El Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) rinde homenaje a la artista Carmen Calvo, Premio Julio González 2022, en una gran exposición que propone un recorrido por toda su trayectoria. Un total de setenta obras, que se exhiben hasta el 6 de noviembre, incluidas sus primeras incursiones en el terreno de la instalación, dibujos, libros, postales, fotografías o sus trabajos escultóricos con las muñecas, las figuras de cera y los maniquíes, parte indisociable del imaginario creativo de la artista valenciana.
“¿De dónde surge una idea? Está ahí y va surgiendo. Lo importancia es la observación, la mirada. Lo que vas viendo todos los días”. Son palabras de la propia creadora, a la que el IVAM le dedica una tercera muestra después de las organizadas en los años 1990 y 2007. “El origen de este proyecto es mostrar el estudio de la artista, abrir su archivo y llevarlo al museo para ofrecer una nueva mirada sobre su trayectoria, poniendo en el centro sus referencias, sus obsesiones y sus resistencias”, según Nuria Enguita, directora del IVAM y co-comisaria junto a Joan Ramón Escrivà.
La exposición se organiza con motivo de la entrega del Premio Julio González a la artista, “la tercera mujer galardonada, después de Annette Messager y Mona Hatoum”, destaca la directora del museo. La concesión de este premio se suma a una larga serie de reconocimientos a la labor de esta artista como el Premio Alfons Roig de la Diputació de València (1989) o el Premio Nacional de Artes Plásticas (2013).
A lo largo de su extensa trayectoria la recuperación, la resignificación de restos materiales, objetos e imágenes ha formado parte esencial de la metodología de trabajo de Carmen Calvo. “Para la artista el mundo es un campo de experimentación que le permite trazar múltiples historias a partir de un archivo en continua transformación”, comenta Enguita.
“El recorrido comienza con una pieza de 1969. Ese cuadro que pinté con 19 años ya manifiesta que algo pasaba en mi cabeza. La obsesión va adelante”, explica Calvo sobre sus composiciones de inspiración arqueológica realizadas a finales de los años setenta y ochenta.
El co-comisario, Joan Ramón Escrivà destaca Silencio I y II, una de las primeras incursiones de la creadora en el terreno de la instalación, con decenas de lápidas blancas amontonadas sobre un muro del que penden más de mil puñales amenazantes. “Es una pieza con una gran carga emotiva y de un silencio solemne”, enfatiza Escrivà.
En la nave central de la galería 1 se presenta por primera vez una recreación del taller de Carmen Calvo donde conviven maniquíes y cerámicas, exvotos y obras de arte, muñecas y revistas. “La fascinación de la artista por los maniquíes viene de su infancia. En los maniquíes hay una escenografía del dolor y una referencia al surrealismo”, según el co-comisario.
Este espacio también incluye un cuarto oscuro que reproduce fragmentos de filmes que, durante los meses de confinamiento, la artista volvió a visionar y que han estimulado el desarrollo de su imaginario creativo. “Son imágenes muy importantes en mi trabajo. Ese vídeo, grabado con un teléfono, era mi única forma de comunicarme en esos tiempos de incertidumbre e inquietud”, en palabras de Carmen Calvo.
La muestra también incluye un montaje con cientos de tarjetas postales -que fascinan a la artista-, libros intervenidos y algunas de las inquietantes obras donde el pelo, símbolo de la identidad de la mujer, se exhibe con descaro, como en una enorme bola del mundo sobre la que pende una enorme cabellera. “El cabello ha sido el lugar donde la mujer se veía bella. Por eso también era un premio y, sobre todo, un castigo raparla. Significaba anular a la mujer, física y mentalmente”, apunta la artista.
Durante la última década, Carmen Calvo ha intensificado, mediante el empleo de imágenes fotográficas rescatadas e intervenidas en su cotidianeidad, su mirada crítica hacia la opresión y la desigualdad de las mujeres. Una reflexión que se refleja en la instalación inédita con la que finaliza el recorrido que alberga centenares de dedos de terracota.
La obra de Carmen Calvo se ha desarrollado “bajo un discurso feminista militante, consciente de la violencia y la opresión que la sociedad patriarcal ha ejercido sobre las mujeres, con sus reglas y normas; religiosas, sociales y políticas, que afectan a todos y cada uno de los ámbitos de la vida, desde lo más íntimo a lo público”, explica Nuria Enguita. “Un discurso que se manifiesta en sus cuerpos fragmentados, convertidos en mercancía, o en sus imágenes veladas o rotas, y en esos objetos de la infancia que muestran ahora su cara más siniestra”.