Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

José Luis Cuerda llega a Espai Rambleta arrastrando una pequeña maleta. Dentro, algunos de los momentos más lúcidos del cine español. Por uno de ellos, «Amanece, que no es poco», ha venido desde Madrid. La noche anterior estuvo viendo «Mongolia, el musical». Le acompaña Julián Lacalle, editor de Pepitas de Calabaza, el sello que ha publicado un espléndido libro sobre la película, mencionada anteriormente, y firmado por el propio Cuerda. Julián permanecerá todo el rato en un segundo plano. Aunque perfectamente podría ser el protagonista de este artículo. Vayan a su web, cotilleen su catálogo y no harán falta más explicaciones.

Cuerda es curioso y jovial. Podríamos caer en el tópico del niño grande. Pero sólo sería eso, un tópico. Pide un café y al rato se acuerda que toma sacarina. Él mismo se convence que un poco de azúcar no le hará mal. Cuidadoso con su cazadora, busca un lugar donde dejarla perfectamente medio doblada. ¿Restos de una educación seminarista? Dentro del auditorio la gente lleva un rato disfrutando del libre albedrío fílmico. Ninguno puede sospechar que el hombre que alumbró esa película está justo fuera. Cuerda no pudo asistir al estreno mundial de su película por una intoxicación alimenticia provocada por unas almejas. Ahora que se celebran 25 años de la cinta, está yendo de gira por toda España como si de una estrella de la música pop se tratara.

El cineasta se muestra amable y accede encantado a que la conversación no gire exclusivamente sobre su «famosa» película. Parece que incluso lo agradece, algo cansado de responder en todas las ciudades las mismas preguntas. Algunas de las cuales, además, ya están contestadas en el libro. Ya que Berlanga definió al reparto de «Amanece, que no es poco» como el mejor de la historia del cine español, no encontramos mejor manera de empezar a hablar. «Eso es por acumulación. Es una cuestión numérica. Cuando Berlanga dijo eso, yo le tuve que contestar que eran todos los actores que habían sido suyos, menos los jóvenes».

Las películas de José Luis Cuerda están plagadas, en el mejor sentido posible e imaginable, de estupendos actores, de esos que adoptan un rol secundario pero cuyo trabajo acaba casi comiéndose al de los principales, herederos todos de esa magnífica pléyade que coincidió en el cine español cuando aún andaba en blanco y negro. Una generación que, tal vez como le ocurrió a la posterior o a la actual, nunca ha tenido el reconocimiento que merecía. «Los aficionados al cine sí que recuerdan y reconocen el trabajo de todos estos magníficos actores. Claro, siempre ha habido de todo. Alfredo Landa se cogía unos cabreos terribles cuando se cruzaba con alguien y le decía «Anda que lo tuyo, macho, te lo ganas todo con la cara. Menudo jeta eres». Como si no tuvieran que levantarse a las cinco de la mañana, pasar una hora de maquillaje, hacer jornadas de trabajo inacabables,… A mí me sorprendió mucho la primera vez que fui a Buenos Aires, que iba con Héctor Alterio, como la gente le paraba para agradecerle los buenos ratos que les había hecho pasar en el teatro y en el cine. Eso afortunadamente, empieza a ocurrir aquí. A mí me para la gente para darme las gracias por las películas, coño, eso me conmueve, echo balones fuera porque me da vergüenza, pero es muy gratificante».

El director albaceteño quiere mucho a sus actores, pero eso no le impide ser directo a la hora de calificarlos: «Los actores son los animales más frágiles de la creación. Andan jodidos por definición. Tienen una inseguridad tremenda». Y Cuerda sabe de lo que habla. Desde su primera película, sus repartos han sido el mejor barómetro del estado del cine español. En «Pares y nones» (1982) empezó su fructífera relación con Miguel Rellán, autor de un magnífico libro, «Seguro que el músico resucita» (Valdemar, 1998) con un humor disparatado muy en la línea (o incluso más allá) de la imaginería amanecista. Una suerte de Walter Matthau español. «Sí, sí, tiene un físico muy característico, muy buena voz, yo he trabajado en muchas peliculas con él, probablemente con el actor que más, pero hace ya tiempo que no coincidimos. Quizás lo tengo encasillado como un actor de comedia y como últimamente no hago comedia, no nos vemos».

En esa misma película trabajó Virginia Mataix, que recuerda a Cuerda como un director muy meticuloso, «con disciplina de sacerdote», reminiscencia, posiblemente, de sus años en el seminario. «Cuando dicen que mis películas son surrealistas, yo siempre pienso en todo lo que hay que planificar y pensar a la hora de poner la cámara en cada secuencia, decidir los planos, escoger el objetivo que quieres, comprobar la iluminación,… no hay nada de surrealismo. Y además es que los presupuestos del cine español no dejan perder ni diez minutos».

En «Pares y nones», Cuerda vivió su primer episodio de lucha de egos entre actores. Siempre según el testimonio de Virginia Mataix, Silvia Munt no aceptó de buen grado su posición en los titulos de crédito y maniobró para conseguir que su nombre luciera más y mejor. El cineasta no recuerda («Tengo una memoria espantosa») ese asunto, pero sí otro caso de envidias. «Yo tuve un problema con Terele Pavez, a quien por otro lado admiro mucho y entiendo sus salidas de la normalidad por decirlo así, con sentido peyorativo lo de normalidad. Fue por los titulos de crédito de «Mala racha». Usé el baremo de que quien más apareciera en la película fuera protagonista y puse delante de ella a una chica que debutaba (Eufemia Román) y ella lo interpretó como que había habido favores sexuales. Además lo proclamó a voces delante de mi familia. Y en otras ocasiones me puso verde, también. Un día la llamé porque iba a haber una proyección en un cine, y seguramente iba a ser la única ocasión de verla en pantalla grande porque era una pelicula para televisión, por si quería tener más público a la hora de insultarme. «Joder, eres cojonudo, pero no puedo ir», me dijo».

El éxito comercial de «Pares y nones» se tradujo en el encargo, por parte de TVE, de «Total» (1983), una de las mejores producciones audiovisuales de la historia de este país. Un hito en el humor que no goza ni del prestigio ni de la popularidad que merece. «Yo estoy muy contento con ella. Me la encargó TVE como un programa especial de los que se hacían para ir a los festivales, como ocurrió con «La cabina», por ejemplo. Me pidieron que fuera comedia. Yo era consciente, plenamente, de lo que estaba escribiendo. El guión lo va a publicar Pepitas de Calabaza».

En «Total», junto a grandes actores como Agustín González, Manuel Alexandre, Chus Lampreave o Alicia Sánchez (absolutamente delirante su personaje de mujer del maestro del pueblo), también actuaba el gran Luis Ciges. «Tiene un libro él solito. Era un ser maravilloso, seráfico, una excelente persona, que lo había pasado muy mal en muchos momentos de su vida y con un ingenio, que este sí, era surrealista. De repente se le ocurría una cosa y le decías «no, Luis, que eso no es así», y te contestaba «pero, ¿te queda mal a ti?», y la verdad era que no y entonces soltaba: «Cógelo». Con Ciges tengo diez mil anécdotas y muchas de ellas están contadas en el libro y otras tampoco son para contar».

María Luisa Ponte, en «Total», daba vida a una señora que aparecía en los lugares más insospechados cuando menos se lo esperaba. Una especie de viaje en el espacio sin control alguno. Sin duda, uno de los papeles más gamberros de una de las grandes figuras del cine y el teatro español que aunaba en su figura talento y caracter. «La Ponte era mucho Ponte, que decía Fernando Fernán Gómez. Tenía muchas tablas. Me contó una vez que Fernán Gómez, en el teatro, cuando se le iba el texto, se iba del escenario diciendo «¡Y me voy!» y la dejaba a ella sola. Así que en una ocasión cuando lo hizo, ella contestó «Y yo también» y se marcharon los dos, dejando el escenario vacío (risas). En la calle decidieron que volvían a entrar a seguir con la función».

«Total» es la semilla que germinó en «Amanece, que no es poco» (después de un intento fallido de serie televisiva titulada «Ab Urbe Condita»), una película que ha tenido que convivir con la etiqueta de surrealismo que tan poco gusta al director manchego. «No soy nada surrealista. Por ejemplo, ¿por que hay gente que brota en los campos?, joder, porque están muy enraizados en su tierra. Es la literalidad de las palabras». La cinta bascula entre dos pilares imprescindibles, que han permitido que 25 años después siga despertando el interés de nuevos espectadores y la pasión de los antiguos. Por un lado, un guión escrito desde la más absoluta libertad creativa. Por otro, una nómina de actores («Saza era el que hacía su papel con más convicción. Él estaba seguro que plagiar a Faulkner era una cosa espantosa en un pueblo como aquel») irrepetible.

Unos profesionales que se quedaban perplejos cuando tenían el papel en sus manos. «Seguro que pensarían, «pero, ¿dónde va este hombre?». A esa inseguridad innata que tienen los actores, se les unía las dudas sobre cómo afrontar estos papeles. «¿Cómo lo quieres, José Luis?», me solían preguntar. «Dilo y ya está», les contestaba». Hace poco coincidía con algunos actores para un reportaje en El Semanal y Gabino Diego me preguntó por primera vez que cómo era posible que le hubiera dado el papel de americano, si nunca le había oído hablar en inglés. Hombre, yo sabía que cantaba cojonudamente a Frank Sinatra, que hablaba muy bien inglés y era un gran actor. Pero vamos, que si lo hubiera hecho mal, también hubiera tenido cabida en esta película».

Antes que «Amanece, que no es poco», el éxito había sonreído a Cuerda en «El bosque animado» (1987), una adaptación de la obra de Wenceslao Fernández Florez que consiguió 5 premios Goya. De nuevo, un gran grupo de actores (Miguel Rellán, Alicia Hermida, Fernando Rey, Antonio Gamero, Manuel Alexandre, Luis Ciges, Alicia Sánchez, Paca Gabaldón, María Isbert,…) encabezados por Alfredo Landa, quién en sus memorias recordaba el «entendimiento casi sobrenatural» que tuvo con José Luis Cuerda. «Empezamos con serias discrepancias. Él, en un momento determinado, me dijo «Se me ha ocurrido una cosa, José Luis, voy a hacer mi personaje en falsete, que ya lo hice una vez cuando estaba en el Teatro Universitario con un personaje y fue un descojono, con cada frase la gente se partía de risa». Yo le dije que ni se le ocurriera hacerlo. Total, que primer día de rodaje, con muchísimo problemas con la iluminación, con el maquillaje, … empezamos a rodar y Alfredo me dice «Te voy a hacer un ensayo en falsete». Cuando acaba, los eléctricos que habían trabajado toda la vida con él le aplaudían y vitoreaban, «¡muy bien, Alfredito!». Y tuve que pedir silencio a todo el mundo y decirles que yo no iba a dirigir la película asambleariamente, que bien o mal lo iba a hacer yo, y que no había falsete. «Te vas a arrepentir», me decía Alfredo, «el día del estreno me voy a sentar contigo y como no se rían donde se tienen que reír te voy a dar un pellizco cada vez que ocurra»».

Landa y Cuerda volverían a trabajar en «La marrana» (1992), con la que el actor ganaría el segundo Goya de su carrera (si dejamos a un lado el honorífico que recibió en 2007). Una película que el intérprete recordaba, en sus memorias, como excesivamente escatológica. «Es que él era un hombre de orden (risas). Lo que pasa es que «La marrana» está inspirada en un género que me maravilla, la picaresca, nada que ver con lo de hoy en día, que no hay pícaros, hay sinvergüenzas. El pobre pícaro es el que lucha por sobrevivir, piensa todo el rato en comer, y me imagino que el que está muerto de hambre casi considera una desgracia el cagar, joder, con lo que le ha costado llenarlo y ahora se vacía».

Las películas del cineasta albaceteño han seguido sumando nuevos actores imprescindibles a su familia, algunos con una carrera ya consolidada (Juan Luis Galiardo, Álex Angulo, Saturnino García, Celso Bugallo, José Ángel Egido, Chete Lera o Juan Diego) y otros que empezaban a despuntar (Javier Cámara, Raúl Arévalo o Quim Gutiérrez). Pero todos ellos continuistas de esa manera de trabajar que marcaron los repartos de cierto cine costumbrista español de los años 50. «A mí me gustan los actores que no basan su presencia en pantalla en que le aplaudan las chicas cuando salen. Aunque hay alguna excepción como Quim Gutiérrez, que ya es para morirte. Son gente que se lo tienen que ganar. Pero es que yo pertenezco a esa raza. Yo me lo he tenido que ganar todo por la charla. Por eso una de las cosas que más me jode es que me tomen por tonto, porque yo me tuve que hacer listo. Los tíos guapos son un estorbo. No tienen ningún sentido. Me parece una excrecencia inútil».

Muchas historias, muchos actores, pero aún así Cuerda tiene alguna espinita clavada, imposible ya de sacar. «Me hubiera hecho gracia trabajar con Jorge Mistral, Rubén Rojo o Arturo de Córdova, magníficos actores sudamericanos con los que me hubiera hartado de reír. También me hubiera encantado con Pepe Isbert. Si me dice que todas mis películas las tenía que haber hecho con Isbert y Manolo Morán, las hago ya».

Colaboraciones irrealizables, como algún que otro proyecto que nunca abandonará la mente del cineasta. «»En el 68, un año muy emblemático, me hubiera gustado hacer un corto de un solo plano, en blanco y negro, que fuese una pareja vestida de gala, como Fred Astaire y Ginger Rogers, bailando en el salón de una casa de unos muy ricos, muy ricos. La cámara los seguiría en un plano general para que se viera lo bien que bailan y cortar. Y si al final no te apedrean, es que el público se ha vuelto tonto. Y  después de «Amanece, que no es poco» me quedé con ganas de hacer un corto, muy corto. En un trigal hubiera metido a Fernando Fernán Gómez, Paco Rabal, Fernando Rey y Agustín González cantando, andando hacia la cámara y ya está».

«Todo es silencio» (2012) es su última película hasta la fecha, pero Cuerda tiene la esperanza que no sea la que cierre su filmografía. Lo que sí es seguro es que si se vuelve a poner detrás de una cámara, los mejores actores trabajaran con él. «Espero volver a rodar. Hay un proyecto que ya veremos si sale o no. Ya lo he intentado con «El hereje» de Delibes, con dos guiones míos, uno de ellos escrito para dos excelentes actrices que en uno de los sitios en los que lo presenté le dijeron a mi coproductor, «Pero, ¿dónde va Cuerda con estas dos dinosaurias?».