Mi nombre es Miguel Jiménez Luján, pero atiendo tanto por Miguel como por Miguelico, que es como gustan de llamarme los mayores de mi familia. Nací 18 años después de acabar la guerra civil española y casi dos años antes de llegar la Revolución cubana, es decir un 28 de julio del año 1957. Quizá por esos dos hechos tan dramáticos han pasado mis huesos rozando tan cerca de las grandes catástrofes del siglo XX: un terremoto en CDMX, la caída del muro de Berlín, el 11 S de gira en Los Ángeles, el corralito de 2001 de gira por Buenos Aires, o la llegada de la pandemia rodando un documental en Cuba, entre otros muchos.

Vengo del medio rural, nacido en un pequeño pueblo a 25 leguas de València, donde me criaron hasta los siete años, al abrigo de largas tapias de corral pintadas de blanco, en Fuentealbilla, provincia de Albacete: galgos, podencos y quebrantos adornaron mis juegos infantiles en el llano manchego que llaman La Manchuela.

La fatalidad de un accidente agrícola que sufrió mi padre nos trajo a mí y a mi familia a esta maravillosa ciudad de València, recién cumplidos los siete años, donde mis raíces se hicieron árbol y dieron el mejor fruto. Nunca dejé que se secara mi raíz rural y campesina, por donde quiera que pasé y por mucho que me alejara del campanario de la iglesia.

Infinitos caminos, pueblos y ciudades me vieron transitar, sin prestarme atención alguna, pero yo sí estuve atento a cada ribazo, cada plaza, cada tintineo nocturno de clubes, antros y titiriteros. De El Cairo a Tijuana, de Buenos Aires a La Habana, de Londres a Estambul, o de Tokio a San Francisco.

Seguridad Social, Girasoules, La Habitación Roja, Miquel Gil, Amparanoia, Mártires del Compás, Juan Manuel Cañizares y, en los últimos diez años, Santiago Auserón a.k.a. Juan Perro, han sido las razones de mis viajes y la ilusión que mantiene viva mi vocación de mánager. De todos ellos, los artistas y los caminos, están escritas las páginas de este libro que es mi vida.

Hoy, pienso escribir unas cuantas páginas más, con más tinta e ilusión que nunca, en mi nueva etapa como presidente del Consejo Territorial de la SGAE de la Comunidad Valenciana, representando al Colegio Editorial.

 

Un disco: Un solo disco es una traición. ¡¡¡Es imposible elegir solo uno!!! En todo caso, Compromiso, el disco en directo de Seguridad Social, con Soy un salmón: “Ir río arriba no es fácil ni es vulgar / Muchos obstáculos que tengo que saltar / Con la certeza de hacerlo cada vez mejor / Hay pescadores a mi alrededor / Miles de anzuelos, cada cual más tentador / Soy vulnerable, aunque no soy fácil de pescar…”. Son consignas siempre amarradas a mi raíz vital. Por no citar el honor y el orgullo que supone haber sido el mánager del grupo durante más de catorce años. Sin embargo, el disco de mi vida, ese que más me dio, es De un país en llamas, de Radio Futura, en el que también tuve el placer y la honra de trabajar en el año 85, así como en la remezcla de Semilla negra. De hecho, si solo pudiera escoger una canción, sería ésa, por todo lo que significó para el despegue de mi carrera como mánager en el año 1983.

Una película: La que más me ha emocionado es La vida es bella, de Roberto Benigni. Una película rebosante de ilusión e imaginación. Una película muy inspiradora, si uno se acerca a ella con la mentalidad del protagonista, un vendedor de libros que en la peor circunstancia tiene la oportunidad de inventar la mejor novela y la aprovecha.

Un montaje escénico: Uno sin parangón fue Suz/O/Suz, de La Fura dels Baus, en el Mercado de Abastos de Valencia. El lugar ideal, por su arquitectura industrial, perfecto para las carreras del público bajo los ensordecedores truenos, corriendo perseguidos por los actores, entre las columnas de cemento del mercado, un espectáculo aterrador. Y, además, en el momento oportuno y con el público ideal: el de la València de los 80 en todo su esplendor, ávido de cultura y de riqueza emocional, llenando por completo el espacio y participando del montaje. Nunca he visto nada igual de atrevido y provocador. Otro montaje escénico digno de mención por su valentía fue el de la ópera rock Tommy, en 1973, con músicos valencianos de la talla de Modificación, Paranoia Dea, Bustamante, La Masa y alguno más que no recuerdo. Fue un hito arriesgado, que tuvo mucho éxito en el Teatro Princesa del Barrio del Carmen y me dejó completamente ensimismado por su brillante y vanguardista puesta en escena. Con decenas de músicos y actores, y creo que hasta con la participación del coro de la Ópera de Valencia.

Una exposición: Igual de difícil como resulta elegir una sola canción, se me hace imposible elegir una sola exposición. Porque, ¿a dónde te vas? ¿al Museo del Prado? ¿a las fantásticas exposiciones de Bancaja? Yo me emociono disfrutando de la exposición permanente del Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, en el palacio del Marqués de Dos Aguas, entre piezas del siglo VIII, o alguna de Picasso, y de antiguos viajeros. En esas piezas está toda la historia del mundo moderno. Además de visitar el edificio que la alberga, esta exposición no dejo de disfrutarla con cierta asiduidad.

Un libro: Sin duda, las Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes, que, por su picardía y realismo, permanecen actuales y animan a la aventura personal al leerlas. Una maravillosa obra de arte. Claro que es un crimen dejar fuera a Rulfo, Galeano, Cortázar y tantos otros.

Una serie: La última que me ha gustado es Gambito de dama, pero sufrí mucho con Kalifat.

Una app: Aunque parezca evidente, WhatsApp, porque ha revolucionado las comunicaciones y ha abaratado muchísimo la comunicación familiar y profesional. Hoy no sería fácil vivir sin WhatsApp. Quizá tenga sus inconvenientes, como todo lo relacionado con “La red”, pero esta app, que permite hablar y verse, enviar fotos, videos, etc. se ha mostrado muy útil.

Una comida: La paella. No hay nada en el mundo comparable a la paella. No solo es su sabor, que también, si no la ceremonia de su desarrollo, participativa, familiar, tanto en la cocción como al degustarla. La paella, además, es comparable a la música. Ambas te dejan tocar, disfrutar, vivir, sin pedirte nada a cambio, sin necesidad de ser un experto o un profesional.

Un bar de València: Lo que se conoce como propiamente bar, el Casa Jomi, en Nazaret, frente al cuartel de la Guardia Civil. Especializado en salazones y en el que podías cenar con los platos sobre una máquina de pinball de los años 80. Pero si se trata de señalar uno para ir ahora mismo, Labarra, en Maestro Gozalbo esquina con Conde de Altea, delicioso y de cultura gastronómica exquisita.

Una calle de València: Caballeros, con la Academia Martí, frente a la iglesia de San Nicolás, donde estudié y aprendí a transgredir. Una calle emblemática de la ciudad con miles de años de historia que siempre tiene un halo de magia, como si fuera a salir algún truhán escondido en su capa a quitarte las monedas del botín.

Un lugar de València que ya no exista: La estación del Puente de Madera, de donde salía y a donde llegaba el “trenet”. Toda una incitación a viajar para un joven inquieto que gustaba mirar por la ventanilla y ver pasar las farolas. De Marxalenes a Almácera, de Valencia a Llíria, Bétera o la Malvarrosa. Era una estación bellísima, situada junto al Campo de Vallejo, donde jugaba el Levante UD y podías ver a los abuelos sentados en sillas de anea, en la misma raya del campo, poniendo a veces la zancadilla con el garrote a los jugadores de los equipos contrarios: yo he visto eso en las mañanas de domingo.

¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato? Nicoletta Tomás Caravia. Hizo una adaptación de la portada de un disco de Joni Mitchel a Julio Galcerá que me impresionó tanto que se la compré. El disco en cuestión es Both sides y muestra a Joni en la barra de un bar, de frente en la portada y de espaldas en la contraportada. Nicoletta hizo un homenaje a ese disco con Julio Galcerá, carismático líder, de quien yo fui siempre fan, de bandas legendarias de Valencia como La Masa, Paranoia Dea y La Mala Seguida.

¿Con quién te tomarías un vermut? Con cualquier persona que tuviera una conversación interesante.