Un ejercicio de violencia. Guillermo Ros (IVAM, hasta el 6 de febrero) es una instalación específica del artista de Vinalesa, para la galería 6 del museo en la que refleja la violencia que implica para el creador exponerse durante el proceso artístico o en el mismo acto de exhibir, que Ros plasma como una batalla con la arquitectura institucional.

Comisariada por Nuria Enguita, directora también del IVAM, propone, según sus palabras, «una escenografía, un relato y unos personajes como respuesta a la invitación del museo a hacer una exposición en una de sus galerías, plantea el diálogo o más bien la batalla, del escultor con y contra la institución, en varios niveles, tanto físicos como intelectuales, conceptuales o afectivos.

Para Enguita «representa, a modo de gran teatro del mundo, un magnífico exponente del hacer poético y político de este escultor, que no se quiere llamar artista, donde se reúne la importancia del trabajo físico, del encuentro con la materia, en este caso la piedra y el acero de Damasco; la densidad del relato, que habla de la autoexplotación del artista, y del contexto o trasfondo de la propia obra, del autor, del museo y del espectador.

«El punto de partida es enfrentarse a una arquitectura que no te deja exponer», explica Guillermo Ros sobre la galería 6 que tiene una serie de elementos, como las columnas o la escalera, que «se convierten en obstáculos». El espectador inicia su visita en la planta baja donde las columnas originales de la arquitectura se confunden con las producidas por Ros, que se distinguen únicamente por las dentelladas de roedores y las incrustaciones de fragmentos de piedra pulida o en crudo. «Estas piedras recuerdan a una materia cárnica», señala el escultor, al tiempo que aluden, por otra parte, a uno de los materiales que encontramos en la Llotja de la Seda de València y en muchos otros edificios o espacios emblemáticos del Siglo de Oro valenciano.

A Guillermo Ros le gusta definirse como escultor, no como artista. «Trabajo a partir de los materiales, prefiero encontrar cosas antes que buscarlas». En su proyecto para el IVAM ha escenificado un campo de batalla a partir de Berserk, el mítico manga de Kentaro Miura, en el que el protagonista es citado en una sala hipóstila donde no podrá utilizar adecuadamente su espada a causa precisamente de las columnas. Se trata de una lucha contra los elementos que componen esta sala y que dificultan el trabajo expositivo.

La planta superior desvela el misterio y aparece invadida de diez ratas rodeadas por restos de columnas y piedra, protagonizando una escena de ruina y derrota. De algún modo, estas figuras nos transportan de nuevo a la Llotja de la Seda y sus numerosas gárgolas, esculturas o relieves, que simbolizan la lujuria, lo perverso. En esta ocasión, las esculturas toman forma de roedores que devoran las paredes y que «acaban parasitándose del propio material del que se están alimentando en la sala», según Ros, con esa piedra caliza que encontramos en la planta baja.

Son muchos los actores que intervienen en el proyecto: ratas, columnas, mármol, acero de Damasco, espacios y trabajadores de museo, comida, basura o hierro, mostrando que la violencia, además de generarse en todos los estadios del trabajo del artista, se encuentra, de por sí, en nuestra propia existencia. Pero también «es una autocrítica, soy un adicto al material, a trabajar, a convivir con ello, yo me retroalimento con todo esto».

Todos estos elementos conforman un escenario que expone el imaginario de Ros, su forma de ver y entender el mundo del arte, y su particular análisis del contexto en el que (sobre) vive y trabaja.