Actor con corazón de músico y alma bailable. Ha tenido la suerte de intervenir en más de treinta montajes teatrales, varias series de televisión y algunas películas. Director ocasional de escena, coautor en espectáculos colectivos, compositor, iluminador y técnico (que de todas estas cosas también ha trabajado), ahora mismo acaba de crear «Goig de Teatre» una compañía teatral con vocación de hoja suelta. Hace años vive en Campanar, un barrio para descubrir del que destacaría su tranquilidad.
El núcleo tradicional de Campanar
Comprimido en un perímetro de vías rápidas de tráfico y oculto por modernas edificaciones de altura, fruto de la desaparición de la que se considera la primera huerta de aquella antigua Valencia, empecé a mirar hace más de quince años este sorprendente núcleo tradicional que, hace mucho tiempo actuaba como centro de un conjunto de alquerías (se conserva la de Ricós, junto al cementerio) y huerta, regadas por la acequia de Mestalla. Si paseáis por la plaça de l’Església y las calles de alrededor, encontraréis edificios del siglo XIX y el XX, casas de labradores: con amplia entrada central para el acceso de los carros y animales, viejas cuadras en la parte trasera de la parcela y dormitorios que dan a la fachada. La iglesia está declarada monumento, pero lo que más me impresiona es su campanario sonando a todas horas (las fiestas, la misa, los cuartos, la media y cada hora. Y si se ha muerto alguien. Y si es hombre o es mujer. Y más.) “De Campanar a Tendetes, no hi ha que tirar palletes”, se dice hablando de dos cosas entre las que no hay casi nada de diferencia.
Plaça de l’Església (Plaça de l’Església de Campanar)
Esta gran plaza seguramente es el punto radial del barrio de Campanar, espacio por donde tienes que pasar «sí o sí» si quieres entrar en el pueblo o salir de él. Porque aquí los vecinos nacidos en Campanario todavía dicen «me voy a Valencia» o «vuelvo al pueblo» cuando allí han acabado lo que tenían que hacer. Así que, en esta plaza, un día u otro te encontrarás con ellos y ellas, bajo las ramas casi centenarias de los plataneros que la envuelven. Y aquí se celebran las fiestas (de invierno y de verano) y las bodas (porque una de sus esquinas está ocupada por la parroquia) y los pequeños juegan sin peligro de circulación y con libertad con la pelota o la trompa, que aún hay quien la utiliza. Esta plaza es única en la ciudad, y los que lo saben se aprovechan.
Forn de Manuela (C/ Benidorm, 12)
No es sólo para las monas y los panquemaos que les han hecho ganar merecidos premios de los profesionales de la pastelería. Ni tampoco por las coques cristines de calabaza o de pasas y nueces. Y la coca escudellà. De manteca, las coques fines y los rotllets. No es sólo por todo ello que cualquier buen goloso o golosa debería acercarse una vez en la vida a esta panadería. Es, sobre todo, por las mujeres (y algunos hombres) que la llevan adelante y que te encomiendan siempre unos gramos de optimismo por la vida, que comienza en las papilas gustativas y terminará en el estómago en un buen y alimentario final. “Mare, vull pa!» «Vés al forn de Manuela, que n’hi ha!”.
El pino de Can Calet (C/ Benavites, al final)
Es un árbol centenario de 25 metros de altura y catalogado de monumental. He leído que es el último superviviente del pinar de Campanar, un denso bosque de pinos carrasca que iba de Godella hasta Campanar y de ahí, por la otra orilla del río, por l’Olivereta hasta el barrio de Arrancapins. Me imagino todo este espacio de fincas altas que, modernamente, se llama Nou Campanar, cubierto de pinos majestuosos como éste y, seguramente, algunos aún mayores. Que beneficio para nuestro pobre ambiente actual.
La ermita del Pouet (Partida del Pouet)
Es la más pequeña que he visto nunca. Y ha quedado aislada, como una muestra liliputiense, del antiguo espacio de huerta que la rodeaba y que hoy son grandes edificaciones y enormes avenidas. Una cosa tan pequeña, y el fervor que despierta entre los habitantes más antiguos de un pueblo pequeño que conserva grandes ejemplos de un bello pasado.