En el año 414 a. C., Aristófanes escribió Las Aves. En 2018, La Calórica montó Els Ocells. La compañía catalana se inspiraba en el texto del autor griego para ficcionar sobre uno de los males endémicos de nuestros tiempos actuales: el populismo.
La sinopsis de la obra lo explica mejor: El joven empresario Pisteter y su compañera Evélpides no pueden volver a casa. Tampoco se les ocurre otro lugar donde poder ir a vivir la vida cómoda, relajada y libre de impuestos que ellos anhelan. El encuentro accidental con una inocente abubilla en mitad del bosque les hará plantearse un cambio de estrategia: ¿y si renunciaran a su condición humana y se convirtieran en aves? O todavía mejor: ¿y si convenciesen a las aves del mundo para crear una nueva sociedad basada en los principios fundamentales del Individuo, la Propiedad y la Competencia?
Joan Yago firma la dramaturgia que Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López y Marc Rius defienden en el escenario, dirigidos por Israel Solà, quién, además, responde nuestra preguntas por teléfono.
Els Ocells se puede ver los días 19 y 20 de febrero en el Teatre El Musical.
La nota de prensa de Els Ocells empieza con una pregunta que nos parece muy adecuada que sea, también, la primera de la entrevista: ¿Puede una comedia escrita hace 2.436 años tener alguna conexión con la actualidad?
Pues terroríficamente sí. Al final no son los puntos concretos en los que la obra habla, los que crítica originalmente, sino el mecanismo que critica al final. Cuando tú lees Las aves, de Aristófanes, la gracia es que él hace una crítica de un sistema político que están haciendo en ese momento. Es la democracia. Y justo está haciéndolo además con un mecanismo que están creando en esa Grecia clásica que es la comedia. Al final, Aristófanes, la democracia, la comedia nacen en la misma época, donde de alguna manera el mecanismo de reírse de nuestro propio sistema, de tener esa especie como de sátira y capacidad de generar comedia a través de nuestra política, de nuestra sociedad contemporánea, creo que es lo que sí que está vigente. Hace desfilar por la obra a personajes de la época, a mecanismos, a los chantajistas, a la gente que que se quiera aprovechar del sistema, a la gente que vive refugiada en él… Y todo esto lo hace utilizando lo que él está viviendo. Para nosotros lo que no tiene vigencia es criticar a ese personaje político concreto de esa época, sino hacer una reinterpretación, entendiendo dónde tenemos que atacar nosotros hoy en día si tuviésemos que criticar a nuestra democracia.
¿Cómo surge la idea? ¿Por qué el populismo?
Lo primero que nos pasó fue que nos maravillamos con el texto original y dijimos ¡guau!, aquí hay algo que tendríamos que poder reinterpretar. Nosotros somos una compañía que hace obras contemporáneas originales, es decir, siempre creamos nuestras obras. Lo que pasa es que a veces nos hemos inspirado en un cuadro, otras en un artículo periodístico…, pero esta vez nos inspiramos en una obra ya creada. A partir de aquí empezamos a trabajar y pensamos qué es lo que teníamos que hacer con esto. Muchas veces estamos perdidos durante un tiempo, en este caso, al final, nos dimos cuenta de que no queríamos criticar a un partido político en concreto, sino que queríamos criticar a un mecanismo que es el que utilizan los malos políticos, los políticos irresponsables, que era el populismo, que al final es la salida fácil. Para qué construir ideas, para qué construir pensamientos, para qué ser consecuente con uno mismo si lo que puedo hacer en determinado momento simplemente es alentar a las bajas pasiones de una masa, la que sea, para conseguir un ejército de seguidores. Creemos que eso va más allá de un color, que puede ser un mal endémico, no de todos, pero un mal endémico donde puede caer un político.
Una vez tuvistéis clara la idea, ¿cómo fue el proceso creativo? ¿Cómo es tu trabajo con Joan Yago, que firma la dramaturgia, hay algún tipo de interactividad?
La gracia es que nosotros somos una compañía que siempre trabajamos en colectivo. En La Calórica, además de Joan y yo, los actores son un equipo estable, los cinco. Dependiendo de si en algún momento ellos tienen otro trabajo, pues no aparecerán todos o aparecerán otros que no son los de la compañía. Pero la obra la creamos en colaboración con nuestros cinco actores. Y, normalmente también, con Albert Pascual, que es el escenógrafo y figurinista, el encargado de toda la parte visual de La Calórica.
Como digo, trabajamos a la vez, pero respetando mucho la parcela creativa de cada uno, desarrollándola al mismo tiempo. No creemos en el trabajo jerarquizado que exige que el autor tenga una idea en su casa, la elabore, se la pasa a un director que sobrescriba encima otras ideas y luego lleguemos al final donde nos ponemos a trabajar con los actores, sino que nos enfrentamos todos al proceso de averiguar de qué queremos que hable la próxima obra de La Calórica. Hablamos mucho a la vez de cuál es la gramática escénica que tendría que tener el espectáculo. Entonces, de alguna manera ya creamos algo que se está generando desde todos sus aspectos. Muchas veces llega una idea de escenografía antes que la idea del texto final.
Somos ocho personas volcando nuestra sensibilidad. Siempre creemos que la suma de las partes va a ser más que el resultado, que hay algo que se multiplica. Y al final cuando llega el momento de empezar a ensayar, yo me enfrento a unos actores que saben tanto del proyecto como yo, que saben lo que estamos intentando hacer, saben de los personajes que han estado pensando hace meses, no llegan el primer día con el texto aprendido y ya está. No, se sienten responsables del proyecto, lo sienten suyo y eso es lo que hace que al final se genere una unidad. Pero eso no significa que creeemos los textos en improvisación, no, Joan escribe un texto. Y él sigue viniendo a los ensayos. Y si empezamos a ensayar y de repente una escena no está funcionando, Joan puede reescribirla, adaptarla o ajustarla. Y eso está muy bien porque permite depurar lo que estamos haciendo a un nivel muy fino, muy exigente, al final somos muy exigentes con nuestro trabajo.
En todos los espectáculos de La Calórica el humor tiene mucha importancia y presencia.
Somos un grupo muy cachondo entre nosotros, estamos siempre haciendo bromas, no nos tomamos muy en serio, no nos creemos demasiado a nosotros mismos. El humor nace de ahí, nuestro humor nace de de que decimos una cosa pretendidamente inteligente y automáticamente es como que nos damos una patada en la espinilla y hacemos una broma, nos gusta ridiculizarnos y a partir de ahí ridiculizar al mundo. Entonces, como siempre estamos en este punto, en este espacio, creo que al final genera sitios desde donde nos colocamos y hablamos, somos así. La Calórica no es más que la energía de sus integrantes llevada al escenario. Los actores generan mucha personalidad en los espectáculos.
Para nosotros el humor es fundamental. Permite decir cosas tremendas, pero que la gente te escuche, capta la atención de la gente. Nunca estamos intentando hacer reír, estamos intentando hacer pensar, estamos intentando cuestionarnos cosas. De hecho, mucha gente que viene a vernos nos tacha de ser extremadamente… no pesimistas, pero sí de hacer espectáculos que te dejan con mal cuerpo. Al final estamos enseñando determinadas verdades que dan pena en realidad. Creo que eso es lo interesante del binomio humor y crítica contemporánea, no que no simplemente sea un divertimento.
La obra es de 2018, ¿se ha ido actualizando durante estos años?
No vamos añadiendo, vamos retocando. Cada vez que podemos re-ensayarlo porque empezamos una gira nueva, nos permitimos el reinterpretarlo. Lo que pasa es que normalmente lo que estamos haciendo es un poco más atemporal que no necesita un adaptación de introducir cosas relacionadas con la actualidad. Hubo un espectáculo que hicimos, E’Editto Bulgaro, que iba sobre Berlusconi y ahí sí que cada paso nuevo que daba a Berlusconi en la vida, su vuelta a la política, cuando la vuelve a dejar… lo teníamos que ir contando. En cambio, en Els Ocells no, como mucho nos viene un gag nuevo que no se nos había ocurrido porque no existía todavía, pero es mínimo.
Además de tus estudios de Dirección y Dramaturgia en el Institut del Teatre, eres licenciado en Física, ¿Crees que esos conocimientos se reflejan o te sirven de alguna manera cuando diriges?
Creo que sí. La física es una disciplina que va de plantearse cómo es el mundo. Antiguamente nadie diferenciaba la filosofía de la física, era la misma idea. Va de observar el mundo, plantearse cómo es e intentar entenderlo. Cuando empecé a estudiar física me sorprendió mucho que era un ambiente muy bohemio el de la Universidad en Barcelona, muy parecido al de Filosofía. Y a la vez en la física está la parte analítica. Siempre cuando me enfrento a la escena y veo a los actores, me imagino que de alguna manera son vectores de fuerza, que tengo unas variables, como cuando tengo la fuerza, la velocidad, el tiempo y el espacio. Si una escena no está funcionando le puedo subir el tiempo. Entonces le pido a un actor que «esto suba», veo como afecta al conjunto y al final acabo entendiéndolo casi como un experimento de variables concretas. Supongo que es mi deformación analítica. No lo hago de esta manera utilizando estos conceptos, pero sí que me he dado cuenta que forma parte de mí, de mi manera de trabajar y creo que además es una manera que produce resultados, es un mecanismo que me ayuda a poder hablar con ellos y a poder controlar lo que estamos haciendo para que, de alguna manera, el teatro no sea algo que pase sin entender por qué está pasando. Porque a nosotros no nos gusta esa especie de azar iluminado que puede hacer que un día sea una función maravillosa y mañana sea algo que no sabemos porque no ha funcionado. Nos gusta mucho entender y construir una buena arquitectura escénica, una estructura para que si el actor tiene un día malo, la obra aguante. Muchas veces decimos que tenemos una buena obra, que hemos creado una estructura, que ya la tenemos, porque hasta con un día malo la obra se aguanta en sí misma.