Ángel Márquez aterrizó en Alemania en 1960 en busca de un futuro mejor. Lo encontró como tornero. Su mujer, María Jesusa Rodríguez, lo hizo seis años después. Allí estuvieron hasta 1974. En tierras germanas nacieron sus hijos Sascha y Raúl. A su regreso a España, su hija Iria. En 2009, fue Raúl quien tuvo que emigrar a Estados Unidos y Panamá por el mismo motivo que lo había hecho su padre casi cincuenta años antes. En 2021, Iria estrena una obra de teatro, Un lugar de partida (que ahora vuelve a la Sala Russafa, del 17 al 20 de noviembre, donde se realizaron las primeras funciones), en la que cuenta esta historia. La escribe y la dirige. Lucía Poveda es María Jesusa y Héctor Fuster es Ángel.

«Un lugar de partida» tiene su origen en «Un lugar al que ir», una pieza más corta que se pudo ver en los Viveros de Russafa Escénica en 2019. «Conté la historia completa, pero la dramaturgia estaba un poco comprimida por la duración que tenía que tener. Lo que quise probar fue el texto y la historia, no había puesta en escena en aquel momento», explica Iria Márquez. Ahora es más larga, en torno a la hora de duración, «y las escenas respiran con mucha más fluidez, he añadido nuevas, el arco de los personajes está mejor definido, la escenografía, el vestuario y la iluminación cuentan una historia también, el sonido está más cuidado. He podido contar la historia como yo la tenía en un inicio en mi cabeza, de una manera más desarrollada y creo que mucho mejor».

La propia experiencia de tus padres es el germen del montaje. ¿Cuándo descubriste que ahí había una historia que contar?

Lo descubrí por varios motivos. En primer lugar porque la historia se repetía con mi hermano y tenemos que reflexionar por qué la gente se marcha de su país y si responde a su voluntad o no. No es lo mismo un lugar al que ir que un lugar en el que estar. Creo que cualquier gobierno debería dar la oportunidad a sus ciudadanos de escoger dónde quieren estar, más allá de la precariedad laboral y de las necesidades económicas. Por otro lado, a lo largo de mi vida, y ya tengo 40 años, he visto que se han producido fracturas y conflictos en mi familia y creo que tienen que ver con aquella experiencia alemana, que mi padre llevó bien, pero mi madre la sufrió bastante. Todo eso, miedos, pequeñas depresiones…se ha ido arrastrando, afectando a sus relaciones con la familia, con los amigos, con su entorno en general. Y la raíz estaba en aquellos años fuera de su país.

Aunque los actores os desnudáis emocionalmente en escena, ¿tuviste que vencer algunas dudas con el proyecto por lo que tenía de autobiográfico?

Tuve muchas dudas y mucho miedo. No es fácil desnudar la privacidad de tu vida personal, sobre todo, en este caso, la de mis padres. Porque yo soy libre de contar lo que quiera sobre mí, pero cuando estoy hablando de dos personas y de su intimidad hay que hacerlo con mucho cuidado, tacto, cariño, respeto y consensuado con ellos porque se está poniendo en escena y mostrando a un público una relación de pareja.

¿Cómo fue el proceso de documentación?

Tuvo varias partes. Decidí entrevistar a mis padres y que me contaran cómo fue cuando se marcharon a Alemania, cuáles fueron sus primeras impresiones, qué vivieron allí, las diferencias culturales, la distancia con España…A ellos, a mis hermanos y a hermanas de mi madre. Por otra parte recabé muchas fotografías, encontré una cinta grabada en formato Super-8 de 1966 que fue justo cuando se casaron y la digitalicé. Además, investigué en documentales y artículos sobre emigrados en España en los años sesenta.

Héctor Fuster y Lucía Poveda ensayando la obra.

¿Qué espacio le has dado a la ficción en la obra?

La obra tiene dos planos fundamentales. El plano audiovisual, con las entrevistas y todo el material que he comentado antes…, es real y nos acerca al teatro documental de alguna manera. Y, luego, en la recreación de todas las escenas, no hay mucho espacio para la ficción. Prácticamente todas están basadas en anécdotas que tengo la certeza de que han sido reales, pero a la hora de desarrollar su escritura, el tratamiento que les he dado he intentado que sea un poco más trascendente. Es decir, huir de la anécdota más íntima y personal de una familia, de una pareja, y llevarlo a algo con lo que puedan empatizar los espectadores y lo reconozcan. Hay poca ficcion porque todo tiene un sustrato muy verídico y muy real.

¿Qué te ha aportado, creativamente hablando, esta incursión por la autoficción?

Muchísimo. Es difícil encontrar como creadora qué necesitas contar. Ha sido una exploración para ver qué hay en mí de lo que necesito hablar, más allá de todas esas necesidades que nos imponemos con condicionantes de que ahora deberíamos hablar de esto o de lo otro. He intentado hacer un viaje de exploración interior y he encontrado muchas cosas porque esta obra está hablando también bastante de mí, de lo que he vivido, de mi infancia. Desde que estoy en València (Iria nació en A Coruña) he intentado empatizar con lo que es la distancia con tus seres queridos porque los tengo a todos lejos. Lo necesitaba. Y, también, entender comportamientos a nivel social general y sobre todo, íntimos, personales, familiares, que me hacen ser quien soy o estar donde estoy.

En la obra aparece el testimonio de tus padres a través de un audiovisual.

Aparecen en el audiovisual con el testimonio grabado en las entrevistas a las que hacía mención antes. Para mí era muy importante incluirlos. Ellos nos van a hablar desde el recuerdo de lo que ocurrió y lo que vivieron, desde su punto de vista. Pero ese punto de vista tenía que convivir con el mío, es decir con la reflexión que he hecho a posteriori de todo lo que sucedió. Ellos, como cualquier persona que vive un proceso histórico o social en un momento determinado, no fueron conscientes de lo que estaban viviendo en ese momento, se dedicaron a vivir lo que les tocó vivir y sobre todo a trabajar. Pero pasa el tiempo y yo me pregunto por qué ha sucedido esto, por qué Franco y Alemania promovieron esos programas, por qué volvió a pasar en España tantos años después y saco una lectura distinta a la que tienen ellos. Tenían que convivir en la obra ambas visiones.

La música y el espacio sonoro tiene un papel destacado en «Un lugar de partida».

La música y el espacio sonoro me parecen algo fundamental en las obras de teatro. Soy muy melómana, me gusta mucho la música, me gustan mucho los espectáculos con música en directo y sobre todo cuando se crean espacios sonoros ad hoc para el espectáculo. Y en este caso tenía que ser así. He tenido la suerte de contar con músicos valencianos buenísimos. David Campillos se encarga de la dirección musical, está también Javier Marcos (Galope) y además ha ayudado Gonzalo Fuster (El Ser Humano). Alberto Montero nos ha cedido la utilización de Buscando un lugar donde vivir, un tema de su último disco en solitario, El desencanto (BCore. 2020), que parece compuesto adrede para la obra. Con Campillos y Galope hice una selección de temas. Hay una versión de “El emigrante” de Juanito Valderrama, hay otra de Kraftwerk, del «Hurt» de Nine Inch Nails a partir del cover que hizo Johnny Cash, de «La Rianxeira» que es un tema folclórico gallego. Son versiones experimentales y creadas para el espectáculo.

«Un lugar de partida» es la primera obra de Vivirei Teatro, tu propia compañía. ¿Por qué diste el paso con esta obra en concreto? ¿Ha tenido algo que ver lo personal que es para ti?

Sí, absolutamente. Como dramaturga llevo mucho tiempo haciendo obras, no me gusta llamarlas encargos, pero aquí hablo de lo que me apetecía de verdad. Y quería abrir este camino de Vivirei Teatro, de la mano de mi familia a la que echo de menos. Fue una elección deliberada.