Amalia Yusta. Foto: Aurora García.

Soy Amalia Yusta. Nací en el Londres del ’77 y la primera vez que me subí(eron) a un escenario fue con meses, vestida de faralaes. Mi padre, Manolo de Córdoba de nombre artístico, trabajaba en una sala de fiestas en Tottenham Court Road con la compañía Los Andaluces también junto a mi madre, la guitarrista Palmira Gámez. 4 líneas perfectas que podrían ser la sinopsis de un guión: una comedia musical ambientada en el Soho de finales de los ’70. Y sobre esa idea, dos premisas a lo “What if” de Marvel: ¿qué habría pasado si en lugar de volver a Spain nos hubiésemos quedado en London? Todo habría sido muy distinto. Como cuando leías un ejemplar de Elige tu propia aventura y volvías una y otra vez (aunque repitieras final) para ver qué habría pasado sí…

Londres, sin embargo, queda como esa balsa a la que acudir buscando sosiego espiritual, buscando una calma un tanto idealizada. Mi día a día desde hace varias décadas se ha desarrollado en València, que ha sido donde he escrito sobre teatro, cine y literatura antes de que comenzara mi idilio con la imagen. He sido docente de diseño gráfico y de medios audiovisuales a lo Michelle Pfeiffer; he sido redactora y reportera, de las que hacen speeches ante la cámara (aunque algunos no os lo creáis y yo casi lo haya borrado de mi memoria)… Realizadora de vídeo y fotógrafa en Las Provincias y compartiendo también el timón de la productora One Line Render junto a Paco Sánchez. En el horizonte, el estreno de un documental sobre ilustradoras que está en fase de postproducción. Con el otro hemisferio cerebral que me queda libre (aunque sea a ratos) continúo coordinando la delegación valenciana de Alquimia Sonora, un webzine de música que ha ido dando picotazos transmedia: programa en televisión, colaboraciones en alguna publicación y el granito de arena mensual en El Periódico de Aquí. Y ya que puedo barrer para casa, mi agradecimiento a María Carbonell, Susana Godoy y Juanjo Frontera, el resto del equipo alquímico en la actualidad. Al final lo mejor es trabajar/hacer cosas con gente que te aporta y que deja que tus alas puedan coger altura…

La verdad es que los cuestionarios “rápidos” siempre me han puesto muy nerviosa. En ellos no hay cabida a explicación, a una línea más para completar la respuesta. Por suerte los amigos de Verlanga me dejan contestar con el tempo pausado del vermú, así con acento.

Un disco:

Tapestry, de Carole King (Ode Records, 1971); Pet Sounds, de The Beach Boys (Capitol, 1966); London Calling, de The Clash (CBS, 1979); Omega, de Morente (El Europeo Música, 1996); Late Registration, de Kanye West (Roc-a-fella, 2005); Back to Black, de Amy Winehouse (Island, 2007),… Todos tenemos un puñado de discos imprescindibles que van escalando posiciones en función del momento. Ahora mismo me quedaría a vivir en los 12 cortes de Carole King una temporadita larga. ¿Recordáis los premios del Kennedy Center de 2015? La cara de Carole King (galardonada) al reconocer en la garganta de Aretha Franklin su (You make me feel like) A Natural Woman lo dice todo de su música: la emoción sin freno de sus composiciones.

Una película:

El slapstick y la comedia clásica me pueden desde siempre. Quizás porque comparto mucho con ellas: el absurdo, la risa, la ironía, el sinsentido, los juegos de palabras… Lo que no quiere decir que yo tenga gracia, ¿eh!. Vi Sopa de Ganso (Leo McCarey, 1933) en aquellas sesiones vespertinas de TVE dedicadas a los Hermanos Marx y desde entonces me ha acompañado junto a la irreverencia argumental de ¿Qué me pasa, doctor? (Peter Bogdanovich, 1972). Así que ya os podéis imaginar qué trabajos realicé en la Facultad en cuanto a cine se trataba. Eso sí, también me obsesioné mucho con Cosas que nunca te dije, de Isabel Coixet (1996): “Es la película que querría haber rodado yo”, recuerdo comentar a mis compañeros de clase en aquellos cineclubs espontáneos al salir de los cines Albatros (¡ays!). Tanto que hace unos meses me topé en una librería con Cappuccino Commotion (Nórdica, 2019), un cómic que retoma una de las líneas del film de Coixet. Sin querer saber más me lo llevé y ya en la intimidad de la lectura me estalló en las manos y en el corazón. Esos aciertos que hacen que todo cobre sentido… o que al final creemos que cobran sentido. Aunque la relación entre el relato que cuenta Rosa Navarro en este cómic, la película y mi día a día ya son otro tema que darían para otro vermú… ¡pero aún no he acabado de beberme este!.

Un montaje escénico:

Hace un par de años ví en el Almeida de Londres un exquisito Ricardo III, con Ralph Fiennes y Vanessa Redgrave. La propia configuración del escenario circular y lo intenso del texto de Shakespeare acompañaban… bueno, fuera el chip de “crítica” y os cuento lo mejor. Cual fans-locas (Glenn Close mode on) nos esperamos a la salida del teatro con la intención de que Ralph nos firmara el libreto. Iba saliendo el resto del elenco pero Ralph se había esfumado… ¿Ralph? En ese momento una espectacular Vanessa Redgrave sale por la puerta principal, se acerca donde estábamos y nos pregunta “¿os ha gustado la obra?”. La única respuesta que pudimos darle a la pobre osciló entre un balbuceo chungo y una risa nerviosa. #SepAsíFue

Un libro:

Debo confesar que en los últimos años he ido dejando de leer tanta ficción como antes. Son más los libros sobre música y teoría cinematográfica los que degluto como si de una nueva dieta literaria se tratara. Eso sí, sin indigestiones; no es ningún propósito de Año Nuevo ni nada similar. Pero hay algunos must a los que vuelvo cada cierto tiempo para reencontrarme con sus personajes. Placeres confesables que no son más que orgasmos literarios. Ahí están Nada, de Carmen Laforet; Te llamaré viernes, de Almudena Grandes o El Dios dormido, de Fanny Rubio (hay que barrer para casa, es prima mía). Y siempre, Miguel Hernández. Y Lorca. Y Sylvia Plath.

Una serie de tv:

Me he enganchado muy irregularmente a las series. Pocas, poquísimas, son capaces de atraparme, de generarme esa necesidad casi alucinógena de querer saber más. No soy de poner altares ni de acabar los libros que no me gustan, así que no os desvelo nada si os digo que con las series me pasa lo mismo. Que levante la mano quien no siguió en su estreno El Equipo A, V o Falcon Crest… veo pocas manos levantadas… De pequeña me marcaron mucho Choky y La tía de Frankenstein, y cada vez que hay ocasión intento reivindicarlas. Buffy, Cazavampiros, My so called life o A dos metros bajo tierra están de alguna forma en mi ADN televisivo, pero ya estoy recuperada también de aquella fase. Me sorprendió mucho Inside Amy Schumer porque no estamos acostumbrados a que sea una cómica la que entre en determinados temas sin tapujos ni remilgos. Y hace unos días acabé con la tercera temporada de Stranger Things. ¿Me recomendáis alguna?

Una serie de dibujos de tv:

Siempre fui muy fan de Daria, aunque tenía que hacer malabares en la época para verla (¿quién tenía la MTV entonces?). Pero creo que la que más he visto ha sido (oh, sorpresa!) Los Simpson. Eso sí, actualmente soy muy fan de Pepinillo y cacahuete y de El asombroso mundo de Gumball. Todo muy en la línea del absurdo, ¿no?

Una revista:

¡Ah!, que el papel sigue vivo, ¿no? Ja, ja, ja… De la Micromanía y El Gran Musical, reeditada en 1994, fui fluctuando a Fotogramas o a Cinemanía que vería la luz en 1995. Pero sin duda sigo leyendo Rockdelux y de vez en cuando alguna Enderrock. Ah, y voy a por Plaza siempre que Esma Kucukalic publica repor. Es un lujazo poder leer sus historias y más aún que confíen en ellas.

Un icono sexual:

Siempre lo he dicho sin tapujos: de niña me encantaba Alfredo Landa. Encarnaba todo lo que ahora no soportaría ni a distancia. El señoro español-y-muy-español con pelo en el pecho. Sería el resultado de la casi terapia de chó (así, como leéis) a la que nos sometían con las películas de TVE. Y de ahí hacia la mitología nórdica con Thor. El Dios del Trueno. Repetid en voz alta “Thor”… ¿no suena como rotundo, como fuerte?… Recuerdo alquilar Aventuras en la Gran Ciudad (Chris Colobus, 1987) e identificarme con Sara, el personaje que interpretaba Maia Brewton. Una niña fan de Thor que finalmente conoce a su ídolo (ejem). Desde entonces me fascinó su historia. No tanto los cómics como sí las pelis que llegaron. Y claro, ese Dios del Trueno, Chris Hemsworth. Y si seguimos con superhéroes, también Carol Danvers, la de los noventa. La irreverente que marca sus normas y que lo tiene todo bajo control. Brie Larson en Capitana Marvel (Anna Boden, 2019).

Una comida:

Reconozco que como fatal y tengo un peor paladar. No sufro intolerancias o alergias alimenticias pero tengo muchas manías astilladas que con el tiempo he asumido como algo normal. Normal para mí, claro; para el resto es una locura entender que determinados alimentos no pueden rozarse en el mismo plato, como una tragedia shakespeariana. Eso sí, preparadme huevo frito con patatas y seré la persona más feliz del mundo. Os salgo barata también, ¿eh?

Un bar de València:

El Monterey. Por todos los momentos felices vividos allí. Por todos los momentos de “cebollón” sobrevividos allí. Por todos los momentos bizarros y surrealistas disfrutados… Como aquella vez que llegó uno de los parroquianos del lugar diciendo que había perdido las llaves de su coche y, mientras todos buscábamos por si se hubieran escurrido por el local, él seleccionaba discos que iba pinchando. Muy loco todo allí. Y claro, el Monterey no sería lo mismo sin Víctor.

Una calle de València:

Cualquiera del Carmen. Da igual las veces que pueda pasar por la calle Roteros que siempre hay algo que me sorprende. La calle Ripalda, atajar por la calle San Ramón, pasar por Santo Tomás… ¿Puedo quedarme con el conjunto de todas ellas? Localizaciones camaleónicas que se disfrazan de una cosa u otra según pasees por ellas de día o de noche. Dos formas distintas de sentir esas calles.

¿Con quién te tomarías un vermut?


En general con amigos, compartir un mediodía de charla con ellos, que son cosas que por temporadas se echan de menos. El no poner alarmas de los “tengo-que-haseress”, el dejar el imperativo de los móviles a un lado y el reírse a los ojos. Que eso a veces se nos olvida, reírnos a los ojos.