Armand Llàcer. Foto: Tania Castro.

Hola, mi nombre es Armand Llàcer. Trabajo en gestión y comunicación cultural. Nací el año que John Lennon escribió Across the Universe y, cuando la canción cumplió 50 años, tuve ocasión de celebrarlo junto a mi gente cantándola en público al lado de mi hija. De eso hace muy poco. En esa interpretación cambiamos ligeramente la letra de la canción. En vez de «Nothing’s gonna change my world» que dice el estribillo original, cantamos «Something’s gonna change my world». Yo no soy músico, mi hija sí, pero cuento esto porque aquel gesto de cambiar la palabra «nada» por «algo» esconde una parte muy importante de mi filosofía vital y profesional que quiero compartir en este vermut con vosotras/os. Primero, que creo que las cosas pueden cambiar, deben cambiar, transformarse y mejorar; y segundo, que los procesos de cambio siempre empiezan por una/o misma/o.

Heredé la sensibilidad artística, el amor por el arte y la curiosidad de mi familia. En especial mis padres, quienes se empeñaron en que sus hijos tuvieran acceso a la cultura y pudieran tomar las riendas de sus propias vidas. Aprendí a trabajar muy temprano en los naranjales de Alcàsser (mi pueblo) y en otros ámbitos muy diversos, lo que permitió pagarme diez años de estudios universitarios de Bellas Artes y Filología francesa e inglesa (muy útil todo, de verdad), así como muchos discos, libros y viajes. Viví un año en Bruselas y cuatro en Francia junto a mi pareja, con quien inicié un proyecto de vida en común que todavía refulge con fuerza.

Mi debut profesional junto a un reputado comisario de exposiciones en Lyon marcó mi decisión de dedicarme profesionalmente al florecimiento de la sensibilidad y el trabajo en equipo. Nunca he creído en el individualismo neoliberal, machacón y machirulo que tanto se prodigó en los ochenta y los noventa y que todavía arrastramos, por lo que formar parte de aquel equipo sensible de trabajo, me iluminó el camino. Sé que suena un poco cursi eso de la sensibilidad y del florecimiento, pero no encuentro mejor manera de decirlo. Creo que si vives en el primer mundo (aunque sea en la parte de abajo), dedicarte profesionalmente a la cultura y el arte, es algo maravilloso, aun sin tener apellidos compuestos ni pertenecer a ninguna élite.

Trabajé 12 años en la Conselleria de Cultura, en diferentes lugares y departamentos: el Espai d’Art Contemporani, donde conocí lo mejor y lo peor de mi profesión, Castelló Cultural y el gabinete de prensa de dos consejeras; cuatro años en cada sitio. Cuando la crisis estaba en su máximo apogeo, fui despedido del trabajo sin demasiadas explicaciones. Yo me lo tomé como una gran oportunidad y ahí empezó mi vida de trabajador autónomo al servicio de asociaciones profesionales (VAM! y MusicaProCV), empresas (La Imprenta CG) y proyectos varios, emperrado en seguir pegado a las personas sensibles y vivir de ello. Tras varios años de precariedad empecé a sacar cabeza hace relativamente poco, es decir, a poder pagarme el dentista. Y en esas ando desde entonces, ilusionado por estabilizar un poco más la situación y poder continuar.

Un disco: Uno de los primeros que compré en Oldies con mi hermana: el single Brass in pocket de The Pretenders. Tenerlo en casa y escucharlo me hacía sentir diferente y supermoderno en un momento de exigencia hedonista adolescente. Un disco de ahora mismo: Cante el cos elèctric de la banda valenciana Gener. Estoy trabajando en su promoción y me maravilla el grado de madurez que presenta a todos los niveles: composición, arreglos, mezclas, letras. Y sobre todo, su visión del mundo.

Una película: Petra, de Jaime Rosales. Un relato extraordinario contado con un lenguaje contemporáneo donde hay de todo, crímenes, tragedia y violencia sin pirotecnias ni efectos especiales.

Un libro: De lo leído en los últimos meses, Pequeño país de Gaël Faye, una novela corta que aborda de forma sencilla y muy cercana el genocidio ruandés. De lo que estoy leyendo ahora, Crónicas marcianas de Ray Bradbury, un clásico de los 40 que he conocido gracias a mi colaboración con Gener y cuya mirada hacia las personas y sus ilusiones me ha hecho partirme de la risa y llorar amargamente.

Una serie de tv: De las poquísimas que he podido ver enteras The Wire es mi preferida sin lugar a dudas.

Una serie de dibujos de tv: Los pingüinos de Madagascar, porque me conectó de por vida con la generación de mi hija y sus amigos. Ellos ya van camino de los 20, y todavía bromeamos jugando a Private y Skipper cuando cuando nos cruzamos por la calle.

Una revista: Verlanga, ¡of course!. Y también Jot Down por lo que todo el mundo dice de ella. Desearía ser más burgués y tener más tiempo para comprarla, leerla y poder presumir en sociedad.

Un icono sexual: David Bowie marcó un antes y un después en mi crecimiento personal adolescente. No es nada original, lo sé, pero sigue brillando como nadie en mi imaginario iconográfico.

Una comida: Lomo a la canela, un plato cuya receta hemos heredado en casa de mi madre y mi abuela. Es muy sencillo de preparar, y ha logrado un impresionante consenso entre todos los que lo han probado.

Un bar de Valencia: El Lisboa, que me pilla cerca de casa y he convertido en lugar de reuniones de trabajo y encuentros placenteros. Ahí, justo debajo del olivo, me encontraréis a menudo, entre turistas y músicos ambulantes.

Una calle de Valencia: Cualquiera de las que jalonan los márgenes de las avenidas muy transitadas del centro. Siempre me ha gustado perderme por esas callejuelas laterales (San Martín, En Sala, Lusitans…), casi siempre sin comercios y silenciosas. Me encanta vagar por ellas.