No es un combate de boxeo, aunque el intercambio de golpes (dialécticos) es continuo. A un lado del ̶r̶i̶n̶g̶ escenario, Luis de Góngora, al otro Francisco de Quevedo. Dos clásicos frente a frente, reproches, puyas, lo que hoy conocemos como zascas, y en el fondo cierto poso de admiración por la obra del otro. Una radiografía de los dos escritores en los que no hay tiempo para el blanqueo.
Con estos mimbres, Arden Producciones ha levantado La niebla (Sala Russafa, hasta el 14 de noviembre), escrita y dirigida por Chema Cardeña, quien también se sube al escenario junto a Juan Carlos Garés. No son los únicos intérpretes que tiene la obra, porque proyectados sobre una pared e interactuando con los dos protagonistas aparecen, también, Manuel Valls, Rosa López, Iria Márquez y Saoro Ferre, dando vida a Felipe IV, la cómica La Gallarda, María de Zayas y Lope de Vega.
Hablamos con Chema Cardeña de todo lo que envuelve a la obra.
¿Por qué lo de juntar a Góngora y a Quevedo encima del escenario?
Surge como homenaje a nuestra primera obra, de hace 26 años, La estancia, cuyos personajes eran Shakespeare y Marlowe, dos grandes dramaturgos ingleses. Y surgió entonces la idea de buscar dos grandes literatos de la lengua española y qué mejor que ellos, que nos facilitaban mucho el trabajo porque fueron dos personas antagonistas y deliciosos hasta en la manera de insultarse.
¿Hay un placer extra en la escritura, en la interpretación, en la dirección, cuando, como en este caso, se da vida a clásicos a los que se admira?
Sí, sí que se experimenta ese placer extra, por decirlo de alguna manera, cuando se interpreta, escribe y dirige una obra sobre personajes tan grandes como estos. Te permite entrar en otro mundo, bucear e indagar en sus personalidades, cómo fueron más allá de Quevedo y Góngora. Eran dos hombres del siglo de Oro, un siglo convulso, pero excelente para las artes en general, y te puedes imaginar a dos personas en ese Madrid de los Austrias, y después en Córdoba, cómo vivían ese tiempo y eso hace volar mucho la imaginación y abrir la mente y soñar la historia que quieres escribir, interpretar o dirigir. Es un material de primera mano que ayuda mucho.
¿Cómo surgió la idea de que el resto de personajes aparecieran proyectados? ¿Por qué se optó por esa opción?
No fue una cuestión de ahorro en producción como alguien ha dicho por ahí. La idea proyectarlos es, sencillamente, porque son personajes que están en la mente de los dos. De hecho, hay un personaje que solo está en la de Quevedo y no en la de Góngora. La idea era remarcar esa especie de espíritu, de fantasma, y que puntualmente en la vida de cada uno de ellos tuvo una relevancia, por afinidad o antagonismo. Y la mejor manera de plasmarlo que se me ocurrió fue que fueran proyectados, lo más parecido a un holograma o una aparición.
¿Qué importancia tiene la música en el montaje?
Siempre he escrito con música. Es más, siempre he imaginado la música de las obras que escribo. En El idiota en Versalles, por ejemplo, que hablábamos del grandísimo músico Lully me fue muy fácil porque la música me venía dada. En La niebla hemos tenido la maravillosa oportunidad de que Alberto Montero y Gonzalo Fuster decidieran tirarse al ruedo. A ellos, que son músicos contemporáneas, les hizo ilusión trabajar el barroco español. Les dimos toda la libertad del mundo. Con dos o tres pinceladas captaron la idea del estilo que había que marcar, los momentos de las obras donde se podía acompañar la música. Ha sido un lujazo tenerlos como compositores. Creo que una de las cosas más bonitas que tiene La niebla es su banda sonora.
¿Cómo fue el proceso de caracterización de los personajes?
Era complejo porque había el peligro de caer en la caricatura o en la simplificación. Pero hemos tenido la suerte de contar con una gran profesional como Vicen Betí, con la que ya habíamos trabajado y ha sido maravilloso. Cuando me veo ante el espejo veo a Luis de Góngora. Y lo ha hecho de una forma muy sencilla, muy eficaz, nada complicada, y que nos da mucha libertada la hora de trabajar, no nos supone ningún impedimento.
¿Una obra así (con momento de humor gamberro, ágil, divertida sin traicionar las obras de quienes se hablan…) es una buena manera de que los más jóvenes se acerquen a los clásicos?
Sí. Desmitificar un poco el teatro o la literatura clásica y sus personajes es una manera muy acertada de acercarse a la gente joven, que es el público del futuro. Hemos tenido la oportunidad de hacer algunos pases para institutos con coloquios posteriores y las preguntas son muy interesantes. No solo sobre los personajes, sino también el hecho teatral. Les produce mucha curiosidad, mucho interés, saber como se hace una obra, cómo te metes en la piel de estos personajes. Y, claro, de Góngora y Quevedo les han hablado en clase y tienen una idea muy preconcebida de lo que pueden ser y de repente ver a dos actores dándoles vida y ven a dos seres humanos con sus defectos y virtudes. Creo que es una manera muy limpia y directa. Estamos hablando de un arte que es el arte dramático, muy antiguo pero que sigue vivo y además no tiene relevo, que es algo en directo y en vivo, y eso lo hace más creíble y es la manera más directas y clara de llegar al público joven.