Si tuviera que elegir un negocio en el que he pasado más horas en mi vida creo que la librería París-Valencia ganaría por goleada. Es parada obligatoria en una ruta céntrica que también tiene entradas en el Quiosco España, Soriano, Harmony, Digital Records, Rosebud, Oldies o Fnac. O tal vez debería hablar en pasado porque pertenece a tiempos en que la economía y el bolsillo lucían más holgados. Moviéndome de un sitio a otro he pasado grandes mañanas, con bolsas en las manos que luego eran repasadas con inusitado placer en la parada del autobús. Su contenido: libros, revistas, discos o películas.
Ahora ese fantástico recorrido tiene su versión low cost. Y, prácticamente, se reduce a París-Valencia. Como a Holly Golightly (y mira que me gusta utilizar este simil), creo que estando allí dentro nada malo puede pasarme. Me encanta repasar al dedillo su sección de ofertas. La satisfacción de encontrar gangas (novelas de Marcos Ordoñez a 1 euro, la última vez), descubrir cosas que ni imaginaba que existían (una especie de anuarios editados por Castalia que resumían el año literario en España, por ejemplo), quedarme ojiplático ante cosas imprevistas (un pack de Jacques Tati o la segunda y tercera temporada de Los Roper a precio de risa) o hallar libros con menos de año y medio con una rebaja brutal («Humanos que me encontré» de Jordi Sánchez o «Cuidado conmigo» de Michael Moore, por citar sólo dos) es uno de los mayores placeres que un enfermo del papel puede experimentar.
Por si fuera poco, me deleito descubriendo lo que otra gente compra u (h)ojea, escuchando las conversaciones de algunos clientes o comprobando la memoria estratosférica de uno de los libreros. Vamos, que el día que pongan unas sillitas y algo para beber me tendrán que ir a buscar allí. De todas las librerías que tienen, mi favorita es la de Pelayo. A poco metros de ella se encuentra el que era (y sigue siendo) punto final de esta ruta.
Que el aspecto exterior no os engañe. Felisano es uno de los sitios en Valencia donde mejor y más barato se puede comer comida asiática. Por 5 euros te puedes saciar sin la sensación de cebamiento de un buffet libre. Estoy seguro que el gourmet solitario de Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi pasaría más de una vez por el lugar. Yo lo descubrí de casualidad. Un día a la salida de París-Valencia y por la cola que unos jovencitos hacían. Su producto estrella es el baozi a menos de un euro.
A pocos metros han surgido sendos imitadores que han apostado por el diseño como reclamo. Nada supera al original. Es uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. Vayan y compartan mesa con emos, skaters, heavys, aficionados al cómic y los videojuegos, parejas de casi todas las edades, singles que buscan un bocado, jóvenes modernos y jóvenes no tan modernos, chicos en chandal y muchachuelos con polo y camisa. No busquen más allá de la comida. Piensen que se trata de fast food en el mejor sentido de la palabra. Y si el lugar no les convence visualmente llévense las viandas a casa.