Foto: Empar Piera.

Foto: Empar Piera.

Me llamo Vanesa Martínez Montesinos y no, no me gusta mi nombre (aunque cuando me lo abrevian es todavía peor). No sé si por falta de constancia o por mi negativa a encasillarme en nada, me he pasado la vida de flor en flor, en el sentido académico y profesional de la expresión. Empecé estudiando Psicología porque supongo que quería ayudar a los demás, hasta que fui consciente del dineral que gastaría en psicólogos al terminar la carrera. De esa etapa sólo recuerdo con claridad una clase de la asignatura de Psicología del Desarrollo en la cual el profesor aconsejaba calmar el mono del tabaco de una mujer embarazada con algún que otro canuto de marihuana. Posteriormente, centré mis objetivos en Bellas Artes. Y, bueno, aquí los consejos sobre canutos fueron menos teóricos. Fue una buena época de mi vida, en la cual conocí a algunos de mis amigos más divertidos, aunque ya nos vemos poco o nada. Aprendí a manejar una radial, me reencontré con la arcilla de mi infancia (vivía enfrente de una alfarería y mi madre compraba pellas de vez en cuando; también recuerdo que cogía recortes de madera de la carpintería de la esquina y los pintábamos o hacíamos construcciones con ellos), me di cuenta que el dibujo y la pintura no eran lo mío, me enamoré del Dadá, me disfracé de Eva Nasarre en carnaval y mi cabeza se abrió como un melón. La cerámica y la escultura acapararon finalmente toda mi atención, y trasladé mis esfuerzos hacia el taller de la ceramista Teresa Feliu (discípula de Enric Mestre), de la cual aprendí mucho. El tiempo allí pasaba volando. Expuse algunas veces y perfeccioné mi técnica en la EASD de Castellón, conjugando los años académicos con profesiones variopintas: camarera, dependienta, modelo de posado de dibujo o heladera, entre otros. ¡Incluso abrí un bar en El Carmen!

Hace cuatro años, junto a mi hermana – y mientras yo estudiaba por gusto Quiromasaje (por lo visto, lo mío es amasar; también hago mi propio pan) – ideamos una agenda cultural sin la menor pretensión profesional. Ella la bautizó como Afán de Plan. Y hasta hoy que, aunque esté sola ante el peligro, se ha convertido en mi ocupación, digamos, oficial. Con este proyecto lo único que se ha pretendido siempre es dar a conocer el talento que alberga esta ciudad, que es mucho y está muy mal gestionado. Valencia es un hervidero de inquietud, ingenio y genialidad, y me mata que no se valore lo suficiente desde las instituciones públicas. La cultura necesita ayuda y si un/a creador/a no puede vivir de sus creaciones al final desiste y perdemos todos. Por eso admiro tanto la valentía (o testarudez) de muchos profesionales del teatro, la música, la danza o las artes plásticas que, a pesar de todo, siguen proyectando y produciendo. ¿Lo malo de esto? Que les estamos haciendo la cama a los gobiernos: siguen sin soltar un duro y, sin embargo, la ciudad sigue gozando de un dinamismo cultural en estado creciente.


Un disco:
Me resulta muy complicado decidirme por uno, la verdad. Siempre depende del estado de ánimo o de lo que esté haciendo en ese momento. Disfruto entristeciéndome con Billie Holiday, Lhasa de Sela, Chet Baker o Chavela Vargas. Viajo gratis con Vinicius de Morães o Serge Gainsbourg. Silvio Rodríguez y Yann Tiersen me hacen cosquillas en la barriga. Recargo pilas con Pixies, La Mala Rodríguez o Messer Chups. Me relajo con Clara Andrés, Ismael Lo, Mayra Andrade, Nouvelle Vague o Inspira. Siempre sonrío con La Lupe, Big Mama Thornton, Ovidi Twins o Senior i El Cor Brutal. Me explota la yugular con Camarón y Ovidi Montllor. Y bailo como las locas con Violent Femmes. Descubrí hace poco a King Krule y me chifla.

Una película: Podría enumerar una decena como mínimo, pero para no enrollarme tanto como antes, la última que vi: «Melody», de Waris Hussein (1971). Además, fue en muy buena compañía. ¡Ah! Y «Jord over vind» (La tierra sobre el viento), un mediometraje de Joern Utkilen que vi hace una semana en el Festival La Cabina.

Un libro: Confesaré que, de forma instintiva, cuando acabo un libro que me ha gustado me pongo tan contenta que beso las tapas como una abuela que ametralla la mejilla de su nieto. Ahora estoy leyendo «El juguete rabioso», de Roberto Arlt, y me temo que acabará en beso. Cortázar, otro al que besuqueo siempre, lo consideró su maestro. Podéis imaginar, si no lo habéis leído, cómo se las gastaba este hombre con la pluma. Mi próxima lectura será «El paraguas de la rectoría», de Lewis Carroll; creo que nunca se debe dejar de leer a Carroll. En poesía, mi paisano, Vicent Andrés Estellés.

Una serie de tv: Hace muchos años que no me engancho a una serie, por lo que no estoy nada puesta en la materia. Tirando de recuerdos me quedo con Pippi Långstrump, La Familia Monster, Doctor en Alaska o Twin Peaks. ¡Ostras! ¿Y Súper Agente 86?

Una serie de dibujos de tv: Me gusta La Pantera Rosa desde que tengo uso de razón. A veces veo viejos capítulos de Betty Boop. Soy una loca de los clásicos. Hace poco una amiga publicó en Facebook la cabecera de una serie que me apetece investigar: Bojack Horseman. Y, bueno, cuando veo con mi sobrina Peppa Pig o Masha and the Bear me lo paso pipa.

Una revista: (Online) Verlanga, Tres Deu, Makma y Rokambol News. (En papel) Me gustaría poder volver a comprar revistas como Ajoblanco.

Un icono sexual: No soy de iconos, en general. Necesito tener cierta información antes de ponerme a tono. A estas alturas (38) la atracción sexual va de la mano de algunos valores. Ahora bien, Jairo Zavala (Depedro) está bien bueno.

Una comida: Sin gluten (soy celíaca) y sin carne (en proceso eterno de hacerme vegetariana). Me cuesta renunciar al sushi y a un buen arròs a banda, así que sigo comiendo pescado.

Un bar de Valencia: El Botijo (Barri del Carme) porque se come bien, es barato, te atienden rápido y son muy majos. Murnau Café (Cedro) porque es muy acogedor y su dueña, María, una idealista incansable. El 5 (Russafa), donde me siento a salvo del hipsterismo. Chico Ostra (Benimaclet), sobre todo su terraza; es como salir a la fresca en el pueblo. Excepto éste último, todos tienen cerveza apta para celíacos, otra buena razón para ir. Aprovecho para sugerir que más bares sigan el ejemplo, ¡que somos muchos y también nos gusta la birra!

Una calle de Valencia: Siempre sonrío al pasar por la calle Camarón, perpendicular a Guillem de Castro. No sé si está dedicada al gran José Monge, pero me parece un puntazo.