Isa Greses. Foto: Julio Pérez Sotillo.

Soy Isa Greses. A los diez años, durante el verano, empecé a escribir un relato en los sobres de los recibos del agua y de la luz. Quería que fuese mi primera y gran novela, y lloré mucho de impaciencia. Evidentemenete, no lo fue. Llegaron algunos premios literarios y estudié periodismo por vocación, la literatura no daba de comer. El periodismo sí (ja), hasta que todo cuanto escuchaba sobre empresas mediáticas, intereses políticos o directivos ajenos a la profesión, me desencantó, así que volví entre los brazos de la literatura. Tras cuatro años en la facultad de Periodismo, hice las maletas y me mudé a Madrid. Me licencié en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y me especialicé en Tradición Clásica. También dejé de escribir. El canon occidental de Bloom, los formalistas rusos y algún que otro crítico literario me enseñaron que el común de los escritores mortales solo podía aspirar a la mediocridad. Y les creí.

Así que me dedique a estudiar. Mucho. Y a contar, esa necesidad nunca murió. Y sin querer me acerqué al teatro. Dirigí varias obras, adapté y creé otras, mientras Bloom y los formalistas me gritaban en la cabeza, y pasé casi diez años dedicada a ello, hasta que el periodismo volvió a mí y tuve la oportunidad de dirigir el magazine Play Cultura en Play Radio. Me reconcilié con la profesión y hasta la actualidad mimo la cultura y la radio. Desde hace casi un año soy la responsable de comunicación de Grupo Editorial Sargantana y trabajo codo con codo con la banda Indian Hawk. Lo de la americana y Sergio Leone es para otro capítulo.

Un disco: Crecí escuchando el History de Michael Jackson y lo tengo adherido al recuerdo, pero para el disfrute, Appetite for destruction de Guns N’ Roses. De Elvis Presley y Etta James, todo.

Una película: Mejor dos. Cantando bajo la lluvia, de Gene Kelly y Stanley Donen, esa obra maestra, y Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone. El arte de quebrar el género, rozar la ópera y mimar la narrativa no tienen paragón.

Un montaje escénico: Mirando a nuestra escena teatral valenciana, me decanto por tres. Hamlet canalla, con la sublime exploración de los personajes menores de Hamlet, todos en la piel de un Josep Manel Casany exquisito en los matices, y con un Ximo Solano incombustible.

Por otro lado, La reina asesina, de Arden. La revisión de aquella Grecia mítica, la vuelta a una época micénica de engaños asesinatos y leyendas. Soy casi devota de Chema Cardeña.

Y, por último, Licantropía, de Borja López Collado. Una montaje que recoge una mirada generacional muy interesante.

Una exposición: Aquí diré una casa museo. La de Unamuno en Salamanca. Quizá por el aura de melancolía que supone estar a un cristal de distancia del manuscrito de Niebla o por la higuera a los pies del balcón. O quizá porque la Generación del 98 es una fuente inagotable.

Un libro: Peter Pan. El mito y el flaco favor que le hizo Disney han desmejorado la calidad del clásico de Barrie. Más allá del estilo exquisito del autor, el personaje de Peter Pan recoge lo necesario del sátiro Pan y lo más salvaje de un icono que no era, ni mucho menos, naïf.

Una serie: Lost. Y sí, me gustó el capítulo final. Un antes y un después en la creación de series tal y como las conocemos. Me estoy quitando.

Una serie de animación: La tentación me dice Bola de Drac Z. Pero elegiré Chobits, de Clamp, sin ser necesariamente una gran serie. Revisándola con la perspectiva de los años, es reenfocable su poso machista. A la luz de Asimov y lecturas ya exploradas por Spike Jonze en Her o en I’m Here, se antoja pobre el tema de los robots con forma humana capaces de sentir como personas. A mí me cautivó en su momento y creo que es conveniente descubrirla. También valdrían Los Fruitis.

Una revista: Quimera. Consumimos literatura por placer, pero en tanto que conecta directamente con las pulsiones comunes a todo ser humano, analizarla, descubrirla y sacarle punta, es delicioso. Quimera permanece a través del tiempo por la calidad de sus contenidos y enfoques.

Un icono sexual: Gael García Bernal.

Una comida: Los pimientos rellenos de arroz. Los de mi padre.

Un bar de Valencia: Elijo una cafetería. Trencat, en el corazón de la ciudad, en la calle Trench. Delicias caseras. Una lástima que ya no se pueda desgustar su menú de mediodía. Además, son majisísimos.

Una calle de Valencia: Cualquiera que tenga una librería.

¿Con quién te tomarías un vermut? Con David Trueba.