Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

1.- Me he cruzado, casualmente, con muy pocos famosos en mi vida. Tal vez por eso, recuerdo con bastante precisión al primero que vi. Yo tenía once años. Fue en un pueblo perdido de Madrid. En una de esas paradas técnicas que se hacen para tomar algo y estirar las piernas. De un bar, salió Estrellita Castro. Hasta a mi padre, que nunca practicó la mitología más allá de Marcelino Camacho, pareció hacerle ilusión. A mí me llamó la atención su caracolillo. Parecía pintado más que de pelo natural. Como si la tonadillera se agarrara a él como garante de la fama que un día disfrutó. Estaba muy desmejorada. Falleció al verano siguiente. El 11 de julio de 1983. Y según su obituario en El País, en una precaria situación económica.

2.- Para Consuelo Císcar su imposible pelo rojo es como el caracolillo era para Estrellita Castro. Su seña de identidad. El chaleco reflectante que avisaba cuando estaba en algún lugar. Diez años al frente del IVAM y no recordamos ningún hito cultural importante que ocurriera en ese período. Pero la tonalidad de su cabellera sí. Con ella coincidí en una óptica del Ensanche. Entró con esa impostura del que no da un palo al agua y muestra agobio supino por las rutinas de la vida. Típico del dúo fama y poder. Vivir rodeada de servilismo y estómagos agradecidos seguramente le aumentaban el ego y el tamaño del tupé. Ahora tiene que hacer frente a las acusaciones por las supuestas numerosas irregularidades cometidas al frente del museo. Su marido, Rafael Blasco, seguirá las informaciones del caso desde la cárcel. Ni el obituario de ella, ni el de él, contarán cuando se publique que murieron en una precaria situación ecónomica. Al tiempo.

3.- Concha Velasco no necesita caracolillo ni una ridícula mata de pelo rojo para no pasar desapercibida. El jueves pasado estrenaba «Olivia y Eugenio» en el Olympia. El mismo día, por la mañana, multitudinaria rueda de prensa. Algunos periodistas parecían fans. Hasta tal punto llegó el embelesamiento que uno se marcó un spoiler de la obra. Flotaba la admiración en las preguntas y no deja de ser curioso porque a los actores españoles se les reivindica cuando se mueren. En vida, lo justo o menos. De hecho, pocos cayeron en la cuenta de que en una de las sillas de la prensa estaba sentado Paco Algora. De Concha Velasco hay quien conoce mejor sus problemas sentimentales y económicos que su trayectoria artística, muchas veces reducida a esos polos opuestos que representan «Las chicas de la Cruz Roja» (Rafael J. Salvia, 1958) y la serie «Teresa de Jesús» (TVE, 1984). Se regalan elogios a veteranas actrices extranjeras y con las de aquí se escatiman. Meryl Streep, Hellen Mirren, Vanessa Redgrave, Judi Dench,… nunca aparece la Velasco en esa lista. Este jueves, a las 12’00h, hay un encuentro con ella abierto al público y gratuito en el hall del teatro. Y hasta el domingo la podéis disfrutar encima del escenario.