A Carles Congost (Olot, 1970) se le quedarían pequeñas unas google glass o cualquier otro invento parecido. Sus obras van más allá. Son como si dentro de una misma realidad cohabitaran varias. Múltiples lecturas para un efecto hipnotizante que seduce desde la estética de las mismas y cautiva por su discurso narrativo. Partiendo la mayoría de las veces de situaciones o personajes reconocibles. No importa que sean fotografías, pinturas, música o películas. Su arte actúa como la melodía de un flautista de Hamelín que lejos de querer expulsarnos de su mundo, nos guía hacia él. Del 18 de septiembre al 30 de octubre se podrá comprobar en Espai Tactel, en la exposición “Not Your Own Desire / The Last Days Of Disco”, que recoge algunos de sus trabajos más recientes.
¿Por qué cuándo se habla de tus películas siempre se hace referencia a ti como artista multidisciplinar y no como cineasta como si no fuera cine lo que haces? ¿Tú te sientes cineasta?
Lo de multidisciplinar tiene que ver con el hecho que pertenezco a una generación de artistas que, en su momento, antepuso el discurso al formato, sirviéndose de todas aquellas prácticas, académicas o no, capaces de poner en marcha una idea y de escenificarla. En este sentido, me considero un artista conceptual, más que pintor, fotógrafo, músico o cineasta. Sin embargo, es verdad que de todas las prácticas de las que me puedo haber servido, el vídeo es con la que me siento más cómodo y, de alguna manera, más identificado. Si la pregunta es si considero mis vídeos como cine, mi respuesta es que sí y por razones obvias: un tipo de cine muy concreto y fuera de los canales habituales pero cine al fin y al cabo.
¿Tienes la sensación de que has tenido que justificar muchas veces esa vertiente multidisciplinar por lo incómodo que puede resultarle a la gente (crítica, espectadores o comisarios de arte) no encuadrarte en algo concreto?
No me siento incómodo con la etiqueta de multidisciplinar puesto que responde bastante a mi realidad, lo que no tengo tan claro es cómo este constante ir y venir, esta especie de limbo, se ha asumido en los distintos ámbitos especializados en los que me he movido. En algunos casos, me temo que con cierta incredulidad y desconfianza.
¿Qué importancia tiene la estética en tu obra?
Para mí, la estética no es algo secundario, algo de lo que pueda prescindir. Reconozco, además, que muchos de mis proyectos arrancan por una motivación estética. En mi caso, el concepto se manifiesta a través de las imágenes, de la forma de los objetos y, en muchos casos, también a través de sonidos.
Da la sensación de que tu educación audiovisual ha marcado desde siempre tu trabajo. Ese aire setentero y cierto doblaje intencionado de algunos de tus trabajos están muy marcados generacionalmente.
Así es, mi bagaje audiovisual no proviene tanto de las bellas artes sino de un conglomerado de estímulos y referencias de carácter más cotidiano, sea cine, televisión, cómic o música de consumo. En todos mis trabajos es fácil identificar maneras de hacer propias de ciertos géneros y subgéneros de la cultura popular, especialmente, de aquellos que marcaron mi etapa de juventud. El doblaje de actores es algo que puse en práctica en alguno de mis vídeos, con la intención de subrayar la parte textual y darle autonomía respecto a las imágenes aun a riesgo de que esto pudiera restar verosimilitud a los personajes. No hay que olvidar que para la mayoría de nosotros que vivimos en un país con una gran tradición de doblaje, tanto en cine como en televisión, estas voces intercambiables y a veces demasiado perfectas representan una experiencia muy vivida y real.
Si se hace un visionado cronológico de tus películas, parece que se produce una evolución estética y de las influencias audiovisuales. Por ejemplo, cuesta creer que «Bad painting» y «Paradigm» serían tal como son si las hubieras realizado a principios de los 2000.
Tanto en mi serie de vídeos cortos titulada “Bad Painting” de la que, por el momento, existen sólo dos capítulos: “The Spin-off” (2010) y “Easy Katz” (2013), estilísticamente inspirados en la ficción televisiva del tipo HBO; como en “Paradigm” (2012), de carácter plenamente cinematográfico, se produce una evolución del lenguaje respecto a mis trabajos anteriores debido a que éstos ya no operan sólo desde un plano simbólico, lo que habría que contar, sino también desde lo puramente narrativo y formal, el cómo habría que contarlo. Sin duda, ha sido necesario para estos trabajos una mayor planificación de los rodajes y un mayor rigor a la hora de llevarlos a cabo. Por otra parte, también existe una preocupación por la verosimilitud que antes no tenía y que, de algún modo, vendría marcada por la alta definición de las cámaras actuales.
En la mayoría de tus obras (sin importar el formato) parece que subyace un interés por la cultura popular y por reivindicarla, tanto local como internacional. ¿Cómo surge tu interés por ella?
Como comentaba anteriormente, mi bagaje visual proviene principalmente de la cultura pop, lo cual me ha dado una manera particular de ver y representar las cosas. Por otra parte, creo que todo lo que nos rodea puede ser entendido y analizado desde un punto de vista pop. Tal y como yo lo veo, así es el mundo en el que vivimos, nos guste o no.
En el caso de tus fotografías, al margen de lo hipnotizantes que son, llama la atención la cantidad de historias y lecturas que se pueden encontrar en cada una. ¿Cuánto tiempo sueles dedicar a definir la idea antes de plasmarla?
Como bien apuntas, me gusta dotar a mis fotografías de un marcado componente narrativo, así como de múltiples niveles de lectura y para ello es necesario no dejar nada al azar. Desde mi primera intuición hasta el momento de disparar pueden pasar tranquilamente dos meses, tiempo en el que realmente se resuelve la imagen. No soy nada convulsivo y disfruto mucho con el proceso de preparación.
¿Qué encuentras en los adolescentes y su mundo, creativamente hablando, que te atrae tanto?
En un momento, sentía una cierta identificación, no tanto por un tema generacional sino por el interés que siempre he tenido por lo juvenil. Dentro de un panorama artístico a veces demasiado encorsetado y hostil me he sentido, en ocasiones, con la necesidad de posicionarme y defender mi territorio como lo haría un adolescente en los pasillos de su instituto. En fin, creo que actualmente puedo sentirme bastante más relajado en este sentido.
El humor y la ironía están muy presentes en tu obra. ¿Crees que ambos pueden ser confundidos con frivolidad cuándo tu carga crítica (hacía los críticos de arte que escriben para su lucimiento, hacia algunos productores musicales, hacia algunas becas artísticas y lo que les rodea,…) es bastante alta?
No sólo en mi obra, el humor y la ironía están presentes en gran parte de la producción artística contemporánea. El cuestionamiento de nuestro mundo enfermo y maltrecho, incluida la propia institución del arte, con la distancia que da el uso de la ironía y el humor me parece un ejercicio completamente válido y saludable y, por supuesto, no es ninguna frivolidad. Por otro lado, yo vitalmente necesito el humor. Es algo que me da satisfacción y por eso lo practico siempre que puedo.
Siguiendo con el humor, en algunas de tus cintas («Supercampeón»,«That’s My Impression!» o «Synthesizers») pareces el eslabón perdido entre lo que fue La Bola de Cristal y el humor chanante. ¿Te ves reflejado en ambos?
Es cierto que algunos de mis trabajos se presentan como formatos televisivos surrealistas e imposibles. En definitiva, de los que no tratan al espectador como si fuera imbécil. Los dos ejemplos que mencionas entrarían dentro de este grupo y, por tanto, los considero buenos referentes y me encantan.
De hecho, dice mucho de la televisión, que «Supercampeón» (que 15 años después sigue siendo muy actual) no se acabara convirtiendo en un programa para la pequeña pantalla. ¿Te hubiera gustado o no te gusta serializar a tus personajes más allá de la obra para la que fueron creados?
Me gusta que lo menciones porque esto es precisamente lo que me hubiera gustado que ocurriera. De hecho, recibí, hace tiempo, por parte de una productora de Barcelona la oferta de convertir los personajes de una de mis primeras instalaciones, “Country Girls” (2000), en protagonistas de una serie de animación para adultos. Estuvimos trabajando un tiempo, se hicieron guiones y muchos dibujos pero, de un día para otro, me anunciaron que iban a abortar el proyecto. Por lo visto, los últimos sondeos indicaban que el interés por este formato, después de experimentar una especie de boom, iniciaba una tendencia a la baja. No quisieron jugársela y no dudaron en mandarme a casa. Yo no estoy acostumbrado a esto. Yo no hago sondeos cuando trabajo pero la industria es evidente que sí y, claro, lo que representaba un reto al principio acabó siendo una gran decepción.
¿Te encargas personalmente del casting de los protagonistas de tus obras?
Por supuesto que sí. Es una de las tareas más decisivas en una producción y una de las que más disfruto.
Hay una obra tuya, «Walter Benjamin and the Spanish Baroque Gang in the New Golden Age» (fotografía de cabecera de esta entrevista), que que define bastante lo que representa todo tu arte.
Esta fotografía se disparó durante un descanso en el rodaje de mi vídeo “La mala pintura” (2008). Es muy difícil encajar una sesión fotográfica dentro de un rodaje porque, normalmente, las jornadas están muy apretadas de por sí. En este caso, lo que hice fue crear una situación inédita dentro del proyecto mezclando personajes de diferentes escenas en un mismo decorado. Me parece un ejercicio interesante pues lo que hace es expandir, tanto formal como discursivamente, el universo de tu propuesta.
» Not your own desire / The last days of disco» es el título de la exposición que se inaugura este mes en Valencia. En ella se incluye la película «The Artist Behind the Aura», en la que conviertes el arte nonato en arte.
Realicé “The Artist Behind the Aura” (2014) el verano pasado en Bruselas para una exposición junto a los artistas Sarah & Charles en el centro de arte Komplot de la misma ciudad. Al comisario de la exposición le había planteado la opción de producir una secuela de mi vídeo “That’s my impression!” (2001), un falso programa cultural televisivo que analiza mi trayectoria desde diferentes puntos de vista, ya que pensé que era una buena forma de entrarle a una audiencia nueva para la que yo era un perfecto desconocido. Finalmente, decidí darle un enfoque nuevo y referirme sólo a aquellos proyectos y colaboraciones que, por una razón u otra no habían podido ver nunca la luz. Me pareció que compartir aquello de lo cual no existe información, los fracasos y miserias ocultos detrás de la historia oficial resultaba mucho más interesante y efectivo que hacer un listado de logros y proezas. Al final, lo que acabó tomando forma fue un relato sobre el pinchazo de la burbuja económica en España y sus devastadoras consecuencias en el arte.
También se podrá ver «Abans de la casa/ Un biopic inestable a través del Sonido Sabadell». ¿Qué tiene este proyecto de documental puro y duro?
En realidad, lo que trato de hacer en este trabajo es desmantelar algunas de las convenciones y tópicos que existen en el género del biopic musical. En él presento una secuencia de intervenciones de carácter performático por parte de personajes pertenecientes al contexto cultural catalán tanto de los años ochenta (época a la que hago referencia en el vídeo) como de la actualidad. Así pues, el poeta Eduard Escoffet; el periodista Àngel Casas; el cantante Josep Xortó; las coreógrafas Les Filles Föllen y el humorista ReEugenio dan cuerpo a una narración inestable y abstracta que se organiza principalmente en el plano simbólico.
¿Es tu primera aproximación a este género?
No exactamente, en el año 2007 realicé un proyecto para el Musac (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla León) sobre la biografía de The Congosound, la formación electrónica que durante muchos años he compartido con el músico Vicent Fibla. A través de una fotonovela de doce páginas, con la que empapelé las vitrinas del hall del museo y una escultura de grandes dimensiones con forma de escenario robotizado; traté de reflexionar sobre las dificultad que supone compaginar la música entendida como hobby con el yugo de las obligaciones laborales, una vez pasada la treintena.
La música (por tu propio grupo, colaboraciones con músicos, presencia en argumentos,…) es muy importante en tu obra. ¿En qué sentido crees que la marca?
Como bien dices, la música es parte esencial de mi trabajo. No habiéndome considerado nunca músico en el sentido estricto de la palabra, desde los inicios, he sentido la necesidad de involucrarme y participar activamente de este mundo. Gracias a la coartada del arte he conseguido propiciar encuentros y colaboraciones a todas luces improbables; sea tanto a través de mi alterego musical The Congosound, como ahora desde mi recién inaugurado sello Maletas Violentas.
A mitad de los 90, al menos desde otras ciudades, parecía que todo ocurría en Barcelona. Había una sensación de modernidad bien entendida. Revistas como AB, Suite o B Guided nos lo contaban al resto. ¿Qué ha quedado de todo aquello? ¿Cómo recuerdas aquellos años?
En la década de los noventa, la generación de jóvenes artistas británicos bautizada como “British Young Artists” por el poderoso publicista y galerista Saatchi había devenido un fenómeno social y mediático en todo el mundo. Raramente se había visto que un grupo de jóvenes artistas, casi recién salidos de sus aulas, tuvieran tanta capacidad de captar la atención de los medios y codearse con las celebridades de ámbitos como la moda, el cine o la música (tradicionalmente mucho más dados a estos comportamientos). Creo que, en aquella época, coincidiendo con el periodo de gestación de la prensa gratuita, se quiso forzar una cierta asimilación local de dicho fenómeno, a través de la exposición pública de los artistas que operábamos dentro de las coordenadas de la “cultura de club”. Mis repetidas apariciones en estos medios las interpreto a día de hoy como algo coyuntural y entrañable pero poco más. Algo que tiene que ver con mi etapa de juventud y que me recuerda que Barcelona, en algún momento, llegó a ser una ciudad efervescente, estimulante y, ante todo, muy divertida.