«The Mountain». Foto: Jordi Soler.

George Mallory y el Everest, Orson Welles y La Guerra de los Mundos, Vladimir Putin, jugadores de bádminton jugando a béisbol, un dron sobrevolando el patio de butacas, pantallas en el escenario, fake news, mentiras, verdades, subir a la montaña y contemplar la realidad, o lo que suponemos que es.

The Mountain (Teatre El Musical, 21 y 22 de mayo) es la suma de todo lo enunciado. La Agrupación Sr. Serrano lo ha vuelto a hacer. Ellos dicen en su web que «crean producciones originales sobre aspectos discordantes de la experiencia humana contemporánea». Lo que están haciendo es el teatro del siglo XXII. Con Pau Palacios, Primer Ministro de la república que es la compañía (y también co-director artístico, dramaturgo y performer en la obra) hablamos sobre el montaje.

¿Cómo se os ocurrió subir esta montaña? ¿Cómo es de importante lo que os rodea a la hora de buscar inspiración?

Normalmente hay un manojo de temas que tienen que ver con aspectos problemáticos de nuestros tiempos que llenan nuestras conversaciones. De repente, se nos presenta una imagen, noticia o idea que hace que esas especulaciones conceptuales o teóricas se sublimen y se conviertan en algo muy tangible. Y eso hace que nazca el germen de un espectáculo. En este caso, hablando de manipulación informativa y acceso a la verdad, apareció la metáfora de la montaña. Y de ahí nació todo lo demás.

Y una vez decidido lo que queréis contar…

Nosotros trabajamos por acumulación de capas, a partir de la imagen inicial lo que hacemos es un vaciado de todo aquello que de una manera u otra tiene relación con esa imagen. Vamos acumulando capas de significado, las mezclamos, establecemos conexiones entre ellas y al final nace un engendro multiforme, de mil caras, un puzzle de significados y significantes. Para llegar a ello, trabajamos con unas dramaturgias que se desarrollan por etapas. En lugar de tener un único proceso de conceptualización – escritura – ensayos – estreno, lo que hacemos es desarrollar esto mismo pero cuatro o cinco veces. Necesitamos procesos largos en los que se alternen fases de reflexión y conceptualización, con fases de ensayo, de prueba y error. Normalmente realizamos cuatro o cinco residencias de creación y en cada una ensayamos y realizamos una presentación final ante un público del cual extraemos un feedback. Así el espectáculo va creciendo permitiéndonos arriesgar, probar cosas que de otra manera no nos atreveríamos a probar. En nuestras residencias están todos los implicados en el espectáculo, de manera que el compositor de la banda sonora compone mientras nos ve ensayar, la escenógrafa añade modificaciones al espacio y a las maquetas contínuamente, los diseñadores de las luces van probando cosas a medida que avanzamos. Se va creando todo a la vez de manera que acaba todo perfectamente imbricado porque se ha creado en paralelo. Y tras el estreno, lo mismo, expuestos a la mirada del público general, aún modificamos los materiales durante tres o cuatro meses hasta que consideramos que la pieza responde a lo que pretendíamos, en su mejor versión, que no quiere decir contentar al público, sino asegurarte de que lo que tú querías transmitir, está llegando.

«The Mountain». Foto: Jordi Soler.

En «The Mountain», en algún momento, el proceso creativo (grabar unas imágenes con una camara, por ejemplo, en el escenario) acaba formando parte de la narrativo (lo que se proyecta que se está grabando), es decir grabar y lo que se graba forman parte de la obra. ¿Qué os interesan de esas otras formas narrativas, es un camino en el que os gusta experimentar?

Lo que pretendemos con el dispositivo con el que trabajamos es matar la “magia del teatro”. No hay magia, solo hay discurso, recursos, efectos. Y nosotros ponemos todos estos elementos a vista, delante del espectador, porque no apelamos a sus capacidad para la maravilla, sino a su capacidad de analizar y entender. Todos los elementos que se usan en el espectáculo están en el escenario desde el principio, y en ningún momento pretendemos esconder cómo se construye el relato o las imágenes que lo componen. Todo relato es una construcción, cualquier imagen esconde una intención y nos muestra algo, pero a la vez nos esquiva algo. En nuestro dispositivo cabe cualquier elemento que apoye este enfoque: te estamos contando una ficción, basada en hechos reales, con unos elementos visuales que manipulamos delante de ti para que tú completes el puzzle con tus capacidades críticas.

¿Cómo os gustaría que el público saliera de «The mountain»: con más preguntas o con más respuestas?

Sin duda con más preguntas. Si alguien espera respuestas después de ver un espectáculo de una hora por el que habrá pagado menos de 20€, no vamos bien. A lo que aspiramos con «The Mountain» es a que el espectador medio, occidental, bien educado, progresista, salga con más dudas que certezas, que salga con una cierta incomodidad. Como decía H.L. Mencken: “Para todo problema complejo hay una solución clara, simple y equivocada”.

¿Se ha sido muy benévolo con la mentira? ¿Utilizar fake news o posverdad como sustitutos de la mentira ha acabado reduciendo la oposición de significado que existe entre la mentira y la verdad?

Responder a esto en cuatro o cinco líneas es complicado, ¡para eso hemos hecho un espectáculo de más de una hora! En cualquier caso, los fenómenos de las fake news o la posverdad no son una simple cuestión de si un enunciado es veraz o no, sino todo un sistema político, económico, periodístico y de poder en general donde entran en juego muchos factores. Pero sí, en la base del problema está la verdad y la mentira, y el perjuicio que ha dejado tras de sí una mala interpretación del relativismo.

Ese confort que, a veces, necesitamos respecto a la verdad (la de leer o consultar, por ejemplo, medios que van a reforzar lo que opinamos) tiene una traslación al mundo de las artes escénicas? ¿Es muy cómodo el espectador a la hora de acudir a ver montajes? ¿Y los creadores a la hora de poner en pie nuevos proyectos?

Esta es una característica intrínseca a nuestro medio, todos sabemos que en una platea de un espectáculo nuestro, el 99% de los presentes tenemos opiniones muy parecidas sobre cuestiones políticas y sociológicas, y estamos convencidos de ostentar la razón. Por eso, en «The Mountain» especialmente hemos intentado no darnos un masaje autocomplaciente, sino intentar ampliar el foco para remover nuestras convicciones. En ese sentido, es mucho más interesante poder actuar en contextos donde el público no viene a verte porque conozca tu trabajo, sino porque confía en la institución. Es lo que nos pasó cuando hicimos en el Auditori de Barcelona una intervención dramatúrgica y audiovisual libre y crítica sobre las notas de la Novena Sinfonía de Beethoven. Los insultos del público aún rebotan en las placas acústicas de sus conservadoras paredes.