1- El amor era el lema de la edición de este año del Festival 10 Sentidos. Y Amantes el título de la instalación de la portuguesa Raquel André que convirtió el escenario de La Mutant en un laberíntico piso de citas. Un recorrido (con cascos, en los que la propia artista va dando indicaciones de su proyecto) que se realizaba por parejas, accediendo cada parte por un extremo y dejando que fuera el azar quien provocara la coincidencia. El interior, forrado con casi un millar de imágenes de los encuentros que André ha tenido con sus amantes, durante los últimos siete años, en diversos lugares del mundo. Un pase hacia su intimidad, que de alguna manera se convierte también en la de quien lo visita, con invitación incluida a detenerse sin prisas. A sentarse, a dejar alguna nota, a comerse una galleta, a tumbarse en la cama, a vivirlo y respirarlo. A, en definitiva, pasar a formar parte de esa colección de amantes de la que lo menos importante acaba siendo si es real o simplemente un recurso artístico.
2- Meritxell Barberá e Inma García (Taiat Dansa) abandonaron durante unos instantes sus obligaciones como directoras del festival para bailar (por primera vez) dentro de su programación. Cuando terminaron no podían esconder su emoción. La pieza, El amor, en La Rambleta, era un repaso a su historia, a su relación, articulada a través de las cuatro estaciones del año, como proyección de todas las que han pasado juntas. La magnífica música de Caldo (con guiño johnwilliamsiano incluido) marcaba el devenir de cada época, adecuando ritmo y melodías a las sensaciones propias de cada momento. El diseño audiovisual de Juanma Carrillo atrapaba con fuerza centrípeta de manera rotunda, durante el tiempo que duró la representación ese era nuestro espacio, no existía otro. Las coreografías e interacciones de Meritxell e Inma trazaban estados de ánimo, de la complicidad a las dudas, de la euforia a la melancolía, de Chucho a Bonnie Tyler. Y mientras, al público nos caían copos sin preguntarnos de dónde venía la nieve, porque en el fondo lo sabíamos, de sus corazones.
3- Quien estuvo no lo olvidará. Lo de la compañía belga Peeping Tom con Kind en el Principal agota los calificativos. Su reflexión sobre lo que a veces se olvida (o se obvia intencionadamente) del universo infantil, su radiografía del ser humano, es un rodillo escénico que arrasa y desborda al público, lo extirpa del patio de butacas y lo transporta en una ola gigante, con esa mezcla indivisible entre la inquietud, el miedo y la satisfacción. Una puesta en escena majestuosa y detallista a la vez, una capacidad de sorprender infinita, un juego paulatino entre personajes de carne y hueso y otros repulsivos pero de los que nuestra mirada no puede escapar. La sordidez coqueteando con la belleza, lo interior derramándose sobre el exterior. Eurudike De Beul dando vida a una enorme niña en una minúscula bicicleta en un viaje interpretativo que le lleva de la ópera al metal sin inmutarse. Yi-Chun Liu bailando como nadie podía imaginar, convirtiendo un tiroteo en bucle en algo hermoso, desafiando las capacidades humanas en unos pases imposibles mientras está siendo arrastrada. No hay palabras, diez sentidos son pocos incluso, para explicar lo visto y vivido.