Antonín Panenka es un futbolista checo que pasó a la historia en la final de la Eurocopa de 1976 cuando marcó un penalti, de forma harto sorprendente, que le daría el título a su país frente a Alemania Federal. Desde entonces, cada vez que alguien arriesga en esto del balompié y lanza una pena máxima por el centro, ligeramente voleada y despacito despacito, se recuerda al bueno de Antonín y se dice que ha sido un penalti a lo Panenka. A lo Panenka es, también, la última obra de Rafael Ponce, «El título viene porque casa muy bien con la filosofía del espectáculo: asumir un riesgo determinante en un instante puntual. El riesgo de internarse en un bosque encantado: encantado de devorarte. Hacer un espectáculo con siete actores, sin producción, sin elementos, sin nada. Sólo el riesgo. Bendita ilusión».
Un montaje que surge «del interés de parte de Cora Mateu y Lorena López de abordar un trabajo conmigo. Yo siempre tengo material compuesto de escritos y acciones que voy elaborando. Esos materiales son la base. Los escritos tratan del aquí y el ahora a través de mis ojos». En esta ocasión, siete personas que (ante los tiempos inciertos, agitados y terroríficos que vivimos) deciden reiventarse mirándose al espejo.
No es la primera vez que Ponce ya atrapa al futuro espectador con un título sugerente. Antes de A lo Panenka, estuvieron, por ejemplo, La verdad está en inglés; Los Hermanos Pirracas en Nemequitepá o Los Cabezaglobo (son felices en su parque eólico). Una capacidad para inventar nombres de obras casi mihurano, que puede hacer pensar que los almacena en un cajón a la espera de asignarles un texto. «Ahora tengo varios títulos de obras que aún no he escrito. Tienes razón. Así me ahorro noches de insomnio».
Humor absurdo, disparatado e, incluso, surrealista son adjetivos que acompañan el trabajo de Ponce y que, de nuevo, siguen vigentes en A lo Panenka. «Hacemos una obra seria con mucho humor», apunta el propio autor. Él cree en el humor como escapismo para momentos difíciles como los actuales. «Yo creo en el humor como forma de vida. Es el tronco al que uno se agarra para no hundirse. También es un estado del alma, sobre todo».
¿Y qué hace reír a alguien que hace reír? «Me hacen reír los novelistas ingleses del siglo pasado, los humoristas me refiero, el cine gore, Thomas Bernhard, las pelis tontas, los chistes, las conversaciones de bar, lo absurdo de esta vida, los programas del corazón. Me hace reír levantarme por las mañanas y decir: ya estamos aquí».
Rafael Ponce es autor, director y actor. En A lo Panenka vuelve a ejercer ese triángulo creativo y artístico. Una triple faceta en la que se maneja con desenvoltura y acierto. «Hago reuniones conmigo mismo que parezco la santísima trinidad. Mira, primero es el autor, luego el director de escena y luego el actor. Procuro no mezclarlos. Ah, el orden es de intervención». Son muchos años a los dos lados del escenario, aunque para Ponce sólo existe el presente «Nunca echo la vista atrás. Te lo juro. No tengo recuerdos. No tengo fechas, no tengo edad, no me acuerdo de nada, no soy nada, no pienso, te lo juro de verdad. No voy a ninguna parte. Sólo estoy aquí y ahora. Nunca recordé nada. No sé nada. Sólo vivo».
Quizás por ello responde negativamente cuando se le pregunta si tiene alguna asignatura pendiente en esto de contar historias, alguna trama, personaje o situación que se le haya resistido a lo largo del tiempo. «Todo está por hacer. Mi historia no tiene una gran historia sino un número indefinido de pequeñas historias y ésas son las que cuento».
Ahora la que cuenta es A lo Panenka, con la Compañía Los Teloneros (gran nombre, de nuevo). Lo que venga después parece no preocuparle. Tiene muy claro que cuando se baje el telón de esta obra, «a continuación seguiré escribiendo…».