Han sido cuatro años los que el montaje ha estado vivo. Curiosa paradoja teniendo en cuenta que la obra se titula Matar al Rey. Fue en 2014 cuando se estrenó en la Sala Russafa y será esta semana (del 11 al 14 de octubre) cuando se represente por última vez, en el mismo teatro y con el mismo reparto de aquel día: Juan Carlos Garés, Rosa López, Iria Márquez, Jaime Vicedo y Chema Cardeña. Cardeña, además, es el director y el responsable de la dramaturgia.

El rey de Matar al Rey es Enrique IV. Ha muerto, aunque ningún síntoma hacía presagiar este fatal desenlace y sin embargo, muchos deseaban su muerte. Las sospechas recaen sobre aquellos que le rodearon: su hermana la futura reina Isabel la Católica, su esposa la reina Juana de Avis, el amante de esta y valido del Rey Don Beltrán de la Cueva e incluso sobre un judío enigmático llamado Iacob. ¿Quién será el asesino?

Durante cuatro años el asesino siempre ha sido el mismo personaje. Sin embargo, a lo largo de este tiempo la obra ha ido cambiando en otros aspectos. «El tiempo le ha dado peso, naturalidad. Se han encajado definitivamente las marcas de dirección, se ha hecho mucho más viva y yo creo que ha ganado en humanidad y en eficacia. Los personajes ya son personas y no sólo personajes. Los actores los han interiorizado y los han hecho muy suyos. Creo que el tiempo le ha sentado muy bien», explica el propio Cardeña.

Un parecer compartido por algunos de los miembros del reparto. Para Iria Márquez, «Matar al Rey es auténtico teatro de texto y así como los actores nos dejamos sorprender por la vida que cobran nuestros personajes función tras función, los conflictos que se representan en las escenas ganan en fuerza y en ritmo y en verosimilitud. Cada escena de la obra se ha ido sublimando de alguna manera en este tiempo. Los actores del elenco tenemos mucha complicidad en escena y a base de repetir la obra, llegamos a escucharnos con un grado de verdad absoluto y, en cierto modo, eso es lo que provoca la emoción en el espectador».

Otro de los actores, Juan Carlos Garés, va más allá, incluso, a la hora de hablar de la evolución del montaje durante este tiempo. «El reto era que el espectador “investigara” con nosotros durante el transcurso de la representación y fuera deduciendo quién podría haber sido el hipotético asesino. Siempre ha sido uno de nuestros objetivos. Este y bucear en las conspiraciones políticas de hace cinco siglos en nuestro país; quizás así veríamos los paralelismos con nuestra política actual, de dónde venimos… Y creo que la obra ha ido evolucionando a medida que se ha representado con todo tipo de públicos. Con grupos escolares de adolescentes ha sido una experiencia fantástica, pues lejos de desconectar y tontear (muy propio de esas edades), enganchaban con la trama y nos ayudaban enormemente a desarrollar la investigación. Si el teatro no se modifica, evoluciona, al contrastarlo con el público, no puede estar vivo. Y esta muerte del rey ha estado cada vez más vital».

Una vitalidad muy presente en unos personajes que siendo fieles a la historia, también han ido cambiando durante estos cuatro años. «La verdad es que la organicidad es un factor fundamental en esta obra, siempre en teatro, pero especialmente en esta propuesta», continúa apuntando Garés. «El punto de partida es la de unos personajes que a priori carecen de libertad de movimientos, de «naturalidad» más aún cuando están inmersos en un proceso judicial para esclarecer un misterioso asesinato en el palacio de un rey, y en la Edad Media. Por ello, encontrar lo más orgánico y humano del personaje era fundamental. A lo largo de los cuatro años de gira estos factores han ido creciendo, acercándolo cada vez más al espectador. Además, mi personaje habla constantemente con el público para narrar lo que ocurrió; y en esos flashbacks trascurren todos los hechos. Así pues tuve que construirlo en el tiempo real y en las escenas pasadas, con dos códigos diferentes. Para un actor, algo ¡apasionante! También esto ha ido evolucionando con el paso del tiempo».

Iria Márquez encarna a Isabel La Católica, «un lujo pero también una responsabilidad muy grande ya que al ser un personaje histórico bastante conocido, existen muchas informaciones sobre ella o sobre su vida, que de algún modo viven en la imagen que el espectador tiene sobre el personaje». Estos cuatro años le han servido para comprenderla mejor, «cada día más. Por ese motivo el personaje ha ganado en matices interpretativos, se ha dibujado su psicología más plenamente, adquiere más fuerza y más peso…eso ocurre porque los actores no dejamos de «descubrir» al personaje cada vez que lo interpretamos. Y eso solo ocurre cuando los personajes están vivos, es decir, magistralmente escritos, como es este caso. Para mí ha sido un verdadero regalo».

Representar una obra durante tanto tiempo para un actor, evidentemente alternándolo con otros trabajos, tiene sus aspectos positivos, pero también negativos. «El único obstáculo creo que es precisamente ese, tener que simultanearlo con otros trabajos y hacer «apartadillos neuronales» con otros personajes o tareas», aclara Juan Carlos Garés. «Para un actor es tremendamente satisfactorio poder encarnar durante mucho tiempo y de forma continuada un mismo personaje, y por fortuna, esto en Arden es bastante habitual. Es cierto que no es fácil cuando giras con dos espectáculos a la vez o tienes que ejercer tareas de producción, coordinación o administración, pero a estas alturas de la corrida, tras más de treinta años de profesión, ya estamos acostumbrados. ¡Que vengan más giras largas!».

Márquez coincide en señalar como negativo el agobio o la presión de combinar este personaje con otros, «pero es solo una cuestión de calendario». La actriz ve «más la parte positiva que la negativa en representar una obra durante cuatro años seguidos. Hoy por hoy es difícil mantener una obra en activo el tiempo suficiente como para que todo el equipo disfrute viéndola crecer. El teatro es pura vida. Y como vida, se define en su movimiento, en su diacronía. La confianza que ganas como actriz viendo que tu personaje evoluciona o permitiéndote investigarlo cada día más porque hay funciones a la vista, no tiene precio».

Pero, ¿qué aspectos influyen para que la obra no se convierta en una copia milimétrica cada día y haya ido evolucionando y creciendo? «El contacto directo con el público», contesta Cardeña sin dudar, «su reacción, su complicidad, ayudan a que determinados aspectos de la obra se hagan más sencillos. A que el pulso de la función sea más dinámico y eso la convierte en una pieza mucho más accesible para el propio público. Digamos que hacer tantas representaciones, elimina lo superfluo y ahonda en la verdad».

Matar al Rey está a punto de bajar el telón de manera definitiva. Momento para preguntar por las sensaciones que se tienen cuando se viven las últimas funciones de una obra que les ha acompañado tanto tiempo.

Iria Márquez: Nunca he sido una actriz nostálgica con las últimas funciones de una obra. No suelo llorar ni sufrir demasiado cuando toca cerrar un proyecto. Es cierto que despedir a un personaje hace que vivamos esas últimas funciones de una manera más intensa o más emocional. Pero la sensación no es nunca del tipo “me desprendo de una parte de mí”, sino todo lo contrario: “me quedo con una parte de ti”. Mi personaje me ha aportado cosas que se quedan conmigo para siempre, por lo tanto, la sensación es de agradecimiento absoluto».

Juan Carlos Garés: Cuando llega el momento de «enterrar» el personaje, te haces a la idea y te vas despidiendo, pero es un sentimiento parecido al de decir adiós para siempre a un buen amigo. Intenso, triste, emocionante. Pero también pasa a formar parte de ti para siempre. Tuviste que sacar mucho sentimiento de tu ‘mochila vital’ para crearlo, así que cuando se va, algo tuyo también se va, pero permanece al mismo tiempo. Es difícil pensar que ya no vas a encontrarte más con él.

Chema Cardeña: Es como despedirse de un amigo o de varios amigos a los que sabes que la distancia no va a permitir reencontrarse. Es una extraña mezcla de alegría, porque acabas una etapa, pero de tristeza al mismo tiempo por todo lo vivido, y por lo que esos personajes te han dado. Por todos los kilómetros realizados, la ciudades que has conocido y la gente, sobre todo por la gente que te cruzas en el camino. Da pena, pero el teatro es así, como la vida misma.