado de Vic Mackey son unas nenazas. «A dos metros bajo tierra» es otra de mis series fetiches. De este último año, me quedo con «Fargo», es absolutamente grandiosa.

Una serie de dibujos de tv: «Campeones». Mi corazón estuvo dividido entre el amor hacia Oliver y Benji durante varios años.

Una revista: Soy adicta a Jot Down desde que empezaron a publicar en papel. Creo que han revolucionado la forma de hacer revistas, casi 300 páginas, artículos extensísimos, expertos colaboradores que no suelen ser periodistas, estilo cercano, blanco y negro… ¿Quién dijo que el periodismo languidecía?

Un icono sexual: Michael Fassbender. ¿Hay algún ser humano, femenino, masculino o hermafrodita al que no le ponga este tío?

Una comida: La fideuá de fideo fino o un arroz al horno bien hecho.

Un bar de Valencia: He sido muy feliz en la barra del bar Maipi.

Una calle de Valencia: Desde que hace cuatro años adopté a Blues, un chucho con apariencia de tigre y comportamiento de oso amoroso, mi esquema mental de la ciudad dejó de dividirse en calles y pasó a estar formado por parques, solares y zonas donde poder soltar al perro con tranquilidad.  Mi segundo hogar ahora mismo son Los Viveros y el antiguo cauce del río. Si no estoy trabajando, seguro que estoy allí.