«Me llamo Rafael Rodríguez Rapún y tengo 30 años. Mis padres son Lucio y María, viven en Madrid en la calle Rosalía de Castro número 25… Alguien dejó a mi cargo algo que no puede perderse… El poeta que llevaba el grupo… Federico. Federico García Lorca”. Así se manifiesta uno de los dos protagonistas de «La piedra oscura», obra del Centro Dramático Nacional que se representará en Las Naves los días 24 y 25 de octubre.
El legado que Federico García Lorca confió a Rafael Rodríguez Rapún, estudiante de Ingeniero de Minas, secretario del teatro universitario «La Barraca» y compañero del poeta en los últimos años sus vidas, son tres obras de teatro y unos poemas. Un compendio que representa la memoria colectiva que hay que preservar como le gusta señalar al autor de «La piedra oscura» Alberto Conejero (Jaén 1978) . «Creo que la memoria es un espacio de justicia. Y es verdad que la memoria forzosamente siempre es individual, pero un país es también la vivencia compartida de un relato y la conciencia de que las injusticias del pasado se nombran como tal. O llegamos a acuerdos sobre nuestro pasado reciente o el futuro estará comprometido». Conejero coge el título de una obra nunca encontrada del poeta en la que iba a abordar la homofobia. Y a partir de un exhaustivo trabajo de investigación, de lectura de todo lo publicado e inmersión en los archivos, que cuenta incluso con el testimonio del hermano pequeño de Rafael, fabula sobre lo que pudo ser la última noche del joven hecho preso por el bando nacional, muerto tan solo un año después que el poeta.
En el otro lado de esta lucha cuerpo a cuerpo, el otro contrincante, esta vez imaginado, una licencia del autor del texto: «Para contar lo que yo siento la verdad del personaje de Rafael tuve que servirme de la ficción. El teatro nunca es un ejercicio documental o de reproducción de lo real sino de hacer presente lo verdadero». Un carcelero, también joven, el soldado de apenas 18 años, Sebastián, que recuerda a aquellos verdugos que hasta ayer llevaban una vida alejada de consignas e ideologías. Una víctima también. Ambos hombres en el pequeño habitáculo casi celda (una desnuda habitación en un hospital militar cerca de Santander), en esas horas de vigilia y claridades antes del amanecer, iniciarán un viaje de alejamiento y acercamiento, de silencios y confesiones, de odio y de amistad, de culpas y redenciones gracias a esa peculiaridad inherente al ser humano: la comunicación. Esa que propicia encuentros que dan sentido a la vida y la cambian para siempre.
Como herramienta de entendimiento las palabras serán claves, «la fuerza de transformación que ejerce la palabra» puntualiza el autor del texto. El diálogo en una obra despojada de artificios, es a su vez la herramienta del Teatro con mayúsculas, que hace que la palabra no se olvide así fácilmente. Pablo Messiez (Buenos Aires, 1971) director de la obra, lo explica: «Fuimos viendo que lo que mejor nos funcionaba era trabajar haciendo pie en cosas muy concretas, poniendo las palabras en movimiento con acciones específicas y que la forma, el artificio, naciera como repercusión del trabajo sobre la acción. Mi objetivo fue procurar encontrar en los cuerpos la necesidad de decir esas palabras».
El director marca los tiempos del desnudo sentimental de los actores Daniel Grao (Rafael) y Nacho Sánchez (Sebastián), con paso sereno, sin atropellos pese a la tensión dramática de oposición: los protagonistas no sólo chocan en sus respectivos bandos, sino en su forma de ser y expresarse, extroversión versus introversión. Dos antagonismos que sin embargo persiguen el mismo objetivo, la salvación de la sinrazón: «Creo que la certeza que ambos descubren o re-descubren en el tiempo que comparten es la necesidad de tener a otro para que algo parecido al sentido, aparezca. Frente al límite, al sinsentido, la idea de la soledad se revela ya insoportable. Para acordar un sentido hace falta otro que esté de acuerdo. Hace falta un abrazo, para no caer» detalla Messiez. Y con la implicación del público, la cuarta pared. «La obra se abre y se cierra con una mirada a público, y cuando Sebastián cuenta que le gustaría ser músico, el actor Nacho Sánchez, vuelve a dirigir su mirada al público cada noche. Creo que lejos de distanciar, ese reconocimiento integra al espectador como parte activa de la función. Esas miradas dicen: estamos haciendo esto juntos» aclara el director.
Una obra que puede sentirse como expresión del presente. El teatro propicia siempre pensar en el aquí y el ahora, «que el teatro siga proporcionando un lugar para que hombres y mujeres, sentados en el mismo espacio el mismo tiempo, compartan una experiencia poética habla de su resistencia y de su capacidad de transformarnos» afirma Alberto Conejero. Y que nos enfrenta con la invisibilidad del pasado. Ese que dejó en la cuneta tantas muertes y ausencias que ni todo el silencio del mundo puede hacerlas olvidar. Lo dice uno de los protagonistas: «Nadie puede desaparecer del todo».
«La piedra oscura» se podrá ver los días 24 y 25 de octubre en Las Naves.