A partir de determinada edad se comulga con aquello de que la juventud es más una cuestión de actitud que una fecha en el DNI. Sin embargo, cuando coinciden ambas es como un big bang al que nada parece detener. Los días podrían durar cincuenta y seis horas que nunca serían suficientes; los amigos se convierten en una especie de familia paralela; la inconsciencia, la curiosidad y los prejuicios juegan a favor y hasta la estulticia tiene clase y frescura. Ni Peter Pan ni la nostalgia tienen nada que ver con esto. Suele ser una regla incontestable que los que así viven la post-adolescencia, continúan recogiendo frutos cuando pasan los años. La actitud, pues, siempre estuvo ahí. Y acaba siendo la garante para cerrar el círculo.
Demonizar la juventud es propio de aquellos que lloran por haberla perdido. Ese afán paternalista, que apenas se molesta en ocultar una prepotencia ridícula, suele creer tener licencia para emitir juicios de valor generalistas y estampar en el aire, con la tipografía de Mr. Wonderful, sentencias similares al «cualquier tiempo pasado fue mejor». En la otra esquina, los que piensan que la lozanía es suficiente argumento para pasear en hombros a alguien, aunque lo más interesante que haya hecho, en el último mes, sea beber un refresco con pajita y haberlo subido a su instagram, filtro mediante. De esa fijación irracional se quejaba, con razón, el grupo Belako este mismo mes en las páginas de Rockdelux. El término medio sería lo ideal, pero quien esté libre de pecado, que lance el primer whatsapp.
Ese respeto hacia la juventud se respira en cada milímetro de «Wasted Youth» (hasta el 28 de febrero en Las Naves), una suerte de autorretrato generacional a partir del trabajo de catorce fotógrafos, casuales o no, cuyas obras trazan una realidad valenciana que teniendo mucho de personal o privado alcanzan una universalidad adictiva. Un exposición comisariada por los periodistas Marta Moreira y Daniel Borrás, que ya habían trabajado juntos en «A real story», muestra en la que el protagonismo era para la fotografía de moda. «Tras la primera exposición, nos hicieron un nuevo encargo. La primera era de ámbito nacional, porque en ese caso no tenía mucho sentido limitarnos geográficamente a Valencia; pero el requisito esta vez era que se centrara en la ciudad. Intentamos trabajar con temas con los que nos sintamos cómodos y tengamos algo que decir. Teníamos muchas ideas apuntadas y una de ellas era repasar de alguna forma la escena subcultural valenciana. Además, la idea nos parecía un poco perversa y, por tanto, interesante: llevar una cultura alejada de las instituciones a una sala que depende de ella. Si es un espacio de todos, tienen que estar todos», contestan vía mail y al unísono.
Aunque la ilustración y el audiovisual tienen su parcela en la exposición, el verdadero eje sobre el que se articula es la fotografía. «Veíamos claro que había un grupo definido de fotógrafos con un material de tipo documental que nos parecía muy interesante: eran objeto y sujeto a la vez y reflejaban su día a día y su forma de vivir. Fue el punto de partida. Aunque no hay imágenes ‘producidas’ (no se fuerzan, no son encargos, son momentos reales) esa fotografía ofrece una aproximación más artística. La música era el hilo conductor más claro (lo es para cualquier tipo de movimiento social) pero no queríamos hacer una exposición sólo sobre eso, que se redujera a fotos de conciertos y portadas de discos. La fotografía nos permitía subir un escalón».
Y así conviven los retratos huidizos y las porciones de realidad de Carmen Gray; la sublimación de la belleza del cuerpo femenino que consigue Julio Pardo; la captación del instante de Paula Prats; el hedonismo luminoso de Carles Prats; la marcada presencia musical en las instantáneas de Belinda Bono, sugestiva e hipnotizante cuando cede el protagonismo a las sombras; la inquietud expositiva de Marta de Miguel; el carácter testimonial de Josu Kuro; el impacto visual de las imágenes, cargadas de amonal, de Alejandro Escrich; el poso documental, personal y de cotidianidad de las fotografías de Borja Llobregat; la crudeza y, en ocasiones, visceralidad de Pablo F. Serrano; los primeros planos y la espontaneidad de Pau Roca; el matiz experimental de Fernando Gimeno Pol; la apuesta sensitiva y emocional de Carles Rodrigo; los disparos al adn de Héctor Pozuelo; y muchas más cosas que una rápida enumeración no puede reflejar.
Catorce maneras de mirar que, sin embargo, sí tienen algo en común. «Lo de ‘Wasted Youth’ juega con la idea de una juventud supuestamente echada a perder: gente que trabaja con aspiración artística pero sin la necesidad de obtener el rédito social que se presupone (dinero, escalafón social, proyección mediática). Hacerlo es su manera de vivir. Y no malgastan en absoluto su tiempo: están dejando un poso cultural muy importante para la ciudad. Hay nombres más consolidados y otros que seguramente sorprenderán a muchos, pero todos tienen en común su manera de entender la vida».
Moreira y Borrás, además, han acertado de pleno con el diseño de la exposición y con el formato fanzine del catálogo (del que destaca un interesantísimo y acertado texto de Eduardo Guillot en el que hace un recorrido por todas las juventudes, supuestamente malgastadas, que en Valencia han sido), aspectos que acaban por redondear una muestra «subjetiva y que no pretende mostrar nada de forma absoluta», pero necesaria.
«Wasted Youth» permanecerá en Las Naves hasta el 28 de febrero.