«Nadal a casa els Cupiello». Foto: Santi Carreguí.

Entre Napoles y València hay 1.252’42 kms de distancia. Esa al menos es la información que se puede encontrar en internet. Cuando se sale de ver Nadal a casa els Cupiello en el Teatre Micalet (del 18 de diciembre al 12 de enero) la sensación es bien distinta. El gen de proximidad se ha disparado al tiempo que la identificación con la montaña rusa de emociones que viven los personajes. Desorbitados celebrando las alegrías y, también, purgando las penas.

La obra de Eduardo De Filippo es como una gran cena familiar. Como una celebración en la que no falta de nada. Y eso se posa en el espectador, desde que descubre la acertada puesta en escena (con las butacas rodeando la casa donde se desarrolla la acción) hasta ese bullicioso y contagioso arranque con todo los actores cantando. Una divertida y disparatada comedia de enredo, frenética en alguno diálogos, con un ritmo que nunca decae, con entradas y salidas controladas milimétricamente a favor de una trama que, entre carcajadas, ofrece un fresco tremendamente actual de las relaciones familiares a pesar de que ya hace casi noventa años que fue escrita.

En el centro de esta viñeta neorrealista, dos nombres propios. Pilar Almeria y Josep Manel Casany. Dos actores que dotan de los registros necesarios a dos personajes que se mueven entre los límites de la astracanada y la caricatura. Papeles que al mismo tiempo exigen la exageración propia que demanda el mecanismo de la comedia de conflictos y la contención expresiva que impida que su prolongada exposición haga derrapar la acción narrativa. Lo consiguen y con nota alta. Y de esa brillantez interpretativa se aprovecha una obra que reivindica un teatro fresco, costumbrista y sin complejos y que, además, no se olvida del público.