Se terminaba el siglo XX y The Chemical Brothers pusieron a bailar a toda una generación al ritmo de «Hey Boy Hey Girl». Sólo un año después, un programa de televisión irrumpía en la parrilla de Telecinco, como si de un tsunami se tratara, e hipnotizaba a personas de toda edad y condición que, con la excusa del experiento sociológico, vigilaban 24 horas a unos personajillos encerrados en una casa. Como el ser humano es lo más parecido a un bucle, una década más tarde, la música zapatillera era la que hacía gastar suela a una muchachada, que querían dejar de ser chicos y chicas para convertirse en mujeres y hombres, y viceversa. El teatro ha unido, indirectamente, ambos universos. Y para hacer más triple salto mortal el asunto, ha contado con la ayuda de William Shakespeare.
Jordi Casanovas es un prolífico dramaturgo que lucha contra el teatro conservador. Apenas contaba con veinte años cuando Rowlands y Simons reventaron las pistas con su hit. Y esas cosas, participara de la danza común o no, marcan. Tanto como para titular un montaje teatral con el nombre de aquella canción y descartar «Una versión electroquímica de Romeo y Julieta», que olía a copia poco inspirada de canción inédita de Los Planetas. Además con ello, lanzaba el gancho en busca de un público más genérico que el juvenil, que podría ser el principal destinatario de la obra.
Romeo vive en Villaverde. Julieta en Logroño. Él es lo que conocemos como un «cani». Ella una «choni». Ambos viajan a Gandía, su Graceland particular, a participar en un reality show y allí surge el amor. Y, por extensión la tragedia. Un clásico revisitado sin miedos, con respeto, pero sin vértigo. La responsabilidad es muy grande, teniendo en cuenta que Shakespeare sentó las bases del teatro. Un mash up que mantiene inalterable la historia de amor del original y que cautiva a jóvenes de Secundaria y Bachillerato que pasan por el patio de butacas en pases matinales en las ciudades en las que se representa. Muchos salen de los mismos con ganas de leer el libro. Eso sí que es un hit ante tanta campaña para la promoción de la lectura inane.
Ese acierto de unir el teatro y la docencia no es algo surgido del descorche vespertino de un refresco. José Luis Arellano, director de la obra, y David Peralta, director artístico, llevan años trabajando con jóvenes. Acercándose a su realidad al mismo tiempo que les aproximan al mundo real. Por eso, ponen especial interés en que sus montajes no sean edulcorados, eternamente felices, sino que intentan colocarlos al borde de ese abismo emocional con el que se vive la adolescencia. Como si fuera un trailer de lo que les espera cuando crezcan. Sin necesidad de un lenguaje coloquial que busque el compadreo, pero sí, conscientes de que hay que impactar visualmente a una generación nacida con el audiovisual en la retina.
Detrás de «Hey Boy Hey Girl» se encuentra La Joven Compañía, una propuesta nacida en 2013 con la intención de dar cobijo, apoyo y una oportunidad laboral a los actores que empiezan (con los estudios acabados o a punto de ello); de contagiar la pasión escénica a los más jóvenes y, para ello, no se escatiman esfuerzos como, por ejemplo, contar con la colaboración (virtual en el caso de la obra que nos atañe) de Javier Gutiérrez, actor todoterreno que igual se pone en la piel de un policía de pasado oscuro en «La isla mínima», que borda el papel de malo malísimo haciendo la vida imposible a Zipi y Zape. Aunque la reacción común entre la chavalería, al verle, es nombrar la serie de TVE «Águila roja». Y es que la televisión (consumida desde cualquier tipo de pantalla) sigue gozando de un poder de influencia masivo. El que posibilita que los protagonistas de realitys como Gandía Shore o Gran Hermano acaben convertidos en celebridades omnipresentes.
«Hey Boy Hey Girl» se podrá ver los días 16 y 17 de octubre en Las Naves.