Música exquisita, ambiente familiar, conciertos acústicos memorables. Varios parroquianos nos ayudan a descifrar las razones por las que este bar es uno de los enclaves culturales más queridos de la ciudad de Valencia.
No es fácil encapsular en un humilde articulillo el espíritu de un bar con solera. Sobre todo cuando su apariencia externa no es muy diferente a la de otros muchos otros garitos: una barra, varias mesas, paredes forradas con carteles, un pequeño patio trasero. El elemento mágico del Tulsa Café —su ‘coágulo’, como diría Clarice Lispector— no está en las cosas materiales, sino en su parroquia y su exquisita e incorruptible línea musical. Hoy venimos a hablar de un bar que, a pesar de la consabida discreción de sus propietarios y su ubicación periférica en el corazón del barrio de Benimaclet, es sin duda uno de los enclaves culturales más especiales de la ciudad. Un lugar peculiar que concita por igual a personajes bohemios, empollones de competición y profesionales de la juerga nocturna.
El Tulsa cumple 25 años de existencia y para celebrarlo ha organizado este sábado 9 de marzo un fiestón en la sala 16 Toneladas con conciertos y pinchadas enfocadas al baile. Abrirá la noche The Groovaloovas, una banda valenciana que rinde homenaje al legado musical de New Orleans, al afrobeat centroafricano y el soul ácido.
La elección de la banda británica Big Boss Man para encabezar el cartel no es nada casual. El grupo liderado por el percusionista y teclista Nasser Bouzida tiene un significado especial en la historia del Swan Club, la pequeña sala de baile que durante diez años se encargó de alargar hasta la madrugada las tardes que comenzaban justo al lado, en El Tulsa.
Swan (2003-2013), la mítica sala de baile de música sixties
Jose, Raúl y Paco —socio que años después se desligó del negocio— aprovecharon la oportunidad de alquilar el local vecino porque el aforo del Tulsa, inaugurado cuatro años antes, se desbordaba los fines de semana. La música sixties pide baile, así que el Swan se concibió como una pista diáfana con cabina de dj. Era una propuesta arriesgada (no había ni una sola silla para sentar las posaderas), y tardó en cuajar. El punto de inflexión lo puso precisamente una fiesta en el Casino de Benimaclet que montaron los tres socios junto con Jose Mardi (Splendini Bar y Discos) y el promotor madrileño Victor Fernández, cofundador de la ya extinta agencia de booking I Wanna Management.
Esa noche, la mezcla explosiva de fuzz y funk de Big Boss Man inflamó los ánimos del público, que terminó la noche bailando a lo loco —esta vez sí—, en el Swan. Se había roto el hielo y comenzaba una nueva etapa de éxito para el Swan, que desafortunadamente se interrumpió en 2013 cuando los propietarios del local no quisieron renovar el contrato de alquiler.
«Conocí el Tulsa a través de unas fiestas llamadas Shuffle que se organizaban en el Swan —recuerda Victor—. A veces iba a pinchar, y otras muchas a disfrutar sin más. Las noches empezaban siempre en el Tulsa, que es un bar único, que no ves en otras ciudades. Lo peculiar del Tulsa es que es una mezcla de bar guay, tipo el Freeway o La Vía Láctea, mezclado con un café tipo Pepe Botella o El Café de Ruíz, por poner ejemplos de Madrid. Un sitio con muy buena música, donde puedes estar relajado, pero también bailando. Mi relación con ellos, sobre todo con Jose, empezó a ser más estrecha porque coincidíamos también en festivales y conciertos. Actualmente seguimos siendo muy buenos amigos. Es gente que siempre te trata bien y tienen muy buena predisposición para hacer cosas».
Esas iniciativas paralelas a las que se refiere Victor se han convertido en todo un fenómeno cultural en la ciudad. Pensemos por ejemplo en el Trivial del Tulsa de los martes, que nació hace ya doce años y ahora gestiona Héctor Gomez, de la librería Arribada Llibres. O el ciclo de conciertos acústicos Aperitiver de los sábados —organizado durante los primeros años junto a esta publicación—, por el que han pasado decenas de músicos de la ciudad.
Pasamos ahora el micro a cuatro parroquianos ilustres: Mavi, que además de clienta fue camarera del bar durante varios años; Pili y Lutxo, clientes incondicionales, y los músicos Gilberto Aubán (Gilbertástico) y Juanito (Wau y los Arrrghs!!!). Todos conocen muy a fondo tanto la sala como la trastienda del Tulsa, así que son los que mejor pueden explicar por qué este bar de apariencia tan sencilla es tan importante para el barrio de Benimaclet y para la ciudad de Valencia.
Gilbertástico: «Un bar que es como quiere ser»
«Como acabo de mudarme fuera de Benimaclet, mis visitas se están espaciando más, pero durante la última década he sido un parroquiano nivel mueble; es decir, una persona que forma parte del lugar. Para ir al Tulsa no tengo que quedar con nadie. Sé que voy a encontrarme con algún conocido (el pintor Cristian Alemany, por ejemplo, da un 100% de acierto en esta disciplina), así que no planeo mucho cuándo voy a ir. Como músico he perdido la cuenta de cuántas veces he tocado en los Aperitivers. Si nadie me ha quitado el puesto, podría ser fácilmente el número 1 en ese ranking», nos cuenta Gilbertástico.
«Tulsa es un lugar sencillo. Sin lujos absurdos ni tonterías pijas, pero muy elegante, un sitio que, de algún modo, es ‘como quiere ser’ —continúa Gilberto—. No vas a oír jamás música vergonzante ni malsonante; siempre han tratado de apoyar a los artistas locales (aparte de conciertos, siempre hay una exposición en las paredes). El vino se toma en vaso, y no en copa; la contraseña del wifi es ‘noservimosenmesa’; si te pones cerca de la barra cada cierto tiempo, puede que te caiga un herbero. Supongo que todas estas cosas, unidas al buen carácter de Guissepo (Jose) y Raúl —aunque sus naves espaciales procedían de confines diferentes— hacen que el Tulsa sea un garito único».
Gilberto trabajó detrás de la barra durante algunos años. Un periodo plagado de anécdotas, entre las que destaca una en concreto. «Una noche entró un morlaco vigoréxico, con cara de malas pulgas, sin camiseta, y luciendo unos espantosos tatuajes nazis muy mal rolleros. Entré en pánico; no sabía ómo gestionar a semejante individuo. Se me ocurrió que a lo mejor era buena idea comentarle que no se podía entrar sin camiseta, por ejemplo, pero Giussepo, ni corto ni perezoso, le dejó bien clarito que con esvásticas y mierdas así no se entraba en su bar. No optó por la opción camiseta. Me quedé asombrado con lo valiente que fue, porque el tipo en cuestión era como para salir corriendo. Y le hizo caso, y se marchó. Yo ya estaba mirando de reojo por dónde me iba a escapar».
Mavi: «En el Tulsa siempre te sientes segura»
«Voy al Tulsa desde hace 20 años. En estas dos décadas, he sido todas las formas de parroquiana posibles, desde la que queda allí con las amigas hasta la que va sola a tomarse una birra en la barra cualquier día después del curro. Quizás esta última es la modalidad que más me gusta del Tulsa, porque es difícil ir sola a un garito y que no te pululen alrededor todo tipo de babosos. En el Tulsa siempre me he sentido segura, la gente que va es del barrio, muy diversa y, sobre todo, muy respetuosa. Y eso es algo que se cuida desde la gerencia», comenta Mavi, veterana parroquiana, que también fue camarera del Tulsa durante algún tiempo.
«Es un lugar familiar, yo me siento como en casa —resume—. Es un sitio con solera, que se aleja mucho de esos lugares sofisticados en los que te da reparo tirarte un pedo. Es agradable como un pub inglés o la taberna de un western; como un salón grande lleno de gente celebrando. La música siempre está presente, y siempre es buena. El ambiente que se crea en los conciertos, por ejemplo, es reverencial. Recuerdo especialmente el día de mi 40 cumpleaños, porque Jose trajo al Aperitiver a Lorena Álvarez para tocar y fue maravilloso. Hay muchas más anécdotas, pero los conciertos de los Gurú Zakun Kin Kon, con el público cantando las canciones de Vainica Doble con lagrimitas en los ojos… Eso es ternura pura. Estoy muy agradecida al Tulsa por reivindicar a las mujeres más importantes del pop español».
Lutxo: «El sonido de los conciertos es muy cálido, y hay mucho respeto al músico»
Lutxo es un parroquiano de fin de semana, porque vive fuera de Valencia, pero siempre que puede se escapa a tomar algo al Tulsa, “«orque siempre hay alguien con el que pararse a hablar». “«Creo que el ambiente y la estética fue lo primero que me atrapó desde el día que aterricé allí por primera vez, que fue un Aperitiver de Manolo Tarancón. El cálido sonido de la sala; el respeto que recibía el músico (y por tanto el público que va a verlo); el trato de Raúl y Giusseppo…. yo estaba encantado. Me hice asiduo a los conciertos de los sábados, y el trato con Giusseppo fue haciéndose más cercano. Mientras las tardes se alargaban hasta la madrugada, conocía a gente que se iba convirtiéndose en familia. Una familia especial y distinta».
«Cada vez que voy al Tulsa surge una anécdota, se van sumando momentos divertidos en la puerta, en la barra… pero algo que me resulta muy especial es la cercanía que se crea con toda la gente, sea músico o no, y que hace que en ocasiones puedas compartir mesa con los músicos que momentos antes estaban sobre el escenario, o que conozcas a gente que sabes que siempre está ahí, he dicho que era como una familia».
Pili: “Más que un bar es un espacio abierto a todas las manifestaciones culturales”
Pili se define como una ‘parroquiana incondicional’. «No recuerdo cuál fue la primera vez que entré al Tulsa, porque hace ya muchos años. Normalmente voy con mi pareja, Juanxu, que es tan incondicional o más que yo. El Aperitiver de los sábados es un clásico, intentamos no fallar. Últimamente nos dejamos caer los jueves, Dia de Xurra, para hacerse una con Jose y ponernos al día. Allí siempre encontramos amigos, conocidos, foráneos y gente bonica de muchos lugares. Giuseppo y Raúl nos cuidan mucho. Ir al Tulsa es ir a casa. El Tulsa es familia».
«No es un bar al uso —opina Pili—. Tenemos la oportunidad de escuchar música en directo con un formato íntimo y cercano. En las paredes siempre encuentras una exposición de cualquier manifestación artística. Y también organiza actividades de lo más divertidas, como el Trivial de los martes, el intercambio de cromos o los encuentros de gente que pinta. Más que un bar, es un espacio abierto a cualquier tipo de manifestación cultural».
«Recuerdo un día muy especial. El Tulsa abrió las puertas a mediodía para celebrar mi cumpleaños y nos reunimos unas cincuenta personas. Disfrutamos de una actuación en directo y comimos una paella buenísima. Todo rodeada de amigos y familia en un lugar tan querido para mí como el Tulsa».
Juanito: «Todos los días necesito pensar que me gustaría volver al Tulsa»
Hace años que Juanito Wau no frecuenta el Tulsa —ni ningún otro bar nocturno— pero sus galones de parroquiano no caducan. «Creo que empecé a frecuentar el Tulsa a los dos o tres años de inaugurarse. Fue la época en la que montamos Wau y los Arrrghs!!!, y los de la banda vivíamos en Benimaclet. Siempre me ha llamado la atención la gente que no conoces y te transmite que es una buena persona; a mí me lo transmitió Raúl, aunque a día de hoy con quien más confianza tengo es con Jose. Nosotros éramos justo lo contrario a ellos: egoístas, codiciosos, una peña de moral muy dudosa. Fue una época muy destroy. Éramos currantes, pero vivíamos la vida salvaje de los estudiantes; salíamos todas las noches y nos íbamos de fiesta muchos días entre semana. Empezamos a ir a Tulsa los martes después de ensayar, y allí no había ni dios. Teníamos unas conversaciones demenciales, nos peleábamos, nos vacilábamos. Vaya tela qué fistros. Jose ponía la oreja y flipaba, como me confesó más adelante. En general, la gente que va al Tulsa es super respetuosa y se nota mucha empatía hacia los demás. A nosotros nos daba igual todo, éramos muy imbéciles» (ríe).
«Es curioso, porque cuando me preguntan en las entrevistas por mi bar favorito, siempre digo que es el Tulsa, aunque lleve años sin aparecer por allí. La razón es que quiero mucho a Jose. Es una persona muy especial. Para mí es como ese viaje que hiciste hace muchos años. Pillaste una postal y, todos los días, mientras la ves en la nevera mientras te preparas el desayuno, te acuerdas aunque sea unos microsegundos y piensas que quieres volver a ir, aunque por lo que sea no lo haces. Todos los días necesito pensar que me gustaría volver al Tulsa».