Interior de la galería Pepita Lumier antes del montaje de una exposición. Foto: Eva M. Rosúa.

Hace unos días, en la presentación del Festival Tercera Setmana, Mª Ángeles Fayos (presidenta de AVETID, Teatro Olympia, Teatre Talia,…) habló, acertadamente, de la necesidad urgente de que el certamen, las artes escénicas, la cultura en general en València, fueran sostenibles. Y para ello pedía más implicación de la administración pública. No creo que haya nadie que discuta el talento en todas las disciplinas artísticas que hay en esta ciudad, pero si no sirve para que la gente pueda vivir de su trabajo, merecemos un suspenso como sociedad.

Cierra el dELUXE, cierra Pepita Lumier, antes lo hizo La Edad de Oro, Tenderete pasa a convertirse en cita anual renunciando a su convocatoria estival, Hits With Tits después de cinco recopilatorios aún no saben si recaudarán lo suficiente para su sexto a falta de pocos días, las librerías en los museos públicos brillan por su ausencia. Cierto que ha abierto otro local en el que se programarán conciertos (Centro Excursionista Bar); que ha vuelto Espai Tactel; que han nacido un sello, una editorial, una productora y una revista de cómics en los últimos meses; que se anuncian nuevos festivales,… pero ¿son o serán sostenibles?

Igual (coincidiendo con las nuevas legislaturas) ha llegado el momento de que se apueste de verdad por la cultura. Con una consellería individual; con concejalías que no se peleen y trabajen al unísono, con gestores culturales (sí, esos profesionales que sobrevivieron durante años de precariedad y que conocen, de verdad, la ciudad y tienen ideas y no ocurrencias) asesorando con nómina en lugar de afines o militantes de los respectivos partidos; apostando desde la base (aunque no dé réditos culturales a corto plazo) y no por la fanfarria de premios televisados en los que la gran mayoría de los ganadores no vive del trabajo por el que se les ha galardonado; archivando galas de Premios Goya porque el audiovisual valenciano está a punto de ahogarse (si es que alguna vez sacó la cabeza del agua) con el stand by de À Punt; trazando un mapa literario con todos los actores (autores, editoriales, librerías,…) en lugar de llevar escritores valencianos a Frankfurt a no se sabe bien qué y reformulando una Fira del Llibre que de tan ombliguista supura pelusas; ayudando y apoyando a los locales que programan conciertos, a las galerías de arte, a las salas de teatro, a los espacios culturales, … igual que se hacen con los activos en otros sectores. Aparcando eso de mirar hacia el exterior queriendo ser Ciudades de porque antes deberíamos serlo internamente.

Y para todo eso, hace falta dinero. Sí, acabemos ya con el absurdo romanticismo que se asocia a la cultura, al arte. DI-NE-RO. Como en cualquier otro campo. Esta es una industria más y como tal hay que tratarla. Tiene que ser sostenible, rentable, y para ello necesita un presupuesto de verdad. Dinero para que, por ejemplo, el TROVAM cuente con una plantilla que trabaje durante 365 días; para que los directores y directoras de festivales estén al frente durante todo el año y tengan un equipo propio durante ese tiempo a su disposición; para que las actividades en los barrios no se limiten a eventos puntuales, sino que se articulen durante todo el curso y atendiendo a sus necesidades; para que los procesos creativos no se vean contaminados de la distracción y el miedo a las facturas que hay que pagar;… En definitiva, tomarse la cultura en serio. Y no, no se trata de subvencionar a fondo perdido. Todo eso, bien invertido, retornará. Pero hace falta creérselo.

Toda la responsabilidad de esta situación, sin embargo, no puede recaer en las administraciones públicas. Todos tenemos nuestra parte de culpa. La misma que cuando cierra un negocio histórico (generalmente del centro, que los de las periferias no son tan bonitos) y llenamos de lamentaciones nuestros muros de facebook. Hay que entender la cultura como un bien de necesidad máxima. Y consumirla (sí, también hay que quitar esa dosis de indignación infantil que provoca esta palabra) con la misma avidez con la que lo hacemos con otras cosas. Y cuando lo hagamos, igual seremos una sociedad más formada, más educada, y no tendremos que ir a votar acojonados porque la extrema derecha pueda ser decisiva.