Vivir en la calle que lleva el nombre del creador del esperanto debe tener alguna consecuencia para sus vecinos. No tan relacionado con un idioma propio, que resulte incomprensible a los que no tengan un techo en esa vía, sino más bien una cuestión de actitud. La idea del bueno del doctor Zamenhof de crear una lengua universal podía resultar, a primera vista, estrafalaria, pero dejada reposar era una ocurrencia magnífica. Los mismos parámetros cumple el espectáculo del dramaturgo y actor Gerardo Esteve, Mi caso es tu casa. Recibe en su propia morada (en la calle mencionada) a doce desconocidos y allí les cuenta (más o menos) su vida.
La prudencia, o frialdad, que uno puede tener a la hora de invadir un espacio íntimo ajeno, desaparece al instante una vez se cruza el umbral del salón. Saludos a los otros invitados, intercambio de miradas cómplices, radiografía rápida de la habitación y selección del lugar donde se va asistir a la representación (en mi caso una silla con dos cómodos almohadones). Esteve (que formó pareja artística durante un tiempo con Rafael Ponce) cumple a la perfección como anfitrión y eso, al menos al principio, es tan importante como la calidad del texto.
No desvelaré el contenido de la actuación porque parte del atractivo reside ahí. Hay ecos de Groucho Marx, Jacques Tati, Gila o Faemino y Cansado. Hay delirante humor absurdo y tiempo para la conciencia social. Hay momentos que a uno le gustaría llevarse escritos (ese sueño que avanza sin límite alguno) y otros que permanecen en el recuerdo una semana después. Hay surrealismo, magia disparatada, cierto desnudo emocional y chanza, chacota y zumba. Hay un Profesor Malvarrosa al que deberían hacerse turnos para aplaudirle. Y por si fuera poco, cuando acaba el espectáculo, hay un momento con el artista para charlar mientras se bebe y se da buena cuenta de las viandas. El doctor Zamenhof estaría orgulloso de Gerardo.