Fotografiar es poner en el mismo punto de mira la mente, el ojo y el corazón. La frase es de Henri Cartier-Bresson. Y aunque él la pronunció refiriéndose a quienes están detrás de la cámara, tiene (o debería tener) el mismo significado para quienes contemplamos el resultado de sus trabajos. Mucho de eso ocurre en la exposición Lo más bonito del mundo (La Llotgeta Centre Fotogràfic de Valencia, hasta el 23 de julio), que reúne obras procedentes de la Colección de Arte Contemporáneo de Fundación Mediterráneo.

La muestra va más allá de la experiencia fotográfica pura y dura. El diseño expositivo, ocupando varias plantas de La Llotgeta, la distribución de las obras, su tamaño y formato, la iluminación, las superficies de espejo… convierten la visita en un ejercicio inmersivo, provocando la participación del público en las imágenes. Ese tríptico de un bosque capturado por Xavier Ribas o el infinito árido paisaje que retrata José María Mellado, por poner dos ejemplos, trascienden los límites de las obras y alcanzan casi el 3D cuando son observadas.

Esa sensación acompaña todo el recorrido con matices y particularidades. Y con cierta dicotomía emocional. Fotografías que hipnotizan y paralizan, pero que al mismo tiempo disparan la imaginación o la necesidad de comprender. Ese ser humano con la cabeza en un riachuelo con el que Javier Vallhonrat introduce lo habitado en la Naturaleza. O ese huracán conceptual que siempre es Jana Sterbak (sí, la que creó un vestido de carne muchísimo antes que Lady Gaga). O esa jovencísima Alaska, vestida de leopardo posando sobre una cama, eternizada por Alberto García-Alix.

Comisariada por Mamen Velasco (responsable de la Colección de Arte Contemporáneo de la Fundación), la muestra se divide en tres apartados. Todo lo que nos pasa que reflexiona sobre la identidad, la belleza y la rebeldía; Espacios de la memoria que se centra en el alma de los objetos y la eternidad de lo vulgar; y Lo más bonito del mundo (eres tú) que apunta hacia el horizonte entre lo visible y lo invisible. En las paredes conviven trabajos de Rogelio López Cuenca, Hannah Collins, Bleda y Rosa, Gonzalo Puch o Esther Ferrer, distintos pero construyendo un mismo discurso. El que se desprende de los textos que acompañan a algunas fotografías, procedentes de Doña Inés. (Historia de amor), de Azorín, el de mostrar la belleza y la huella de la eternidad en las cosas más vulgares de la vida cotidiana.