Nuestro primer conocimiento de la historia de los Hermanos Oligor (Jomi y Senen) fue a través del documental homónimo de Joan López Lloret. Y su historia nos llegó al corazón. Los hermanos que venían del Norte, habían pasado tres meses en el taller de un artista fallero y tres años en un sótano de Valencia para preparar «Las tribulaciones de Virginia», una obra sobre la historia de amor no eterna entre Valentín y Virginia, una autómata que vive en su mundo accionado con poleas y pedales.
Un espectáculo singular y emotivo preparado para el disfrute de 50 personas por función, alojados en unas gradas que les hacían traspasar la historia más allá de ser simples espectadores. Preguntamos a Jomi por dicha experiencia, «los principios en el taller de Manolo Martín fueron un momento mágico de la vida y los tres años y medio en el sótano de Burjassot nos marcó. «Las tribulaciones de Virginia» fueron una buena época en todos los sentidos y Valencia fue el escenario donde se vivió». El espectáculo giró por el mundo durante 12 años, «sin parar por toda Europa y Sudamérica, traduciéndose a 11 idiomas y haciendo alrededor de 600 representaciones» detalla Jomi.
Aquella etapa pasó, pero Jomi Oligor tuvo un cruce de caminos con Shaday Larios y su compañía Microscopía Teatro, apasionada por la atracción del objeto, la memoria… ¿Coincidencia o predestinación? «La posibilidad de encontrar otra persona con estas mismas fascinaciones y entenderse al instante es tan improbable que cuando ocurre es inevitable no subirse sin pensar a ese tren. Lo que supone es una adquisición interminable de tesoros precarios, que hallamos o llegan a nosotros, estamos invadidos y nos dejamos invadir, cada uno por separado ya lo hacía, y ahora hemos juntado invasiones. Habernos encontrado nos salva en el sentido de ayudarnos a transfigurar esa invasión y volverla un hecho comunicable, aunque sea sólo entre dos, que ya es bastante», relata Jomi. Y de esa unión surgió el espectáculo, «La máquina de la soledad» que llega al Teatre Musical (29-31 enero).
La obra es un homenaje al objeto-carta «en tiempos de adicción a la inmediatez». Una fascinación que les había atrapado incluso antes de conocerse, como ellos mismos lo explican: «Ya habíamos comenzado, por separado, a darle vueltas al tema de las cartas y nuestro contacto primero durante meses fue el correo postal. Luego surgió un primer estímulo para empezar a idear en el 2013, a partir de un proyecto llamado «Texto» que promovía la compañía “La Máquina de Teatro” en México. Hicimos un par de muestras de trabajo y de ahí ya nos seguimos hasta el día de hoy, profundizando en las distintas líneas creativas que nos propone el objeto-carta. Las historias de «La máquina de la soledad» son historias de vida que hemos ido coleccionando a lo largo del proceso: correspondencias encontradas, el mundo de los carteros, el de los escribanos, etc. No cabe todo en la nave. Por eso estamos intentando que tome forma el Archivo de Memorias de la web, pues la gente nos sigue escribiendo historias».
Cartas y más cartas que recopilan, que les llegan. «Todo el material documental ha sido hallado en México», aclara Shaday, «aunque es cierto que uno de los impulsos iniciales surge de un hallazgo que tuvo Jomi en el Rastro del Mestalla, aquí en Valencia, hace muchos muchos años… pero hay que venir a ver la obra para oírlo». (risas) Y acudir a verla supondrá formar parte de ese grupo de 46 espectadores que emprenderán un viaje íntimo que quizás les hará bucear en su propia memoria. «El viaje de cada espectador es único, no podemos entrar ahí, aunque hemos podido corroborar que efectivamente la máquina es un disparador de las propias memorias, esto lo sabemos por las cartas que recibimos de los espectadores, y porque siempre al final de la obra, la gente se acerca a ti y te cuenta alguna historia, muchas veces relacionada con el rol afectivo crucial de la carta en tiempos de guerra. De otra parte, dentro del espacio de la máquina estamos en una proximidad tal, que lo único que intuimos es que de ambos lados nos encontramos bajo un estado de atención y cuidado, tales que se pueden escuchar hasta los pensamientos. Y eso predispone a un intercambio muy cauteloso, en donde se percibe que la inquietud o el derroche de energía está aconteciendo más por dentro, en una contención orgánica, reflexiva, sentida, sin premura. Es un teatro íntimo que sin buscarlo, nos ha llevado a recuperar el ritual de la calma», reflexionan Jomi y Shaday.
Una frontera entre realidad y ficción que es dificir de discernir en sus espectáculos, ¿o sería mejor simplemente, dejarse llevar? Ellos opinan: «en “realidad” no creemos que exista tal frontera, a diario estamos habitando ambos territorios y no es tan sencillo saber cuando se está en uno o en otro. ¿Cuánto de lo que vivimos son o no imaginaciones nuestras y cuánto de lo que imaginamos no está por ocurrir? Y esta cuestión está muy presente cuando trabajas como nosotros con material “real”, pues todas las historias de la máquina son verídicas, nosotros no nos hemos inventado nada, sólo nos hemos hecho cargo de traducirlas visualmente al espacio. Y ahí está nuestro posible ingrediente poético. Al final lo que ves, también es nuestra propia inmersión en ese viaje de encuentros con materiales que ya en sí, están en su propia latencia realidad-ficción. Algunas personas se piensen que hemos hecho “un cuento bien contado”. Inventarnos todo eso hubiese tenido mucho mérito. Estamos tan dentro de lo que contamos, que no podemos saber ya el tipo de tensión que puede experimentar un espectador durante toda la pieza, tratando de saber si es verdad o mentira. Al parecer, la mayoría de las personas termina abandonándose a las historias, aunque al final siempre viene alguien a hacerte toda clase de preguntas y deducciones muy divertidas, en donde puedes ver su propia manera de hacer ficción».
Historias de vida en la ficción de un montaje teatral, historias verídicas como la de las personas que dedican su esfuerzo a cuidar y trasladar el objeto-carta: escribientes, carteros… que también se han implicado en la obra. «Por ejemplo, la magnífica acogida que tuvimos por parte del sector de comunicación de Correos de España al llegar acá, concretamente de Antonio Aguilar, de Correos de Barcelona, quien lleva toda su vida trabajando en el área pero en distintos puestos, apasionado de resguardar memorias y objetos. Justamente, él se dedica a hacer una actividad increíble denominada “Paseos por la Barcelona Postal”, un recorrido por varias fases del trazo urbano de la ciudad desde el punto de vista de la evolución del correo. Entrañable conocer los secretos de la ciudad desde la actividad del “ser correo”, sus rastros preservados en el tiempo, en la materialidad arquitectónica. Lo hace cada semana y si hay alguien interesado le pueden contactar (antonio.aguilar@correos.com). Él fue quien también nos abrió la puerta hacia varios carteros jubilados. Tuvimos algunas tertulias con ellos. Y de ahí nacen otras historias que rodean la complejidad y la intersubjetividad del objeto-carta. Aquí por ejemplo se puede leer lo que ocurrió, lo que nos contaron los carteros rurales de Galicia y un telegrafista jubilado de ahí también», explica Shaday.
Porque cuando escribimos una carta,»nos escribimos a nosotros mismos», ¿pero hemos perdido identidad al estar más expuestos que nunca con las nuevas tecnologías? Shaday y Jomi no lo comparten, «la identidad no se pierde, más bien se adapta, fluye, se transforma. Somos conscientes de que nuestra propuesta es susceptible de ser interpretada como una nostalgia al pasado, y a la época en la que nos escribíamos cartas largas y minuciosas en otros soportes. Pero más bien, nos dirigimos hacia otra esencia al decir “nos estamos escribiendo a nosotros mismos”. No estamos proponiendo que se sustituyan las pantallas táctiles por el papel avión, pero sí que haya una escucha, que volvamos la mirada hacia “algo” fundamental que se da en el mecanismo subjetivo activado cuando nos damos el tiempo de detenernos, y atender al tipo de escritura que emerge cuando hay una distancia y una ausencia. Entrelíneas plantear la sensación de cercanía que nos proponen los medios de hoy como un problema, como una ilusión. “Nos estamos escribiendo a nosotros mismos” es una sentencia que en el fondo contiene la pregunta del sí, que escribe a un supuesto otro, pero sin la latencia de la aceleración, la fragmentación y la adicción a la inmediatez. Finalmente es pensar en el tipo de ética que contiene la escritura tomada como un instrumento de comunicación, las implicaciones del yo y su ilusión de los otros en ese acto. Nosotros le llamamos soledad a esa ilusión que rodea a tal acto escritural, que bien puede desplazarse a cualquier medio de comunicación contemporánea, si se quiere seguir profundizando en el problema de las diferencias de soledad que surgen al cambiar de tecnologías. De la máquina de la soledad de la carta, a la del facebook, del twitter, …».
Artesanos de la memoria, los objetos y las palabras que tienen a buen seguro una misión/preocupación/ocupación en el mundo que vivimos. ¿Cuál? Ellos lo ven con claridad, «esta pregunta nos remite a una cita de Baudrillard, pues presentimos que el tipo de mirada y de acción que estamos practicando tiene que ver con una escucha ante los modos con los que proyectamos nuestra movilidad desenfrenada en la materia. Dice: “Así como el niño lobo se vuelve lobo a fuerza de vivir con ellos, nosotros también nos hacemos lentamente funcionales. Vivimos el tiempo de los objetos. Y con esto quiero decir que vivimos a su ritmo y según su incesante sucesión. Hoy somos nosotros quienes los vemos nacer, cumplir su función y morir, mientras que en todas las civilizaciones anteriores, eran los objetos, instrumentos o monumentos perennes que sobrevivían a generaciones de hombres.” Nos sentimos detectores de esas temporalidades materiales a veces sutiles, detectives de sus inscripciones, lectores de lo que somos en sus superficies y sus trayectorias. Miramos, estudiamos las entrelíneas de ese suceder para después pensar en las jerarquías de poder sujeto-objeto ¿Cómo hacer visibles esas sutiles líneas de fuerza que rodean el vínculo sujeto-objeto? Nos preocupa, nos ocupa y de momento lo tenemos como objetivo de todo lo que hacemos». De cómo hacerlas visibles nos habla «La máquina de la soledad».