Óscar Brox. Foto: Olga Tamarit.

Me llamo Óscar. La buena gente de Verlanga me ha invitado a un vermut con la intención de hablar un poco de mí. ¿Por dónde empezar? Lo primero sería decir que escribo. Que empecé a escribir en mi más tierna adolescencia (aunque fuese para evadirme de unas clases que ni fu ni fa) y que la escritura me ha acompañado hasta mis 36; o sea, hasta hoy mismo. De cine, de teatro o de literatura, en revistas mensuales como Dirigido por o Imágenes de actualidad o en proyectos culturales como Détour, que, aunque no lo parezca (porque nos han ubicado en cualquier lugar menos aquí), es una revista pensada y hecha en València. Parte de mi vida adulta ha girado en torno a la programación cultural, tanto en el ámbito universitario como, y esto sí que es una auténtica maravilla, en festivales de cine. Hace años publiqué, también, un ensayo psicodélico sobre el cine de Nicolas Winding Refn. Y, pese a ello, todavía asomo la cabeza por publicaciones colectivas y libros de festivales. Pero, bueno, rebajemos un poco el entusiasmo: también he trabajado de repartidor durante bastante tiempo, de cajero y ahora mismo me identifico como un bruto mecánico (ahrg) al servicio de una de las empresas con más tradición de nuestro Estado. El porvenir es largo. O eso espero.

Total, que aquí estoy, en un apartamento colapsado de libros (por cierto, hay que decirlo más: València es el paraíso de las librerías de viejo), pergeñando una selección de gustos y cosas que me representan. Como la tarta Sacher o los cómics de Kirby. Algún día espero escribir una novela negra (pero de las de verdad, ¿eh?, a lo Thompson, Goodis o Manchette) y parecer menos hierático en las fotos. Y, ya puestos, escribir con menos paréntesis. Por cierto (y van ya unos cuantos), muerte a los fondos buitre, la especulación inmobiliaria y la turistificación de la ciudad.

 

Un disco: El último de Eli Paperboy Reed, por ejemplo. O el Crazy Rythms de The Feelies (fuckin’ masterpiece). O esas joyitas de pop perfecto que acaba de lanzar Carly Rae Jepsen. O cualquiera de Jonathan Richman. Sí, sí, ya paro.

Una película: Gerry, de Gus van Sant. Y, en modo reivindicación en voz alta, Southland Tales, de Richard Kelly.

Un montaje escénico: El Giulio Cesare, de Romeo Castellucci. Por la importancia de disfrutar de una pieza de un creador fundamental en el teatro europeo gracias, por cierto, a la programación del Festival 10 sentidos. Pero, eh, que en los últimos años están pasando cosas maravillosas por la ciudad: Lluís Homar, Sanzol, Pimenta, Mario Gas, Rigola, Andrés Lima, Lluís Pasqual… Y eso por no hablar de lo de aquí (Pont Flotant, Perros daneses, Crit, etc., etc.). Mención aparte a una compañía que me encanta: Agrupación Señor Serrano.

Un libro: Los viernes en Enrico’s, de Don Carpenter. Y los libros de Joan Didion, también. Y los textos que escribía Mark Fisher, que son de los que te vuelan la cabeza.

Una serie de TV: Transparent, sin duda.

Una serie de dibujos de TV: Futurama. Y, a muy poca distancia, El asombroso mundo de Gumball. Amor total por una serie que es capaz de dedicarle un episodio al aburrimiento.

Una revista: Pues reconozco mi debilidad por So Film. Y, aunque no es una revista en sí, por los artículos de El ministerio de CTXT.

Un icono sexual: Nastassja Kinski.

Una comida: El bacalao en cualquiera de sus formas culinarias. Y si lo hace mi madre (ya estamos), pues mejor todavía. Orgullo de Cabanyal, añado.

Un bar de València: Bar Almudín (C/ Almudín, 14). Ya que hablamos de vermuts, allí es un buen lugar para tomarlos.

Una calle de València: cualquiera con una librería cerca.

¿Con quién te tomarías un vermut? Con Don DeLillo.