Carlos Maiques
Me llamo Carlos Maiques y soy dibujante. Me gusta pasear, bailar y subirme a las ramas de los árboles; hacer un poco de todo de vez en cuando, nada constantemente. He sido presentador de bingos, profesor de inglés en campamentos de verano, trabajado en el mágico mundo de la hostelería cuando no hay ilustraciones e incluso ayudado a montar alguna que otra exposición. Según mis hermanos, soy repartidor de flyers analógicos.

Además de publicar «Gracias por su visita» con Ediciones Sins Entido, «Al nordeste de Arzew», con Paco Sales y en libros colectivos como «Animalada», «Cine de Papel» para la Apiv o «Mis primeras 80.000 palabras» en Media Vaca, he participado en unos cuantos fanzines, de los que destacaría Malasombra, Como Vacas Mirando El Tren,  y las agendas del Toon & Bass Collective. Ahora mismo participo en proyectos diversos con Ediciones Valientes, (KOVRA, Baku, otros), y dos pendientes para otros editores. Ando a medias con trabajos que van saliendo poco a poco, «Rewire», con N3m3da, «Equinoccio», con Stygryt«Polen». Echas una piedra monte abajo, riegas la tierra y el resto es esperar a que la planta crezca.

Colaboro con la asociación cultural Plutón en Valencia, para la que estoy terminando unos minicómics-bolsas de té.

(Me han dicho desde Verlanga que no había problema en escribir respuestas más largas, y siéndome imposible decidirme por una sola opción, encontraréis unas cuantas más)


Un disco:
  (Menos mal que no se trata de señalar «una canción»). «Disintegration», de The Cure. Hace milenios, cuando salió el disco, un amigo robó una cassette y me la regaló al día siguiente de comentarle que me gustaban mucho las canciones, que me acompañan desde entonces. «Brown Rice», de Don Cherry. Cada época tiene su sonido, si me preguntasen dentro de dos años, daría otros nombres. Ahora mismo estoy escuchando muchísimo a Rokia Traoré, tanto sus discos como sus conciertos.

Una película: Por decir una de muchas, «Naves misteriosas» de Douglas Trumbull. Fascinantes robots jardineros perdidos en el espacio. De dibujos animados, «NIMH: El mundo secreto de la Srta. Brisby«, de Don Bluth. Más recientes, «Tekkonkinkreet» o «Mind Game«. Y cualquiera de Miyazaki.

Un libro: Demasiados, pero intentaré decir, sin orden alguno ni pensar en su calidad literaria, unos cuantos, imposible resumir tanto: «Casi japonesa» de Sarah Sheard, «Vurt» de Jeff Noon, «El hombre que se enamoró de la luna» de Tom Spanbauer, «Buceadores de la piel» o «Piezas en fuga» de Anne Michaels, «Campo de concentración» de Thomas Disch, «El año del diluvio» de Eduardo Mendoza, «Amigos que no he vuelto a ver» de Ignacio Vidal-Folch, «La escala de los mapas» de Belén Gopegui, «Hotel Finisterre» de Miguel Morey

Un cómic: «Love & Rockets», de Los Bros. Hernández. Y dentro de ese universo, «Locas» de Jaime.

Una serie de tv: «La frontera azul». Durante años, mi hermano mayor y yo íbamos preguntándonos si nadie más había visto esa serie, como si fuera un falso recuerdo (lo que me hace pensar, por otro lado, en cuántas series, buenas o no, han durado lo que un suspiro y ya entonces, sin embargo, lograron hacerse un hueco en nuestra memoria, como «Gatos en el tejado», una con José Sacristán, Alberto Closas y Beatriz Santana); «Los chicos de las piedras», una inglesa de los setenta con cromlech misteriosos, magia y druidas modernos. De ahora mismo, «Black Mirror».

Una serie de dibujos de tv: La Pantera Rosa, el pato Lucas o el Coyote y el Correcaminos, alucinantes animaciones y fondos. «Wuzzles», de Disney. «El conejo de Pascua agente secreto». Recuerdo un episodio del osito Misha, de cuando los juegos olímpicos de Moscú 80, donde el padre inventor de uno de sus amigos construye una torre altísima para atrapar con salabres las estrellas…y no lo consigue. Cómo le consuelan entre todos me resulta aún conmovedor. Y con el tiempo me resulta extraño e interesante exponer el problema de la frustración en una serie infantil.

Una revista: Soy una rata de biblioteca y kiosco, ¡esto es muy difícil! El Europeo, Creación, Sub Rosa, Artforum, Ajoblanco, Frieze…Por no hablar de los re-descubrimientos o hallazgos fortuitos en rastros o librerías de viejo, que nos animan a convertirnos en acumuladores diogénicos, empujándonos a una organización por estratificaciones temporales o temáticas. No se acaban nunca, es terrible. Muy recientes, me interesan propuestas como Bostezo. En internet estoy completamente perdido y desbordado por la oferta, y conviven cabeceras clásicas en papel con traducciones digitales más que apañadas (The Wire Magazine, i-D, etc.) con algo que ha ido mucho más allá y ya no sé si se podrian llamar, a estas alturas, revistas.

Un icono sexual: Hmm. diría que se trata más bien de personas que nos fascinan (sí, son atractivas, pero por algo: sobre todo son inteligentes, divertidas, comprensivas, descaradas, con un punto vulnerable y a la vez fuertes), y que tienen un magnetismo que se nos escapa y apreciamos. Los verdaderos iconos o símbolos, para bien o para mal, están ahí fuera, en la calle, inexplicable e inalcanzablemente próximos. Pero vayamos a ello, intentad pensar en una mezcla de todos los que siguen. En literatura, Bruce Chatwin, Maeve Brennan o Anne Sexton; en cine: Rachel Ward, Tilda Swinton, Joana Pacula, Cate Blanchett, Anjelica Huston, Willem Dafoe; en televisión: Aeryn Sun, Vala Mal Doran, Nikita; en música: Jody Watley, Siouxsie, ¡Kim Gordon!; en cómic: Izzy Ortiz, Dart de Atari Force, Natasha Romanoff, Elektra, Hunter Rose (el primer Grendel) y Christine Spar, Danielle Moonstar… y  tantas otras personas, tantos  personajes, si no con mala suerte, sí desaprovechados.

Una comida:  Sopas. En general, cualquier plato con arroz.. Tamales… Fruta.

Un bar de Valencia: Muchos, cada uno tiene su encanto. De los que ya no existen, tengo muy buenos recuerdos de La Marxa o el Café del Temps, el Café L´Espill, Tábita, espacios como Magatzems, que no fueron exactamente bares, sino mucho más (¿La Llimera es un bar, qué es exactamente el Rivendel?). De los de ahora, Bigornia, Café Museu, y todas esas tascas perdidas que han sobrevido a las reformas y no han perdido su carácter. Estos meses estoy revisitando zonas como Benimaclet, y hay un montón de sitios, como el En Babia, que están fenomenal. Por la zona de Plaza de Honduras, por muchos motivos, el Café de las Letras, la  Luada…  Más cerca del mar, La Peseta. Afortunadamente, no escasea la oferta, y se puede cambiar de zona y ambiente con facilidad.

Una calle de Valencia: Uf. Otra vez. Muy, muy complicado. Las calles te pueden gustar por algo que hay ahí y no en otra parte, y simplemente se les tiene cariño sin que sean especialmente bonitas. Viajando al pasado, la Plaza Alfonso el Magnánimo, donde jugaba a esconderme en los ficus después de comer castañas calientes en invierno. Regresando al futuro, en Benimaclet, la calle Mistral. En el barrio del Carmen, la plaza de los Navarros. y todas las callejuelas culebreantes a su alrededor. Por último, entrando desde la calle Quart extramurs, una puerta de acceso a otros mundos: el jardín Botánico.