Soy Ana Henar Lorenzo Vegas, gestora cultural. Nombre un poquito largo, pero es que me niego a obviar el apellido de mi madre.

Estudié Historia del Arte en la Universidad de Valladolid y después me formé con Posgrados y Másters varios en Gestión Cultural, primero enfocada hacia la gestión del Patrimonio Cultural y después hacia las Artes Escénicas.

Este viraje hacia la gestión de las escénicas tuvo que ver con escucharme y darme cuenta de que necesitaba hacer de mi pasión, mi trabajo. Nunca me he puesto encima de un escenario para interpretar ni bailar (excluyo los años que paseé en un grupo de danzas tradicionales castellanas) pero necesitaba ver y formar parte de este mundo.

Me gusta pensar que lo que soy realmente es espectadora y que son las procesiones de mi ciudad las que me han enseñado a mirar, a esperar que pasen cosas en la calle y que esas cosas se conviertan en algo que me una a los demás transeúntes por el lazo invisible del arte. He aprendido a estar atenta y a esperar la sucesión de cosas de manera respetuosa y nerviosa ante lo que va a llegar. Quien ha visto esas procesiones, sabe que más allá del sentido religioso es un gran teatro en la calle. Son artes de calle. Esa actitud de espera, escucha y emoción la vivo como nueva cada vez que me sitúo ante una creadora.

He pasado por trabajos alimenticios varios, bastantes, demasiados. Sé lo que cuesta hacer otras cosas por necesidad. Por eso valoro tanto trabajar en lo que me gusta: he trabajado en la Federación de Espacios Teatrales Independientes de la Comunidad Valenciana, en proyectos culturales en diferentes ámbitos, he formado parte de comisiones de selección de propuestas, como jurado en festivales, … En los últimos cuatro años trabajo en la gerencia de la Associació de Professionals de la Dansa de la Comunitat Valenciana-APDCV, donde hago una labor que pasa por todos los ámbitos de la gestión de la entidad y donde desarrollo otra de mis pasiones, la gestión cultural creativa, donde doy rienda suelta a mi imaginación, a la generación de proyectos con el fin de dar visibilidad y trabajo a los profesionales de la danza. Además, esto lo combino con trabajos puntuales como comisaria en proyectos, ciclos y jornadas de práctica escénica relacionadas con el cuerpo y el movimiento.

Para mí, lo de pensar juntas es imprescindible. Lo que más me gusta de mi trabajo es trabajar con otras personas, crear redes, apostar por ellas y generar trabajos conjuntos. Me gusta la gente honesta, sin dobles fondos, generosa.

Quiero estar en calma. Y también quiero pasear, como opción política, para reivindicar el pensamiento lento. Para disfrutar de las conversaciones y los silencios.

De la vida espero pasar todo el tiempo posible con mis hijos, seguir disfrutando de mi trabajo y aportar todo lo que pueda para que la cultura se considere tan vertebradora y necesaria como la educación. Es más, mi deseo es que no haya separación entre cultura y educación. ¡Ojalá estuviera tan integrada en nuestras vidas que no tuviéramos que plantearnos esto!

 

Una canción: “Mediterráneo”, de Serrat. Bueno, todo el disco. Me sé todas las canciones de memoria. Me emociona hasta llorar. Yo que soy de secano, no entendí nunca como una canción tan identitaria podía hacerme sentir tantas cosas. Supongo que más allá de lo geográfico, lo que me emociona es que la relaciono con mis padres, con la lucha por las libertades y con una ideología.

Una película: Más que una peli, me quedo con un festival, con la Seminci de mis años jóvenes, esas primeras veces de Rompiendo las olas, Un Verano en la Goulette, el cine de Ken Loach, Penicilinos, Brillantes y amigas amadas.

También El globo rojo, que fue una de las primera pelis que vio Samuel, mi hijo mayor, que llegó a creerse por un tiempo que él era el prota de la historia.

Y con Druk. La escena del baile final es increíble. ¡Hay tanto cine y tanta vida en esos últimos cinco minutos!

Un montaje escénico: Pues aquí sí que no sé, hay tantas…En mis años de Valladolid, había un espacio, una sala municipal, la Sala Ambigú, a la que iba todas las semanas sí o sí, incluso sin saber qué iba a ver, bueno eso es algo que sigo haciendo… En ese espacio y gracias al programador que tenía, Javier Martínez “Varillas”, vi mis primeros Rodrigos García y me fui acercando a lenguajes nuevos, diferentes. De lo visto en el TAC (Festival Internacional de Teatro y Artes de calle) recuerdo mucho La Bombonera y Mirando al cielo, de Producciones Imperdibles, y allí también me enamoré del trabajo de Claire Ducreux y del de Petit Teatre Baraque. Bueno, es que ese festival para mí es muy especial, las artes ocupando, invadiendo, habitando y dialogando directamente con el espacio público. La toma de la ciudad por el arte en las calles.

Del Festival Veo, de los años de Mariví Martín tengo un listado grande, pero tal vez Le Sort du Dedans, de Baró d’Evel Circ, fue una de las más me han marcado.

Para nombrar algo de los últimos años, he preguntado a mi hijo Samuel, que es el mejor acompañante que he tenido nunca en esto de las artes vivas y me ha recordado a Juan Domínguez y su Entre lo que ya no está y todavía no está que vimos en el Russafa Escénica Out 2019, programación tocada por los dedos invisibles de Santiago Ribelles. Pero una de las vivencias más bonitas que hemos tenido como familia ha sido el último Radicantes en el IVAM y las prácticas que nos propusieron, donde pude escuchar a mi hijo Pau decirme que era lo mejor que había vivido en su vida. Qué emoción, gracias, Mireia, Rocío y Tatiana.

Me acabo de dar cuenta que he nombrado a programadoras y comisarias, será porque me parece vital e imprescindible reconocer su trabajo. Algunas son como esa maestra que, gracias a su conocimiento y sensibilidad, te abre los ojos a la curiosidad y a la búsqueda.

Una exposición: Aquí también es complicado, la formación en arte hace que me cueste… Nada de lo que soy sería lo mismo sin los espacios que me han educado. Uno de ellos es el Museo Nacional de Escultura de Valladolid que es un espacio que yo creía casi mío, propio, de pequeña me sabía de memoria sus recorridos, sus obras… La reorganización museológica ha sido brutal. Es un gran ejemplo de cómo adecuarse a otros tiempos sin romper la esencia del museo.

Recuerdo con cariño la expo de Marc Chagall en la Fundación March en Madrid allá por el 98 o 99, la de Ana Eva Bergman en Bombas Gens y 
Almacén. El lugar de los invisibles, del Museo Nacional de Escultura, donde se ponían en valor las obras nunca vistas del Museo, con un criterio museográfico fantástico. Aunque disfruto mucho de la soledad frente a la obra de arte, las tres que he nombrado las recuerdo sobre todo por las personas que me acompañaban cuando las recorrí.

Un libro: He estado mucho tiempo sin poder leer, la crianza, la carga mental me ha llevado a lugares difíciles donde la lectura era incompatible con mi vida. Poco a poco voy retomando y volviendo a esa costumbre que tenía de estar con dos o tres libros a la vez. Ahora estoy con Existiríamos el mar, de Belén Gopegui; Desayuno en Brooklyn, de Mireia Ferrer y Dicen que Nevers es más triste, de Angélica Liddell, regalo maravilloso de una persona a la que estimo muchísimo y que me hizo muy feliz.

Pero de los libros que más me han gustado, emocionado en los últimos años, están Panza de Burro, de Andrea Abreu y También esto pasará, de Milena Busquets, libro que me ha traído algunos de los momentos más especiales de mi vida, cuando me lo regalaron y cuando lo regalé por última vez.

Una serie: No suelo ver series, pero en el confinamiento me vi Downton Abbey de un tirón, no me lo explico porque tenía como mil temporadas.
Con mis hijos, Cobra Kai.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Pues a mí no me gusta que me retraten. Tal cual, no me gusta nada aparecer, que se me vea…¡lo que me ha costado poner una foto a este texto! Por eso me atraen los retratos que Carlos Maiques me ha hecho en alguna ocasión sin darme cuenta, donde se me intuye. También las fotos que tengo de Jose Bravo donde me reconozco porque creo que en su fotografía consigue captar la esencia de las personas sin tener que ponerlas en el centro del objetivo. También me gusta mucho una ilustradora, Virginia Vinagre que hace unos collages que son una delicia.

Una comida: Cualquier cosa que prepare mi hermana que es como si cocinara mi madre, pero sobre todo su ensaladilla rusa y su cocido castellano.

Un bar de València: El 33, en Russafa, por todas las reuniones de los dos primeros años de mi trabajo en APDCV con Santi y Ángela.

Una calle de València: Son dos, calle Francisco Sempere, donde me instalé al llegar a València y donde nacieron mis hijos, uno de ellos literal, en casa y la calle Sueca, la calle donde está el hogar que siempre soñé y desde donde veo el gran arco de entrada a la Estación del Norte, a lo lejos, cuando me asomo al balcón.

Un lugar de València que ya no exista: Mercería de la calle Cádiz con Literato Azorín, Mercería Carbonell creo que se llamaba. Era increíble. Aún guardo la cajita a modo de costurero que me hizo el hombre supermayor que la regentaba nada más llegar a València. Ahora es un bar.

¿Con quién te tomarías un vermut? ¡Buah! Pues si pudiera con mi madre, que era una disfrutona de la vida y que no se tomaría uno, se tomaría dos vermuts acompañados de unos cuantos cigarritos de Nobel. La echo tanto de menos!