Desnudarse para volver a empezar. Partiendo de esta premisa, el galardonado coreógrafo canario Daniel Abreu construye un espectáculo de danza que se inicia en la oscuridad y termina en la esperanza. Con La desnudez (Teatre El Musical, 19 de febrero), Abreu plantea un viaje donde un hombre y una mujer (él mismo junto a la bailarina Dácil González) se mueven sobre el escenario en un ejercicio de unión y autoafirmación, acompañados del sonido de la tuba en vivo del músico Hugo Portas. El resultado, en palabras del propio artista, es “una propuesta poética sobre el saber quererse, y que trata de sugerir un paseo entre el amor y la muerte”.
Toda esta simbología ha estado siempre muy presente durante la trayectoria de Daniel Abreu, quien, en paralelo a su formación artística, obtuvo una licenciatura en Psicología. “La desnudez responde a ese lugar de intimidad, donde ya no existen las preguntas”, señala. “No se desnuda el cuerpo, sino las formas, para comprender la geografía de donde se está. Es un acto de muerte, como la exhalación, sacarlo todo para que empiece algo nuevo, y al mismo tiempo, es construir con la ilusión de que esto era lo definitivo”. Estrenada hace cuatro años, la pieza, reconocida con tres premios Max en 2018 (mejor interpretación, coreografía y espectáculo), ejemplifica el lenguaje coreográfico que ha caracterizado siempre a la compañía que lleva el nombre de su fundador: la fuerza y personalidad de los bailarines como sustento, imágenes sugerentes y herramientas sencillas con las que abordar la interpretación. Unas líneas maestras que se han mantenido desde 2004, a través de 60 trabajos que han sido llevados hasta una treintena de países.
“Dácil y yo estuvimos unos dos años pensando en este trabajo”, cuenta Abreu, reconocido con el Premio Nacional de Danza en 2014, sobre los primeros pasos del proyecto. “Comenzamos sin nombre, ni camino. En cada encuentro ahondábamos en viajes sin guía, con bailes cada vez más extraños. Dos años con la tierra en barbecho y encontrando más belleza en las cosas, en los pasos de baile, en las bolsas de basura y en los instrumentos rotos. Construíamos y destruíamos. Jugábamos con el tiempo como meta, y a veces el tiempo simplemente era algo más”.