Abordar la discapacidad desde la fortaleza y el ansia de aventura, no desde un punto de vista débil y compasivo. Ese fue el objetivo que la compañía La Teta Calva se propuso cuando, a partir de la experiencia real de una niña llamada Valentina, comenzó a dar forma al espectáculo Hi ha una sirena al meu saló, que el próximo 5 de diciembre (17 horas) se representará para espectadores de todas las edades en el Teatro El Musical.

Escrita y dirigida por María Cárdenas y Xavo Giménez, e interpretada sobre el escenario por el propio Giménez y Cotu Peral (junto a un grupo de objetos aparentemente inservibles y defectuosos), la obra cuenta la historia de amor incondicional entre Marina, una niña con una enfermedad que le impide caminar, y su padre, que siempre ha estado pendiente de ella y de su adaptación a las distintas circunstancias. Hasta que, un día, Marina entra en una piscina y, de repente, siente el temor y el estímulo de sentirse libre y fuerte, más allá de la figura protectora de su padre. Se siente una sirena, igual que la pequeña que inspiró su historia.

“Desde que comenzó a nadar, Valentina descubrió un vínculo especial con estos seres medio humanos, medio peces”, cuentan los creadores del espectáculo. “Marina y Valentina tienen la fuerza de un cachalote y la sensibilidad de un hada. Por ella, y por todos los niños con alguna discapacidad que les impide hacer ciertas cosas, pero no otras, hemos hecho esta pieza”.

Hi ha una sirena al meu saló no intenta hacer pedagogía del débil utilizando mecanismos para sensibilizar y tocar la fibra de aquellos a quienes tratamos como diferentes, es decir, a todas aquellas personas que tienen una discapacidad”, explican María Cárdenas y Xavo Giménez, para quienes dar normalidad a lo diferente era algo primordial, especialmente a la hora de dirigirse al público infantil. “La moralidad remarca el error o las carencias, acusa sin pretenderlo e intenta alguna cosa que ya damos por hecho que está mal o tiene que corregirse. Pero estamos hablando a los niños, seres con un bagaje de prejuicios muchísimo menor que el del universo adulto. Muchos sufrirán esa diferencia, claro, por ser discapacitados, por ser menos inteligentes, más gordos o demasiado flacos. No poder caminar, pero tener la valentía de afrontar el mundo como una niña más, no da cabida a la compasión. Porque el acento lo pondremos en la valentía de una niña, no en la valentía de una niña discapacitada”.