Me llamo Blanca de la Torre y soy la directora del IVAM. Me aficioné al arte y la cultura desde muy temprano. Mis padres eran profesores —mi padre de filosofía y mi madre de griego y cultura clásica— y nos inculcaron a mis hermanos y a mí el valor de la cultura y la importancia de leer y visitar museos desde pequeños. En lugar de contarnos Caperucita Roja o Blancanieves, nos dormíamos con la Guerra de Troya o la mitología clásica.

De pequeña escribía muchos cuentos y poesías, que además ilustraba. Incluso “editábamos” una revista con mis hermanos, ¡a los ocho años o así! También hacíamos películas: una cada verano, con mis hermanos y primos en el pueblo, usando una cámara de mi padre.

Me encantaban el arte y el cine, y de muy joven recorrí los museos alemanes porque me obsesionaba la pintura de Die Brücke y Der Blaue Reiter. Luego empecé a trabajar con artistas vivos y tuve claro que ese sería mi camino.

Soy doctora y licenciada en Bellas Artes, y en mi tesis doctoral, entre otras cosas, hablaba del concepto de bioceno: pensar en clave de futuro en una era que coloca la vida en el centro y apuesta por modos más empáticos de relacionarnos tanto con lo humano como con lo no humano.

A lo largo de más de dos décadas he comisariado exposiciones, dirigido proyectos y colaborado con museos e instituciones artísticas de Europa, Estados Unidos, Asia y América Latina. He publicado más de un centenar de textos en medios especializados y participo regularmente en conferencias, jurados y encuentros teóricos, tanto en España como en el extranjero.

Así, durante todo este tiempo he estado con una pierna en España y la otra viviendo en el extranjero. Entre otras cosas, he sido comisaria jefe de bienales internacionales, como la de Helsinki (Finlandia) o la de Cuenca (Ecuador). Aunque haya vivido en muchos lugares y viajado por medio mundo, donde mejor estoy es en mi pueblo, rodeada de mi familia, cogiendo ciruelas y escuchando a los pájaros. Aunque en Valencia también se está muy bien.

Creo en el conocimiento transdisciplinar; no creo en las categorías cartesianas del saber. Aprovecho la capacidad del arte contemporáneo para incluir diferentes perspectivas, construir nuevos relatos y especular sobre mundos deseables.

Una canción:

My Way, de Sinatra, o el Ave Maria, de Schubert.

Una película:

Ser o no ser de Ernst Lubitsch.

Un montaje escénic:


Estuve en el estreno de El enemigo del pueblo, la ópera de Francisco Coll basada en Ibsen, y me encantó.

Una exposición:

Más que una exposición, uno de los recuerdos que guardo con mayor nitidez —y que más me marcó— son los frescos del Palacio de Cnosos, que vi en un maravilloso viaje a Creta con mi familia, con mis padres y mis hermanos, cuando era adolescente.



Un libro:

Claros del bosque, de María Zambrano, o La gravedad y la gracia, de Simone Weil. 
Pero también, por supuesto, En esta noche, en este mundo, de Alejandra Pizarnik, o Aprendizaje o el libro de los placeres, de Clarice Lispector.


Una serie:

Twin Peaks.


Un podcast:

Dissolving Earths/Undead Matter, de Sophie Williamson.


¿Quién te gustaría que te hiciera un retrato?

¡No está vivo! Richard Avedon.


Una comida:

Las legumbres que cocina mi madre (en realidad cualquier cosa que ella cocina). Y los huevos de corral con patatas y un poco de trufa rallada. Y con pan de hogaza de León.

Un bar de València:

La Pilareta.



Una calle de València:

Cualquiera sin gente y con árboles, para poder pasear tranquilamente un domingo muy temprano.



Un lugar de València que ya no exista:

Diré uno que existe, pero que lamentablemente ha cambiado de manera drástica: la Albufera. En tiempos de Blasco Ibáñez, por ejemplo, el agua turbia actual sería seguramente cristalina y el ecosistema, mucho más rico. La pérdida de biodiversidad me entristece profundamente.

¿Con quién te tomarías un vermut?

Lamentablemente no están vivas: María Zambrano o Simone Weil. O con Groucho Marx, para echar unas risas.