Foto: Web del Valencia C.F.

Foto: Web del Valencia C.F.

El valencianismo anda emocionado y agradecido por las estadísticas de su equipo. Después de siete jornadas no conoce la derrota, ha ganado todos sus partidos como local, lleva 17 goles a favor, sólo 4 en contra, y va segundo en la clasificación a 2 puntos del Barcelona que es líder. Dos figuras acaparan gran parte de esos piropos, el entrenador Nuno y el casi propietario Lim. Son muchos los que después de pasarse todo el verano ejerciendo de fans fatales digitales del proyecto del singapurense ahora ajustan cuentas contra los que osaban a dudar de las intenciones del magnate ausente. No deja de tener su gracia que algunos de los primeros, en un pasado no muy lejano, bebieron los vientos por dos de los mayores fiascos económicos que ha sufrido el club che: Paco Roig y Juan Soler. Pero ya saben ustedes que aquí el que no corre, vuela, y por el camino se reescribe su pasado.

Tiempo habrá para valorar el trabajo del míster, aunque es justo reconocer que hasta ahora su hoja de servicios está impoluta e, incluso, con algún logro importante. Pero a mí, de esta magnífica racha, me llama la atención algo bien distinto. Una realidad que tiene más que ver con el pasado del club que con el presente. Esta temporada trajo al Valencia un agitado intercambio de cromos. Hasta diez caras nuevas (cesiones y ascensos del filial al margen) se sumaron al proyecto. No llegó el supercrack prometido (no, Negredo no lo es, por mucho que lo repitan como un mantra los voceros oficiales), no se fichó a un portero de contrastada experiencia internacional (vino el guardameta del Celta), Jorge Mendes le quitó el sitio a Rufete (que este reconociera recientemente que no conocía personalmente a Lim, dice mucho de lo que le importa al futuro propietario su figura, tal y como ya demostró con el cese de Pizzi) y colocó parte de su catálogo (inquilino del banquillo incluido), etc, etc, etc. Sin embargo esta revolución en la plantilla no es la responsable absoluta de esas cifras que marean y extasían al aficionado valencianista. El verdadero mérito de estos guarismos es para los jugadores que ya estaban en el equipo. Repasando cada una de las alineaciones de esta temporada hay siete nombres propios, que se repiten como titulares, que no aterrizaron en la ciudad hace unos meses. Todos ellos ya habitaban la casa blanca (Gayá en el Mestalla, aunque debutara con el primer equipo) el ejercicio anterior. Justo es, pues, matizar la relevancia de esa sangre nueva en la situación actual del Valencia. Más aún si se tiene en cuenta que los que ya estaban pudieron abandonar el club en más de una ocasión y no por iniciativa propia.

Hubo una época en que los periodistas deportivos locales se entretenían apostando cual de los dos porteros (Guaita o Alves) abandonaría el club. Existían dos bandos y cada uno defendía la salida inminente de uno de ellos. Las rotaciones de Valverde avivaron más la llama bipolar. Issac Asimov hubiera disfrutado con esta doble realidad. Al final, salió el canterano y las críticas al brasileño (que si es inseguro por alto, que si no sabe organizar la defensa, que si es excesivamente estirado fuera del terreno de juego, que si ha coqueteado con el Barcelona, que si es no es buen compañero,…) se esfumaron. Ahora hasta se le reconoce como salvador de algún punto.

Barragán llegó al Valencia como alternativa al díscolo Miguel Brito. Aterrizó de la mano de Braulio y fue presentado junto a Víctor Ruiz en el Mercado Central. Curro Torres, Camarasa y Giner estuvieron, también, allí. Un cóctel de esos que maravillaban a Manolo Llorente y Damià Vidagany, quienes con estos saraos imaginaban, por unos minutos, que estaban en la Premier. El jugador prometió, entonces, trabajo y más trabajo. Y como era de esperar, la grada no tardó en pitarle y reírse de él. Las carreras sinsentido de Joao Pereira sí levantaron aplausos. Un tipo humilde, que no se quejaba nunca y aceptaba el rol que le designara el entrenador no estaba hecho para las multitudes. Su traspaso se rumoreaba cada verano (e incluso algún mercado de invierno), pero aquí sigue, titular, mientras el showman portugués ni siquiera se come ya las pipas en el banquillo.

Defender a Parejo era lo más parecido a practicar un deporte de riesgo que se podía hacer en el entorno valencianista. En un partido, estas orejitas, escucharon a un aficionado pedirle al rival que lo lesionaran para que abandonara el campo. Seguramente, ese energúmeno es uno de los que ahora cuando lo cambian se pone en pie a aplaudirle. Parejo siempre ha jugado igual. Nunca le ha perdido la cara a un partido. La única diferencia es que ahora le colocan en su posición y, sobre todo, que no tiene a su lado a un jugador tóxico como Tino Costa, capaz de vender a un compañero por salir ileso de una pérdida de balón. Desde luego, si los extraterretres utilizan Mestalla para hacerse una idea del comportamiento humano, ya podemos estar tranquilos que no nos invadirán nunca.

Javi Fuego llegó como el nuevo Albelda y este verano todo apuntaba que abandonaba el equipo. Son los gajes de no ser un jugador glamuroso, de ser eficaz y no actuar de cara a la galería, de robar balones y no perder el tiempo con aspavientos. Ahora todo el mundo habla maravillas de él, pero su manager, Eugenio Botas, se pasó medio verano en Valencia esperando que el club se decidiera. Eran los días en los que el Valencia suspiraba por el argentino Enzo Pérez y al asturiano lo querían fuera. Pero el destino y la palabra de Lim, una vez más, siguieron caminos distintos y Fuego recuperó los galones que le quisieron arrancar por la espalda.

Hoy todo son nuevas glorias a Paco Alcácer, pero el nuevo murciélago del equipo ha estado tentando más de una ocasión de hacer la maleta e irse ante la falta de oportunidades y el nivel de exigencia que se le requería frente a otros lumbreras como Pabón o Postiga. Pudo explotar antes, pero tuvo que aguantar un técnico cobarde y una cesión contraproducente al Getafe. En el Valencia siempre se ha buscado fuera (Vargas, Vinicius,…) lo que está en casa. Ojalá su estallido no sea una excepción de la cantera.

Pablo Piatti es el capitán de estos desheredados. Nadie mejor que él representa el desprecio al que se han visto sometidos estos jugadores en algún momento de su carrera. Al argentino le ha pasado lo peor que le puede pasar a un futbolista. Y no una vez, sino dos. Quedarse sin dorsal en la camiseta. Aún hay parte de la grada que no le perdona un mal pase, un disparo desviado, un fallo en el área contraria. Pero él ha sabido incorporar eso a su diminuto cuerpo y se ha hecho más fuerte. Una palabra que se le negaba ha sido clave en su renacer: confianza. Ahora falta que público y club no vuelvan a extraviársela.