¿25 Años de Paz? El lavado de imagen del franquismo en 1964 (MuVIM, hasta el 2 de octubre) es una exposición «en torno a la campaña propagandística oficial, de enormes dimensiones y definida por una relevante inversión en diseño gráfico profesional» del mismo nombre que llevó a cabo la dictadura de Franco con la intención de «luchar contra las percepciones negativas que, en 1962 y 1963, el franquismo siguió encontrando allende las fronteras (y alimentó debido a su comportamiento cruel), y con el propósito de someter a las oposiciones actuantes en España y de vigorizar el poder de Franco y su régimen».

Una exposición tan necesaria como bien articulada, comisariada por Rafael Company (también director del museo), con quien hablamos por teléfono.

¿Por qué una exposición sobre los 25 años de paz del franquismo?

Obedece a un doble motivo. En primer lugar, cuando estábamos preparando la exposición de Berlanga, 1964 es el año en que se produce la censura sobrevenida de bastantes trozos de la película El verdugo, como consecuencia del intento de censura total que sufrió el film en la Mostra de Venecia por obra de Adolfo Sánchez Bella. Y esta cuestión del lado de la censura sobre la película nos vino como museo muy bien, porque pudimos ver mucha iconografía del año 64 que nos llamó extraordinariamente la atención. Yo conocía, por ejemplo, los sellos de correos que se realizaron en aquel año glorificación del 25 aniversario de la Guerra Civil. Pero empezamos a ver mucha obra gráfica, muy interesante, y coincidía que en el año 2019 se había decidido que la ciudad de València iba a ser Capital Mundial del Diseño, como así está sucediendo en este 2022. Entonces enlazamos estas dos cuestiones y nos planteamos que quizá era buena idea hacer una exposición fundamentada en obra gráfica que pudiera hacer una reflexión sobre el franquismo. Lo cierto es que todo fue a más. El proyecto se amplió muchísimo y el resultado es la exposición que vamos a ver hasta hasta octubre.

¿Cómo fue el planteamiento de la exposición? Se intuye que, por ejemplo, dualidades como que en un momento de la misma se puedan ver representaciones, una al lado de la otra, del garrote vil y de una hamaca en la playa, son intencionadas.

Nosotros como museo defensor del pensamiento crítico y de siempre tocar los temas sin servilismo, creemos que era imprescindible que hubiese un tratamiento sistemático y crítico de cómo el franquismo consiguió un consenso social a la vez que era una dictadura represiva, autoritaria e inclemente. Y también queríamos dar un homenaje a la oposición, a aquellos que manifestaron disonancias, disidencias y resistencias ante el franquismo. La escena que comentas nos sirve para resumir perfectamente el sentido último de la exposición. El franquismo desarrollista, el que nace con el Plan de Estabilización de 1959, es el marco donde Manuel Fraga Iribarne, entonces Ministro de Información y Turismo, y su cuñado Carlos Robles Piquer, emprenden la tarea de, digamos, lavar la imagen del franquismo gracias a esa campaña de 25 años de paz española. Pero es obvio que ese consenso se crea gracias al desarrollo, a la apertura económica porque, claro, se viene del hambre, de las miserias, de la autarquía defendida por Franco durante dos décadas prácticamente. Por lo tanto, esa imagen donde se ve una playa con una sombrilla, que puede ser perfectamente Benidorm, es un símbolo de los nuevos tiempos. Pero al lado está el garrote vil, justamente, que aparece en la película El verdugo, de Berlanga y que nos recuerda lo que la dictadura siempre fue, un espacio para la persecución. Y por supuesto, al otro lado, el franquismo siempre intentó hacer olvidar de cara al exterior que era una dictadura férrea. De cara al interior le bastaba con el miedo que activaba. No necesitó, a partir de un determinado momento, de una represión sangrienta como al principio. Se ha de pensar que durante una docena de años prácticamente murieron como consecuencia de la dictadura, de la represión, diez personas cada día, probablemente. Necesitó que la gente supiese que podía matar, y a veces decidió matar. Y esta dualidad es la que hemos querido representar en esa primera escena. Con que la gente recuerde esa primera escena, creo que tenemos mucho avanzado porque es obvio que muchas generaciones de ciudadanos no tienen ni idea de todo lo que ocurrió.

¿Se conoce poco de nuestra propia historia, sobre todo las generaciones más jóvenes?

Cuando estábamos haciendo la exposición se publicó un artículo en el que se reflexionaba justamente sobre el hecho de que mucha gente joven probablemente conoce más de la vida de Franco gracias a un documental de Netflix alemán subtitulado que a lo que hayan podido dar en la escuela. Eso es una verdad como un templo. Mucho visigodo en muchos casos, pero poca atención a lo más reciente. Es más problemático. Ha habido profesores que han venido aquí y nos han dicho que en ocasiones resulta complejo abordar un tema como ese. No hay que olvidar que España tiene un déficit muy grande al respecto. Es un país con memorias divididas sobre la cuestión del franquismo, donde muchos sectores no admiten el carácter dictatorial y sangriento de la dictadura. Y nosotros estamos intentando poner remedio a eso. Pero no hay que olvidar que solo somos un museo. No somos una instancia con capacidad para conseguir modificar las percepciones de miles y miles y miles y miles y miles y miles de personas. Podemos hacerlo con decenas de miles de personas. Pero en todo caso, el reto continúa estando en el sistema de enseñanza y mucho más allá. Los medios de comunicación pueden tener un rol si quieren en esto. Hemos contribuido en la medida en que hemos podido y lo hemos hecho desde una perspectiva que yo creo que desde luego no es imparcial, porque nosotros no podemos ser imparciales entre la democracia y la dictadura, pero no hemos hecho una exposición truculenta, no hemos hecho una exposición revanchista, hemos hecho una exposición clarificadora y muchas veces nos hemos dirigido a las personas que se consideran franquistas para que puedan acceder a informaciones que probablemente no conocen. También hemos dicho públicamente que mucha gente jovencita que se considera franquista no podría vivir unas cuantas horas en medio del régimen franquista porque vería que muchas de las cosas que hace habitualmente estaban prohibidas, o le hubieran costado la cárcel, o le hubieran pasado cosas peores. Y también es cierto que nos hemos dirigido a la gente que, por supuesto, participa del antifranquismo para que venga y descubra algunos aspectos que probablemente han quedado no ocultos, pero no se han puesto de relieve suficientemente. Pero es cierto, que esta es una de las grandes asignaturas pendientes, nosotros como museo lo hemos hecho de la mejor manera que hemos sabido. Hemos consultado a todos los historiadores sin distingos. De hecho, la bibliografía consultada es gigantesca, y hemos conseguido de cada historiador lo que creíamos que en cada caso necesitábamos y, por lo tanto, estamos muy satisfechos de ello.

La exposición puede crear cierto tipo de incomodidad cuando se visita por dos motivos, principalmente. Por un lado, por la atracción que se pueda sentir hacia ciertos diseños de la campaña de los 25 años de paz.

Esa campaña era inteligente. Decidieron modificar el tono, dieron un giro de guión para ellos muy espectacular, que es hablar de paz. En vez de machacar con la victoria, decidieron utilizar una retórica, que era una retórica vacía. Qué significa paz cuando en 1972 están raspando las cabezas de las esposas de los mineros que están en huelga en Asturias; qué significa paz cuando aquellos que están pidiendo democracia en Munich, cuando vuelven a Madrid, les dicen que la cárcel o el exilio; qué significa paz cuando son capaces de juzgar con un tribunal militar a un dirigente comunista, Julián Grimau, que previamente y casualmente ha caído desde unas dependencias policiales y se ha roto no sé cuántos huesos. Obviamente es un gran giro de guión, pero complementado con el hecho de que cuentan con la colaboración de muchísimos artistas importantes, diseñadores gráficos, publicistas. Lo que pones de manifiesto en tu pregunta es la tentación del abismo. Es una gran cuestión. Muchas veces la bondad estética no va aparejada con la bondad ética. Y si lo examinamos, muchísimas de las obras de arte que admiramos tienen un trasfondo político que consideraríamos aborrecible. Hay que entender que ese diseño franquista es espléndido, aunque la dictadura era la inductora de todo eso. Y por eso, simbólicamente en la sala lo recordamos constantemente con un mecanismo que no lo digo aquí para no hacer un spoiler, pero obviamente la gente que ve la exposición sabe que aquello que es tan grandioso desde la perspectiva estética no deja de ser un recurso de propaganda. Intentamos que los árboles nos dejen ver el bosque, pero también es muy cierto que si hay una estética descollante la tenemos que valorar como tal. Hay que aprender a mirar así. Efectivamente, nosotros sabemos que provoca la sorpresa.

La otra cuestión que crea inquietud es el temor a que toda la iconografía franquista presente (imposible no citar el gigantesco cuadro de Josep Segrelles de Franco a caballo) pueda ser interpretada eludiendo el contexto de la exposición.

Por eso nuestra insistencia en el montaje expositivo, en poner eso que mencionaba antes y no voy a revelar, porque te permite recordar dónde estás. Pero por ejemplo, sobre esa obra que mencionas y que tiene tanta connotación, en su parte inferior hay reproducido un diálogo entre Franco y Jay Allen, corresponsal del Chicago Daily Tribune, donde Franco amenaza con asesinar a la mitad de España. Creo que hay que perderle el miedo a la iconografía de la maldad, siempre que seas capaz de contextualizar y seas capaz de añadirle elementos para una interpretación. No quiero una interpretación sesgada, pero desde luego, en nombre de la dignidad humana, creo que las personas que estamos al frente de proyectos expositivos podemos incrementar la información que damos. Y me parece que es un buen camino. En este caso, por lo que se ve, lo hemos conseguido porque se están haciendo muchísimas visitas guiadas, más que nunca. Nosotros estamos obligados a dar una visión y esa visión preferimos, desde luego, que la vean. Mantener una especie de secreto velado, creo que no ayuda nada, el franquismo ha de ser conocido, analizado y difundido en todas sus facetas, incluyendo aquellas que pueden causarnos incomodidad. Pero, por ejemplo, estamos hablando de desarrollismo, pero atacamos la posición autárquica en medio de una de las salas. Hay textos, por ejemplo, de Antonio Cazorla, donde recuerda que esa campaña publicitaria eludió de manera completamente consciente referirse al hambre que se había sufrido en España. Esa es la manera que hemos encontrado de poder hablar del franquismo con rigor. También que sea lo suficientemente atractiva, porque una de las cosas que si estamos seguros es que la exposición resulta visualmente atractiva.

Resulta imposible no establecer un paralelismo entre lo que supuso la campaña de los 25 años de paz y el actual resurgir de la extrema derecha en España, donde también se ha llevado a cabo cierta modernización visual, donde también distinguen entre españoles y antiespañoles, donde se utilizan las mentiras y fake news o donde desprecian la cultura o lo intelectual como en aquel escrito de la Secretaría General de Turismo de 1964 en el que se cargaba contra autores como Hemingway o John Dos Passos.

Nosotros dejamos al visitante que saque sus propias conclusiones. Es obvio que cuando hablamos, por ejemplo, en la sala final sobre las memorias divididas, estamos entrando de lleno en un debate. Lo que ocurre es que estamos entrando de lleno, como podemos entrar como museo. Nosotros no somos una consellería, ni somos un ministerio, ni vamos tampoco a abordar la cuestión sacando punta explicita hacia el contexto actual. Nosotros ponemos ante los ojos de la gente un pasado analizado de manera crítica. Y la gente es mayor de edad para sacar sus propias conclusiones e hilvanar sus propios argumentos. Lo hemos hecho con el concurso, como decía, de historiadores y analistas que son incuestionables porque están en el ámbito académico con altísima consideración. Estamos contentos de no haber hecho ningún panfleto. Porque una exposición no puede ser un panfleto. Ni aunque sea una exposición en defensa de la dignidad humana. No hemos censurado nada. No hemos omitido nada. No hemos dejado de hablar de la capacidad de seducción del franquismo. Cuando antes comentaba que esta exposición también es muy apta para antifranquistas, es porque frente a lo que igual una visión idealizada puede hacer creer, el franquismo fue mayoritario en la sociedad. Y cuando Franco murió, los impulsos democráticos no eran mayoritarios. Después es obvio que hubo un acelerón. Es una verdad que puede sorprender, pero hay que decirla clara. Nosotros en la exposición hacemos un reconocimiento explícito a toda la oposición, con independencia de la intensidad en que la hacía, pero no podemos dejar de recordar que toda esa maniobra propagandística tuvo éxito también porque había un consenso social previo y aquello, digamos, afianzó ese consenso y lo elevó. Cuando uno se plantea en abstracto una exposición como esta, sabe que está en terreno minado.

La exposición cuenta con una coda dedicada a la revista Ruedo Ibérico, que se inauguró días después.

Sí, pero estaba pensada al mismo tiempo. Tenemos muy buena relación con la Fundación Antonio Pérez, de la Diputación de Cuenca, que es una de las instancias culturales más relevantes, sin duda, de todo el Estado, y habíamos llevado algunas exposiciones a las sedes de la Fundación y esto estuvo siempre presente. Mientras que en la exposición, digamos nodriza, la de los 25 años de paz, vemos franquismo y vemos oposición en España, era necesario simbólicamente cruzar los Pirineos y ver qué pasaba en el exilio. Y Ruedo Ibérico fue una importantísima iniciativa antifranquista. Nace en París por obra, entre otros, del valenciano José Martínez Guerricabeitia. Antonio Pérez está muy presente en ese nacimiento y acaba siendo el depositario de muchas de las obras de arte que, o bien se incluyen en las publicaciones, o bien se hacen serigrafías, y que en definitiva, constituyen una colección maravillosa de la participación de los artistas antifranquistas en ese universo. Y queríamos que la gente viese una sala sin esas connotaciones de franquismo donde se cambia el color, se cambia la escenografía y donde, en definitiva, la intelectualidad sueña con la libertad. Creo que el contraste entre ambas exposiciones es muy bueno y que además acaba por, digamos, afianzar una de las tesis. Todo lo de Ruedo ibérico no deja de ser algo que cuando la evolución política en España toma el rumbo que toma, desaparece, se diluye. Eso se ve allí, porque está el relato de la muerte de José Martínez Guerricabeitia en su casa, solo en Madrid. Es una gente a la que, en definitiva, no se le ha reconocido el papel que tuvo. Y para nosotros eso es una verdad incómoda que a nosotros nos parece necesario decir.

Como ya ha ocurrido con otras exposiciones del MuVIM (la de Berlanga sin ir más lejos), se ha editado una guía de visita, unos pequeños libritos gratuitos, con imágenes y textos de la muestra, muy completos, para quien no quiera o no pueda adquirir el catálogo (cuando este exista).

Tenemos dos tipos de formatos, lo que llamamos un desplegable que se utiliza en las exposiciones más al uso, que mucha gente se lleva a su casa. Pero en estas exposiciones, donde hay un valor añadido de temas trascendentes desde una perspectiva cívica, el formato del pequeño librillo que cabe en un bolsillo, para nosotros es fundamental y de hecho lleva un trabajo enorme que se hace, claro, al mismo tiempo que la propia exposición, que estás fotografiando las piezas de cara al catálogo. Tiene una antología de textos y, en definitiva, te reconstruye de alguna manera la exposición. Es probable que la gente cuando llegue a su casa, lo que haga, sea el mismo día de la visita pegarle una ojeada superficial. Pero nosotros confiamos en que alguna vez, dentro de unos meses, igual se lo vuelven a mirar. Y ahí tienen muchas de las claves que han visto en la exposición. Creemos que lo hemos de hacer. Somos una institución pública y por lo tanto, el dinero público está para ser gastado en los ciudadanos. Creemos que esto es una iniciativa del todo punto oportuna. No es que sea una una publicación lujosa, porque en definitiva no deja de ser un papel muy al uso, una encuadernación con grapa, pero desde luego cumple perfectamente su papel y el propósito es, desde luego, seguir haciendo este tipo de publicaciones.